Lo único que realmente nos diferencia de los animales y de nosotros mismos, como raza humana, es el grado de conciencia que cada cual ha alcanzado. Ni siquiera la inteligencia, la nacionalidad, mucho menos el color de la piel, la estatura o incluso la descendencia, marcan una diferencia tan significativa como el nivel de conciencia, que no es otra cosa que la capacidad de percepción, asimilación, comprensión y análisis de lo que se encuentra dentro de los límites de nuestros sentidos, y también de lo que no lo está.

Siempre debemos entender la conciencia como algo natural, pues, aunque ciertamente puede considerarse parte de la “metafísica”, por imperceptible, está ahí, dentro de nuestros entes físicos, rodeándonos y viviendo en cada átomo de nuestro ser del mismo modo que no podemos ver el aire que respiramos, pero nos da la vida. Así pues, “conciencia” es sólo una palabra que nos sirve para nombrar aquella “cosa” compleja que nos da un nivel superior en la calidad de vida como parte de la naturaleza.

También se puede denominar de otras formas, tales como “espíritu”, “alma”, “Super yo y ello” (en psiquiatría), Brahma, etc. Pero todas estas formas de enunciarla suelen ser confundidas con conceptos de tendencia religiosa o simplemente acientíficos, por lo que se malinterpreta su significado y su función. Y es que, nuestra conciencia, no es algo que existe solamente dentro de nosotros y no tiene absolutamente nada que ver con la devoción a un dios patriarcal y omnipotente (o varios de ellos) que lo saben todo y a los que se debe imitar o venerar. No, la conciencia es tan sólo la capacidad que tiene cada ser vivo de percibirse a sí mismo y al mundo que lo rodea. Y esto, tal vez tenga algo que ver con la capacidad cerebral o el tamaño y perfección de su estructura física. Así, por ejemplo, una lombriz o cualquier otro animal invertebrado, es un ser vivo y posee una estructura física, y aunque carece de cerebro, a su nivel, la lombriz da cuenta de su entorno, mas no de sí misma como un ser individual dentro de un contexto determinado. Lo mismo sucede con las plantas.

 En cambio, los animales vertebrados, sin contar al humano, poseen los tres componentes para el desarrollo pleno de la “vida superior”; mente, cuerpo y alma (aunque en niveles inferiores). Esto quiere decir, que los animales son concientes de sí mismos y de su entorno y pueden interactuar con él de forma más amplia, ya que, mediante el uso de su cerebro que asimila la información del exterior, se percatan de sus necesidades básicas (como las alimenticias), dentro de un contexto que ellos aprenden a identificar como apropiado, y en el cual, se pueden desenvolver de acuerdo a su instinto de supervivencia. Sin embargo, nunca dejan de ser “instintos”, aquellos que condicionan el comportamiento de los animales, pues, su cerebro, programado por la evolución de sus respectivas especies, les guarda y acumula información con sobre sus necesidades y capacidades físicas que les permiten satisfacerlas, pero la conciencia de ellos sobre sí mismos es limitada y se puede resumir casi, a su auto conservación o supervivencia.

Por el contrario, el hombre, que además de poseer los mismos instintos que los animales para su auto conservación, es también, capaz de dar cuenta de sí mismo dentro de una compleja maraña de reglas, límites, disciplinas, grupos de personas, etc., en el gran espacio que llamamos sociedad. La concepción de nosotros mismos dentro de nuestra sociedad, supera en gran medida la conciencia de los animales, ya que debemos aprender a formar parte ella y a desenvolvernos (de ciertas maneras, en ciertos lugares y en algunas ocasiones), dentro de un mundo complejo y antinatural que poco a poco nosotros mismos hemos creado.

 De tal manera que las necesidades primarias básicas, en nuestra calidad de “ser vivo superior”, pasan a un octavo o noveno plano en algunas personas, ya que, ante todo, está el dinero, la aceptación social, la comodidad, la apariencia, la moda, la educación, las amistades, el deporte, etc. Esto se debe a que la conciencia del ser humano da por sentadas las condiciones de auto subsistencia y las permuta por otras que son imperativas dentro de la sociedad a la que pertenece, por más inútiles y absurdas que resulten en apariencia o en realidad.

 Así pues, el hombre y la mujer modernos, han desarrollado su conocimiento de sí mismos y de su entorno, pero en diferentes niveles, y son precisamente esos niveles los que marcan la verdadera diferencia entre los mismos hombres. Estos niveles pueden ser divididos en tres grandes estados; la conciencia básica o elemental, la conciencia intelectual y la conciencia trascendental.

La Conciencia Básica o Elemental. – En ella, el individuo piensa (aunque a veces ni eso) en sí mismo como un ser aislado de las acciones y efectos de los demás. Es independiente e indiferente a su entorno, ya que no lo considera en forma alguna como factor de influencia en la práctica de su cotidianeidad. En consecuencia, el individuo pude experimentar, gozar, sufrir o sentir euforia o excitación ante estímulos simples y/o inmediatos, a los cuales es naturalmente proclive. La centración de sus acciones y pensamientos en sí mismo (egocentrismo), es una característica de su personalidad, lo que obviamente provoca una falta de empatía para con los demás, aunque gustan mucho de la compañía, generalmente de grupos numerosos de su misma condición. Suelen ser fríos y desenvueltos, con escasa propensión a sentir temor, inhibición o frustración, y la mayor parte del tiempo se consideran a ellos mismos (y así se muestran) como personas fuertes, alegres, autosuficientes, controlados, etc., ya que difícilmente se preocupan por sus problemas, y si lo hacen, no les dan la importancia necesaria como para poder mortificarse por ellos. Suelen ceder la responsabilidad de sus actos a terceras personas, deidades, cosas, tiempo o la simple casualidad.

La Conciencia Intelectual.-  En este caso, el individuo identifica los factores externos de su medio y los reconoce como causa directa de influencia sobre su persona y sus actividades. Se desprende de la noción centrista y personal para ubicarse en la posición de buscar en su entorno, y en su propia persona, las respuestas al sinfín de cuestiones que nacen de su incredulidad, y mediante las cuales, intenta (y muchas veces logra o cree lograr) comprender más a fondo el comportamiento, las acciones, los pensamientos y los sentimientos, tanto suyos como de los demás. Es, ante todo, consciente de su existencia y de la de quienes le rodean, aceptándose tan sólo, como parte de una unidad a la que por naturaleza pertenece, pero que le resulta extraña, compleja y lastimosa, dada su analítica y estudiada identificación que hace de todo lo que lo compone y rodea. Normalmente se sienten infelices, insatisfechos o presionados por el infinito reconocimiento que hace de los hechos de su entorno y que son propios dentro de su ambiente familiar, de estudio o de trabajo, ya que entiende que estos influyen de manera directa o indirecta en su vida, de la misma forma en que él lo hace en la de los demás.

 Lo malo, es que, aunque el individuo puede dar cuenta de esos factores, le resulta imposible controlarlos o dejar de pensar en ellos. Esto ocasiona que sean excesivamente sensibles ante cualquier estímulo, y en muchas ocasiones, exageran su intensidad debido a la notable incapacidad que poseen de separarlo de su personalidad. Son fácilmente afectables y viven la mayor parte del tiempo temerosos o perturbados por los incontrolables estímulos y efectos de su medio. Suelen mostrarse solitarios y reaccionarios ante las emociones o acciones de los demás. Les gusta y saben escuchar, pero les gusta mucho más hablar, aunque rara vez hablan de sí mismos. Pasan la mayor parte del tiempo analizando todo cuanto les rodea y a su propia persona, y como una forma de auto protección, acostumbran callar, por sistema, lo que verdaderamente piensan, sienten o desean para no ser juzgados u hostigados por los demás.

La Conciencia Trascendental. – Es el último y más desarrollado de los estados de la conciencia en el ser humano, y gracias a él, el individuo no sólo se reconoce como una parte del todo y puede identificar los factores externos que influyen sobre sus pensamientos, sentimientos y acciones, sino que, además, es capaz de comprender vagamente los orígenes de estos, así como sus razones de ser y finalidad dentro de un contexto generalizado, pero naturalmente correlacionado. Esto quiere decir, que aquellas personas que han alcanzado un nivel de conciencia que trasciende los detalles superfluos de la vida cotidiana y de su infinidad de problemas, puede, en gran medida, sacarle provecho a su privilegiada perspectiva de las cosas, sin que le afecten las aparentes consecuencias de las acciones o inacciones de su persona o de las de los demás, pues ya de ante mano los ha anticipado, comprendido y aceptado, dando como resultado, el entendimiento y el control absoluto de los hechos que forman parte de su vida y de su entorno. Estas personas suelen alcanzar y mantener con facilidad el éxito, suelen disfrutar de su vida sin remordimientos y sueñen ser admirados por su aparente desprendimiento de las cosas. Son voluntariosos y siempre buscan aportar algo o apoyar, su egoísmo es simbólico, y por el contrario, suelen entregarse sin restricciones a aquello que aman y gozan compartirlo.

Así, mientras algunas personas con un nivel de conciencia elemental viven bajo la certeza de que el camino a la felicidad es, sin lugar a dudas (por su situación o condición) el de estudiar y trabajar par poder colocarse dentro del sistema de producción capitalista (junto con todo lo que esto conlleva), con el fin de obtener el dinero y poder suficientes que les permita el desahogo de continuar siendo un ferviente entusiasta de la sociedad de consumo, otros, con una conciencia más intelectual, se dan cuenta del papelazo que eso significa e intentan de cualquier forma (a veces de formas absurdas) oponerse al sistema que les ha alejado de sus utópicos ideales. Algo que es ya imposible, y hoy día, ese tipo de gente padece de soledad intentando concientizar a los demás de que las cosas deberían ser de una forma distinta a como realmente son. Su conciencia y percepción de ellos mismos y su medio, es realmente más amplio, pero esa nueva certeza les limita, ya que al reparar en la aparentemente inconsciente forma de vida materialista en la que viven, se tornan infelices y resentidos. Pero deben integrarse de igual modo, y lo hacen, aunque se sienten incapaces de emplear el mismo ritmo de trabajo que los demás, en busca de fines que les son conscientemente intrascendentes, aunque tristemente necesarios. El grado de conciencia de estas personas también resulta finalmente limitado, ya que dentro del contexto en que viven, las cosas deberían ser de otro modo (como ellos creen que deberían ser), y no se dan cuenta que resulta insensato tratar de cambiar una situación estable e invariable, resultado de un proceso un tanto mal logrado de evolución, y que sólo son un componente más de ésta, o en su caso, un patético y vil espectador.

Así pues, el individuo que ha logrado un nivel de conciencia trascendental, tiene la capacidad de ver por encima de todo eso y acepta su realidad en todas sus vertientes. Esto, le otorga la inigualable ventaja de poder decidir entre tomar ventaja de su amplia y asertiva visión del mundo, para integrarse con mayor fuerza y ambición a la sociedad y a todas sus ramificaciones, o permanecer gratamente ajena a ella en busca de la felicidad y la despreocupación que deviene de una elevada comprensión de todas las cosas.

De los problemas de la Conciencia

En base a lo anterior, los niveles de conciencia presentan dos problemas. El primero es que se puede llegar a creer que el estado de conciencia elevado es propio de los grandes sabios, y que el bajo, pertenece exclusivamente a los tontos, pero eso no es así. La conciencia y la inteligencia son diferentes y aunque interactúan, no se pertenecen, no se deben la una a la otra. Es decir, el nivel de conciencia de un universitario, “inteligente”, aplicado y de incomparable memoria y cultura, pero que jamás a salido de su ciudad, será en gran medida inferior, al de un hombre que, aunque carezca de un coeficiente intelectual elevado o de estudios, se ha dedicado a viajar durante años por varios países y haya experimentado en carne propia, las diferencias en culturas, climas, paisajes, olores, colores, sonidos, voces, etc., que conformaron su entorno y que son inasequibles desde las aulas y los libros. Esta es una realidad, aunque también hay que aceptar, que un universitario con conocimientos, tendrá mayor facilidad para asimilar, valorar y comprender las diferentes texturas de cuanto de nuevo se le presente en su vida, aunque no es precisamente una regla.

El segundo problema es que la conciencia, normalmente se adquiere, o en la mayoría de los casos, por la suma de experiencias vividas durante nuestra vida. Un ejemplo de esto sería el de un niño, cuya joven conciencia, le impide tener idea o percepción de lo que significa ser padre, ya que obviamente se encuentra limitado, por la carencia de experiencias en ese sentido. Pero si alguna causa excepcional anticipa el desarrollo de la conciencia, pude provocar daños severos e irreversibles a las mentes impreparadas. Tal es el caso de algunos niños violados, golpeados, hambrientos o que han perdido a sus padres de forma violenta o repentina, o que han sido simplemente abandonados. El súbito cambio de la inconsciencia infantil a la conciencia “adulta” (aquella que se preocupa y sufre), que los encara con las terribles situaciones a las que deben hacer frente y que son impropias de su edad, repercuten de manera perenne en la concepción de su realidad al haber desarrollado su conciencia de forma repentina, sin antes haber adquirido las herramientas necesarias que le hubieran ayudado a enfrentar la vida con mayor éxito.

 La conciencia en el humano es como “un ojo más completo”, que nos lleva a ver más allá de lo que nos permite la vista. Es tener criterio o conocimiento sobre algo que no es tangible, inmediato ni próximo, pero que, sin embargo, vive dentro y fuera de nuestro ser. Es el pasado que nos dan las experiencias, el presente que nos es real y el futuro que añoramos y visionamos.

Una posible analogía de la conciencia en la vida del hombre, sus diferencias y trascendencia, podría representarse con la siguiente historia:

– Tres hombres viajan cada uno en su automóvil cruzando el desierto, pero tienen en común que sus autos tienen un par de llantas flojas y tendientes a desprenderse en cualquier momento (ninguno tiene llanta de refacción). Uno fue ajeno a esa circunstancia y durante todo el recorrido no prestó la menor atención a ese hecho y viajó feliz y relajado hasta que llegó a su destino; otro, se percató del inconveniente y se preocupó de inmediato. Al tomar conciencia de la situación, supo que debía hacer algo al respecto como detenerse, bajar la velocidad o correr el riesgo de zozobrar si no lo hacía, pero también podía ignorar la situación, o podía bajarse y pedir ayuda, o simplemente decidirse a abandonar el auto, aunque esto le impida llegar a su destino. El tercero, reconoció el problema y aceptó que no había nada que hacer, pero no permitió que ese inconveniente le afectara en su viaje, pues tal vez no pasaría nada, y si sí, ya vería como resolverlo. –

 El automóvil es la vida, obviamente, y las llantas averiadas son todas las vicisitudes que obstruyen nuestro camino por ella, pero que al mismo tiempo, son la causa de nuestras experiencias; y la meta, la meta realmente no existe, sólo hay un camino, y este no es otra cosa más que vivir la vida y llenarse de experiencias: gozar, amar, sufrir, trabajar, indignarse, aprender etc., todo, hasta morir.

 De tal forma que el que nunca repara en sus llantas averiadas, pasa por la vida sin darse cuenta que vivió, pero siempre creerá que fue feliz. Quien se percata de las llantas y decide bajarse y no continuar por miedo, pierde su oportunidad de vivir o de adquirir mayores experiencias. El que las nota y sigue su camino sin bajar la marcha, habrá de encontrar sólo en su suerte la respuesta. El que se da cuenta y disminuye su velocidad para no forzar su llanta averiada, sufrirá al ser testigo de la infinidad de baches que presenta el camino y que amenazarán de continuo con hacerle perder el control y chocar, pero al final, se sentirá orgulloso de sí mismo por no haber claudicado y haber llegado hasta el final no obstante los problemas que lamentablemente tuvo reconocer y soportar. Y el que al notar el desperfecto, comprende que justo éste representada la parte interesante del camino y que no tiene por qué dejar de avanzar hasta que haya sea imposible hacerlo, e incluso, si zozobra en el intento, quizá disfrute a cada instante del placer y el sufrimiento que esto le provocará, deseando probablemente volver a tener al oportunidad de viajar en otro auto similar, pero con diferentes problemas técnicos para tener nuevos retos y experiencias, y así, habrá logrado en vida, lo que normalmente se aprende al borde de la muerte, la dicha de vivir.

 En síntesis, el grado de conciencia de una persona, será mayor, en tanto le permita no sólo reconocerse y percibirse con claridad dentro de un contexto cualquiera, sino que, además, le otorgue la facultad de comprender y aceptar los hechos que le dan origen, tal y como realmente son. Únicamente así, sabrá valorarse y valorarlos como parte fundamental de un todo completamente integrado, y entender que, aunque en esencia, nada es lo que parece, en la vida, las cosas simplemente son como son y cada quien las percibe como puede o quiere, según su grado de conciencia.

O. Castro