La teoría de la conspiración denominada “Nuevo Orden Mundial” (NOM), supone un plan prediseñado por una oligarquía mundial de grandes corporaciones internacionales que pretende establecer un control absoluto sobre todos los países y personas del planeta a través de un gobierno único con nuevas reglas y “valores” establecidos por ellos. Esto, implicaría que la mayoría de las personas del mundo son títeres de un puñado de poderosos líderes que mueven los hilos de la economía, la guerra y la política interna de cada país. Esta teoría es abrazada, como siempre, por quienes aseguran que estamos siendo manipulados por un ente rector desde las sombras y cuyo fin único es la supresión de las libertades y el libre albedrío. En primera instancia, algo así no es humanamente factible por la complejidad que esto conllevaría. A los paranoicos se les olvida la titánica (si no es que imposible) empresa que significaría instaurar un modelo absolutista de ese tipo, ya que tendrían que suprimir o alinear todas las diferentes culturas, idiomas, religiones e idiosincrasia de cada país a su modelo rector. En todo caso, para poder administrar semejante cantidad de territorio y población, es decir, el mundo entero, se tendría que hacer por medio de un gobierno autoritario multilateral.

La realidad es que es imposible controlarlo todo y a todos todo el tiempo. No obstante, esto no quiere decir que no se haya intentado o que no haya quienes quisieran hacerlo o estén planeando algo parecido. El siglo pasado se inició un proyecto denominado “Naciones Unidas”, y aunque básicamente no sirvieron, ni sirven para nada, fue el primer gran intento moderno por unir a todos lo países bajo un mismo ordenamiento “legal”. Regionalmente, el viejo continente lo ha intentado con su Unión Europea, América débilmente con su OEA y África y Medio Oriente han hecho lo propio.

El establecimiento de límites, reglas de conducta y estrategias económicas para fomentar el crecimiento y bienestar de la población, son o deberían ser los cimientos de toda civilización.

Todo “orden mundial” implica la imposición por la fuerza de una ideología construida a través del tiempo por una nación militar y económicamente poderosa que ha desarrollado un conjunto de creencias e ideales que consideran “únicos y perfectos” tras haber demostrado su éxito, efectividad o, por lo menos, un alto grado de control y crecimiento interno o regional. De este modo, estos países, que se consideran a sí mismos “moralmente superiores”, justifican la imposición de su modelo a otras más débiles, menos desarrollados y sin cohesión social. La herencia de quienes pertenecen a esta cultura fortalece los dogmas que posteriormente les permiten justificar los actos más atroces y perversos que puede realizar el ser humano a través de la guerra: la aniquilación de otras culturas. Por siglos, España impuso su ley y la religión católica destruyendo culturas prehispánicas milenarias, los británicos hicieron lo propio conquistando e imponiendo su religión, economía y cultura en países de todos los continentes, los norteamericanos han invadido medio mundo imponiendo un sistema basado en la “economía”, las “libertades” y paradójicamente, en la guerra. La monarquía rusa dominó con mano de hierro extensos territorios y luego, lo hizo otra vez fuera de sus tierras a través de ideales socialistas y comunistas, y ahora vemos una poderosa China que aboga por un orden y control total por parte de una oligarquía que más bien parece estar presidida por un emperador.

En épocas recientes, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha evidenciado un rompimiento entre potencias y propiciado una suerte de nueva “Guerra Fría” que en cualquier momento puede “calentarse”. Rusia reclama su derecho de anexarse un territorio que antiguamente fue suyo, pero resulta ser un punto estratégico entre Asia y Europa que los países Occidentales no quieren ceder, por lo que apoyan a Ucrania. Rusia, en respuesta, buscó ayuda en China y está comprando voluntades en África y Sudamérica. Todo esto ha elevado la tensión entre las naciones más poderosas del mundo, pero principalmente, por la debilidad de Estados Unidos. Y es que, aunque los Norteamericanos han sido un Imperio exitoso que ha logrado aplicar su modelo económico, y a través de éste, ha controlado gran parte del mundo civilizado, ha cometido errores. Uno de ellos supone una contradicción, pues la supuesta libertad que defienden (y que únicamente aplica para generar riqueza) rápidamente ha degenerado en libertinaje, ocio y adicción a todo tipo de cosas materiales y venenos que les ayuden a olvidar el costo de su éxito. Las nuevas generaciones que nacieron en países libres y abundantes, terminan no compartiendo los mismos ideales de quienes lucharon por darles ese nivel de vida que dan por sentado y al que se sienten merecedores por mandato divino. Esto ha provocado una lucha interna por el poder entre corrientes diametralmente opuestas. Los sentimientos nacionalistas e imperialistas están desbordándose incrementando la posibilidad de que surjan gobiernos Populistas de ultra derecha que quieran retomar el poder frente a las a veces patéticas y contradictorias políticas “progres” de un débil gobierno demócrata que apuesta por otro tipo de populismo interno excesivamente permisivo al tiempo que genera confrontación internacional como una forma de reactivar su economía y mantener su relevancia mundial.

Otro ejemplo lo encontramos en la sociedad inglesa con el “Brexit”, el cual se dio producto de una corriente globalifóbica que pretendía ser una manera de controlar la excesiva migración y promover la soberanía y los sentimientos nacionalistas de la población, pero que en realidad, se trató de una forma de autodestrucción y rompimiento internacional que únicamente aísla y rompe con los vínculos de amistad y cooperación entre las naciones, y termina con el difícil proceso de madurez hacia una integración global más evolucionada basada en la tolerancia, libertad, respeto, orden, crecimiento y en resumen, ”civilización humana”. Probablemente aún no estamos preparados para ello, porque, en Francia podemos ver cómo la sociedad aparentemente está cansada de tener un gobierno que “los cuide” y salen a las calles cuando les piden confinarse para evitar contagios y muertes o revientan ciudades por aumentarles 2 años de trabajo para obtener su pensión ante un incremento dramático en la esperanza de vida producto del bienestar que su nación ofrece. En Israel, increíblemente observamos también movimientos sociales sin precedentes ante una iniciativa de perfil antidemocrático y autoritario que pretendía limitar el poder Judicial y aumentar los del Gobierno.

Como dijimos, todos esos sentimientos nacionalistas, generan gobiernos populistas (de ultra izquierda o ultra derecha), y estos fomentan el odio, la desigualdad y el clasismo de sus bases ideológicas para sembrar resentimiento y crear conflicto contra todo lo que no sea como ellos dicen que debe ser. En este contexto, estamos viendo que grandes potencias emergentes están aprovechando el río revuelto para colocarse en una posición preponderante en el escenario internacional.

El G7 y la OTAN, por ejemplo, están por caer por su propio peso debido al conflicto interno que genera la dependencia que tienen de Estados Unidos las naciones europeas. Los hermanos mayores como Alemania, Francia e Inglaterra no están de acuerdo con algunas de las políticas y se sienten arrastrados hacia un conflicto que en esencia no es suyo, como es el caso de la invasión Rusa a Ucrania. El problema ya está ahí y no parece tener una solución, sino por el contrario, se agrava de la mano de un autócrata disfrazado de héroe Ruso que está tomando la oportunidad para voltear banderas contra Occidente al incentivar la creación de un nuevo bloque económico que podría poner en jaque al mundo. El BRICS, conformado por países en desarrollo como Brasil, India, Sudáfrica sumadas a Rusia y China, acaban de firmar acuerdos con toda África, por lo que sus economías sumadas superarían a las de Occidente, pero no solo en mercado, sino también población y poder bélico. Y como primer acto de “guerra suave”, este nuevo grupo ha comenzado a dar un paso hacia la desdolarización. China ya había comenzado a sustituir el dólar por el Yuan, y Brasil e India llegaron a un acuerdo para comerciar en su propia moneda sin utilizar el dólar como divisa de cambio. Un duro golpe que ya comienza a tambalear a la moneda norteamericana.

El mundo siempre ha tenido conflictos, pero ahora comienza a dividirse nuevamente en dos visiones aparentemente inconciliables. Y aunque ambas creen ser mejor que la otra, es claro que ninguna es perfecta y que un orden mundial no podrá funcionar jamás a través de la imposición, la guerra o el acaparamiento de riqueza y explotación de la población. Lamentablemente, es muy probable que el conflicto escale por la necedad y ambición de ambas posturas, sin embargo, en la práctica, sabemos que ninguna podrá tener éxito y que se necesitan mutuamente para desarrollarse y crecer, como en el caso del seudo-comunismo Chino, que encontró en la flexibilidad y libertad para comerciar con Occidente la fórmula de crecimiento que les hacía falta para justificar sus otras políticas autoritarias, del mismo modo que los otros aprovecharon las condiciones laborales Chinas para incrementar su obsesiva generación de capital. Por eso, solo a través de las alianzas, integración y cooperación permanente entre naciones, la creación de oportunidades, la flexibilidad y tolerancia para respetar las diferencias de cada región, se podrá hablar de un orden verdadero, de cualquier otro modo, serán cambios efímeros destinados a fracasar para perpetuar el conflicto social, político y económico donde solo unos pocos líderes y poderosos vividores sin escrúpulos ganarán, pero a costa de la paz y el desarrollo de la humanidad.

Y es que la humanidad es una sola, y lo único que nos divide, es la creencia de que existe alguna diferencia más allá de las decisiones que tomamos, o que toman los líderes por nosotros. El establecimiento de límites, reglas de conducta y estrategias económicas para fomentar el crecimiento y bienestar de la población, son o deberían ser los cimientos de toda civilización. Pero, como somos humanos, estamos destinados a la contradicción y al conflicto. El respeto a las libertades y los derechos humanos son parte de ese crecimiento hacia una vida mejor, sin embargo, el exceso de éstas suele generar descontrol y pérdida de respeto hacia la autoridad por parte de la población y, entre los gobiernos, alimenta la su vanidad y ambición induciéndolos a pensar que su nación puede prescindir de otras, cuando, fundamentalmente, todas están integradas en un complejo mecanismo internacional de cooperación y coexistencia que es vital para su crecimiento, sustento y hasta para su misma existencia. El establecimiento de un orden mundial que garantice la libertad, la paz, cooperación y desarrollo internacional debería ser la espiración de cualquier sociedad pensante y civilizada, no obstante, produce suspicacias, se percibe como algo nocivo y provoca descontento entre quienes lo miran como una forma de control poblacional represiva que limita e impide a los gobernados ejercer su individualidad al máximo. Lamentablemente al final, la individualidad siempre estará sujeta al interés general, por lo que, sin importar la ideología y las corrientes políticas, los gobernantes tratarán de imponer lo que consideran que es lo mejor para la gran mayoría. En ese sentido, si a esa gran mayoría le beneficia, estará bien, la aceptarán y se acostumbrarán, aunque tengan que hacer algunos sacrificios necesarios para mantener su nivel de vida, si no, habrá descontento, pobreza, rebeldía y guerra. La fórmula siempre ha sido la misma desde que las personas decidieron unirse en sociedades y se ha repetido cada vez que se ha buscado establecer un dominio territorial. Eso jamás cambiará.

Adjudicar a los sionistas, Iluminati, masones o a las élites políticas y económicas un poder más allá de la naturaleza humana capaz de controlarlo todo a través de la televisión, las redes sociales, su ideología o mercancías, es olvidar que las leyes de la naturaleza se basan justamente en la imposibilidad de predecir o controlar nada, porque sencillamente, el universo se basa en el caos, y el caos es algo que define al ser humano, por eso sufre tratando de encontrar una manera de vivir en sociedad sin autodestruirse.

Octavio Castro

 Abr/23