Aquel hombre viejo y tosco, de pocas pero enérgicas palabras, que gozaba intimidando a todos sus subordinados con gritos y manotazos cuando no quería escuchar argumentos, y que siempre exigía que se hiciera su voluntad de inmediato y sin cuestionamientos, era ampliamente considerado como uno de los cinco hombres más poderosos y temidos del mundo, y no sólo por ser el presidente de una potencia económica y militar, sino por su temperamento explosivo de perfil narcisista, sociópata y megalómano, de ideas intolerantes y racistas, que combinaba su incontrolable compulsión a las amenazas, con una desquiciada obsesión por la guerra. Ese hombre, sabiéndose invulnerable y embriagado de aquella extraordinaria sensación de poder, jugaba a decidir sobre la vida de los demás a capricho, generaba conflictos en todo momento y se preparaba para iniciar enfrentamientos bélicos hasta con países históricamente aliados sólo porque ahora sentía que se habían aprovechado de la bondad y grandeza de su país. Ese hombre que abusaba de su posición para infundir terror tanto en su país y como en todo el mundo, y que estaba dispuesto a dinamitarlo por su egocentrismo, aunque simulando una causa que creía justa, había alcanzado rápidamente la cima del liderazgo internacional y su fama era tan inmensa que hasta los historiadores más eruditos no dudaban ya en considerarlo el líder más temido e influyente de toda la historia de la civilización humana… hasta ese día.
Todo comenzó con una imagen, un meme a manera de advertencia que parecía divertido, y que se coló a las redes sociales como si se tratara de una broma más, pero no lo era.
Un hombre de aspecto común, vistiendo con un calzado sencillo, unos pantalones de mezclilla y una playera lisa de color blanco, apareció caminando tranquilamente en medio de una transitada avenida en el centro de la capital. Su rostro, de facciones suaves, no reflejaban con claridad su raza y podría pasar fácilmente por latino, árabe, Indú, italiano, marroquí o inglés… era imposible saberlo. Sus ojos cafés eran la expresión misma de la paz y sus labios esbozaban una discreta sonrisa apenas perceptible al más puro estilo de la Gioconda. Su caminar pausado denotaba que no tenía prisa alguna por escapar del tráfico o llegar a su destino. El estruendo de las bocinas de los autos al pasar junto a él no parecía tener efecto alguno sobre su estado de ánimo y tan solo modificaba su marcha ligeramente cuando algún vehículo se interponía directamente en su camino.
Esa situación llamó la atención de varios transeúntes que de inmediato comenzaron a grabarlo con sus teléfonos, pero hubo un video en especial que de inmediato se hizo viral. Una chica visiblemente preocupada se acercó a él y tomándolo por el brazo lo trató de jalar hacia la acera para salvarlo del tráfico. En el video se podía ver claramente como su brazo cedía amablemente a la presión de la mujer pero también era evidente que ella no podía desviarlo de su camino, como si el hombre estuviera haciendo un esfuerzo por impedir que se lo llevaran, pero no era así. La chica, consternada ante la imposibilidad de su esfuerzo le preguntó:
— ¿Qué pasa contigo? ¿Quieres que te atropellen?
El hombre la miró enternecido y aminorando el paso sin detenerse cedió finalmente a su presión y se dejó guiar por ella a la banqueta donde un grupo de curiosos ya los esperaban.
— ¿Qué haces? ¿Por qué caminas a media calle? ¿A dónde vas? ¿Estás enfermo? ¿Hablas nuestro idioma?—. Eran algunas de las preguntas que le hicieron cuando finalmente detuvo su marcha.
— Voy a ver al presidente—. Fue la sencilla respuesta, y todos los que se habían aproximado se quedaron mirando. Inmediatamente el hombre echó a andar ante los gritos de la misma chica que nuevamente trató de impedir que volviera al tráfico. — No deben preocuparse por mí, todo estará bien—. Dijo a todos mientras avanzaba.
Ese video que pronto alcanzó las millones de reproducciones no pasó inadvertido a los sistemas de seguridad de la ciudad que de inmediato se pusieron en alerta ante la presencia de ese desconocido.
Primero fue la policía de tránsito local la que aproximándose al hombre y le invitó a tomar la banqueta para evitar ocasionar algún accidente, pero el hombre los ignoró. Ante esta actitud, un par de policías decidieron tomarlo por los brazos y cargarlo, pero les resultó imposible, solo sus brazos se levantaron ante las intentonas de los uniformados, que hacían esfuerzos sobrehumanos por levantarlo, pero el hombre seguía caminando sin variar el paso. La sorpresa de los oficiales era tremenda, pero pasaron de la sorpresa al miedo cuando llegó un tercer oficial y luego un cuarto y ni entre todos pudieron hacer que modificar su trayectoria o disminuyera la velocidad de su andar. Las risas y los gritos de vítores desde la acera comenzaron a manifestarse en apoyo al extraño caminante, mientras conmocionados, los oficiales finalmente decidieron soltar al hombre y llamaron por radio solicitando refuerzos.
— Tranquilos señores, sólo voy a hablar con su presidente—. Dijo el hombre al ver que los oficiales reiniciaban sus intentos por detenerlo.
Uno de ellos, acostumbrado a actuar desproporcionadamente, informó alarmado por su radio que se enfrentaban a un posible ataque terrorista. Sin embargo, era evidente que el hombre no cargaba consigo más que su ropa muy ligera que entre jalón y jalón, dejaba ver su piel desnuda en su torso y ni siquiera llevaba consigo anillos, pulsera, reloj ni nada.
Cuadras más adelante, un par de patrullas bloquearon el paso y media docena de elementos de la corporación salieron apuntando sus armas mientras se abalanzaban contra él gritando:
— ¡Somos la policía! Le ordenamos detener su marcha…—.
Al tiempo que decían esto dos robustos policías se abalanzaron contra él en un evidente intento por derribarlo y esposarlo, pero sus cuerpos literalmente rebotaron como si se hubieran golpeado directamente contra un poste. Al ver esto, otro de los elementos disparó al aire y luego, apuntando contra el sujeto, ordenó con voz autoritaria:
— ¡Ni un paso más o abriremos fuego!
Como si la cosa no fuera con él, el hombre los miró extrañado y se detuvo. Los gritos de la gente eran cada vez más escandalosos, porque cada vez había más gente. El estruendo del disparo, en lugar de haberlos espantado, había llamado la atención de cada vez más curiosos que no entendían bien a bien la escena.
— Calma señores, sólo voy a ver su presidente, no hay necesidad de ponerse violentos—. Dijo el hombre alzando las manos con visible tranquilidad, como si no hubiera estado forcejeando contra media docena de elementos de seguridad. — No voy armado ni tengo intención alguna de hacerle daño a nadie señores, solo les pido que dejen que siga mi camino.
Los policías se notaban visiblemente nerviosos y mientras uno pedía instrucciones a sus superiores por su radio, otros apuntaban con sus armas al sujeto.
—¡Señor usted está alterando el orden público, obstruyendo el tráfico y poniendo en riesgo la seguridad de muchas personas por lo que le pido que nos acompañe! —.Gritó el que aparentemente tenía el mayor rango entre los policías
El hombre, sin cambiar su semblante asintió y comenzó a caminar en dirección a la banqueta.
— Tiene usted razón, oficial, he sido imprudente, mi intención era llamar la atención, pero ya lo he logrado, así que ahora caminaré por la seguridad de la banqueta —. Dijo modestamente el hombre con un tono tan amable que no podría pensarse de ningún modo que estaba siendo irónico o sarcástico.
Los policías que lo rodeaban sin despegarse mucho esperaban órdenes, algunos mostraban claramente su dolor físico por los anteriores intentos de someterlo. Por alguna razón nadie sabía qué hacer, el hombre seguía caminando pausadamente y no parecía importarle todo lo que comenzaba a pasar a su alrededor.
Todo era un caos. El tráfico de autos había ocasionado un congestionamiento considerable, aunque no a causa del hombre, sino de los policías que habían decidido acordonar la zona como prevención. La gente salía de sus hogares y oficinas y poco a poco comenzó a arremolinarse al alrededor de ese hombre extraño que, sin entender por qué, les llamaba poderosamente la atención. El oficial a cargo, se había dejado envolver por la duda al ver a la muchedumbre rodearlo, pero de inmediato volvió a ordenar amenazante:
—¡Señor! Debo pedirle una vez más que detenga su marcha o nos veremos obligados a usar la fuerza letal contra usted.
Un murmullo de miedo y rechazo se escuchó entre la multitud, y todos comenzaron a alejarse del aludido, quien quedó solo en medio de un cerco de policías que trataban de contener al gentío que abarrotaba ya las calles.
El hombre se detuvo y se giró a mirar al oficial.
— ¿Por qué tienen miedo de un hombre desarmado que camina? —. Preguntó alzando la voz un poco para que alcanzara a escucharlo el oficial que le increpaba desde el otro lado de la acera.
— ¡Usted está alterando la paz pública y está en mi autoridad impedirlo, así que haga el favor de permitir a los compañeros que lo esposen y acompáñenos!
— Lamento la situación, pero no puedo ir con ustedes, tengo que ir a ver al presidente… — comenzó a decir el hombre, y de inmediato fue interrumpido por el oficial que parecía que estaba perdiendo la paciencia.
— ¡Arrodíllese y ponga las manos en la nuca, señor! ¡Última advertencia!
— ¿Se da cuenta que está amenazando de muerte a un hombre que no ha cometido mayor crimen que caminar por en medio de una calle? —. Cuestionó intrigado el hombre ante los murmullos afirmativos de la gente, y algunos gritos desesperados pidiéndole que hiciera caso.
—¡Se lo advierto por última vez! Sométase a la autoridad…
— ¿Autoridad? —. Pareció interesado el hombre. — ¿Se refiere al hecho de que usted puede decidir sobre mi vida porque está armado, o porque la sociedad le dio el derecho de ejercer esa autoridad cuando crea que algo esté fuera de su control? Es decir que, mientras yo haga lo que usted dice, podré vivir, pero si yo no quiero obedecerlo, debo morir… ¿verdad?
El policía confundido y presionado por los abucheos del público a su alrededor estaba ya comenzando a enfurecerse e iba a volver a gritar cuando la voz del hombre comenzó a resonar nuevamente dejándolo asombrado y aterrado por lo que escuchaba.
—Lamento decirle que usted no tiene autoridad alguna sobre mi oficial, nada que pueda hacer o quitarme es suyo. Ni siquiera mi vida. Sin embargo eso no quiere decir que yo tenga que robarle la suya por ello—. Y tras decir esto dio media vuelta y comenzó a caminar nuevamente.
Durante algunos segundos, la tensión se hizo grande, pues los presentes esperaban que los policías, fieles a su estilo dispararan contra el hombre desarmado e indefenso que les daba la espalda en un típico momento de ejecución y abuso de autoridad que caracterizaba a las “fuerzas del orden” en esas latitudes.
Y eso fue exactamente lo que pasó. El primero en disparar fue desde luego el oficial a cargo, quien medio segundo después de gritar encolerizado —¡Alto ahí! — vació su pistola apuntando a la espalda del hombre, quien recibió los impactos directos de éste y de otros tres entusiastas policías que secundaron a su superior en un claro intento por salvaguardar el orden quebrantado y recuperar la paz para salvar a todos los ciudadanos de aquella inimaginable amenaza. Los gritos histéricos de cientos de personas resonaron como in trueno en el lugar y la gente corrió despavorida en todas direcciones. Sólo los uniformados y un helicóptero que grababa en vivo, para el canal local, permanecieron en sus posiciones.
El hombre, detuvo su marcha y sin voltear, dijo a los policías que lo miraban aterrados:
—Como ven, no tienen autoridad sobre mí. Su único poder radica en la fuerza que pueden usar contra mí. Pero si les quito eso. ¿Qué les queda? ¿Qué son ustedes? Y entonces ¿En qué me convierto yo que sí podría quitarles la vida, pero ustedes no a mí?
Los policías, visiblemente consternados se replegaban sin dejar de apuntar al hombre que tenía visiblemente rasgada su camisa por los impactos de balas, mientras seguía diciendo:
— Es un error pensar que tienes que destruir algo que no puedes controlar, de la misma manera que es un error pensar que puedes destruir algo simplemente porque puedes hacerlo. Ese tal vez sea el error más grave de la humanidad. Creer que su autoridad tiene que ver con el control. La sociedad humana no controla nada en realidad. Es una ilusión. Someten, asesinan, corrompen, saquean, imponen, conquistan, socaban, atemorizan y ciertamente manipulan a su propia sociedad para obligarlos a hacer lo que algunos cuantos hombres creen que es lo que se debe de hacer. Pero la base de eso es el temor a la libertad y a la muerte… pero ¿qué pasaría si la gente no muriera?
Mientras hablaba el hombre, varios cuerpos de seguridad incluyendo a miembros de élite del ejército comenzaron a ocupar posiciones estratégicas con el fin de “neutralizar al enemigo”. Uno de ellos, ataviado con un impresionante equipo protección antibalas se acercó al hombre hasta estar a solo cinco un par de metros de él.
— Soy el teniente Robbins. Soy el negociador — Informó mientras se aproximaba con las manos en alto. — ¿Cuáles son sus demandas? ¿Qué busca? ¿Qué quiere?
El hombre que lo había visto venir desde uno de los blindados, intensificó su sonrisa y contestó:
— Nada oficial, solo quiero hablar con el presidente.
—¿A qué organización pertenece? ¿Y qué quiere del presidente? Todo podemos arreglarlo.
El hombre soltó una risa natural.
— Amigo, en verdad no hace falta nada esto. ¿Si notas lo ridículo de la situación? Primero me disparan por la espalda, ¿y luego mandan un negociador protegido hasta los dientes para decirme que todo se puede arreglar?
— Lamento lo sucedido, no estaba yo aquí para evitarlo, pero ahora si puedo ayudarte ¿Cómo te llamas? ¿Díganos qué quiere?
—Ya te lo dije, pero si quiere ayudarme, déjame ir a hablar con el presidente…
— El presidente no está disponible por el momento, pero creo que podemos agendar algo para otro día, ¿qué dice? Acompáñanos y podemos platicarlo.
— Querido amigo, entiendo bien tu labor y lo aprecio, pero no hace falta, yo voy a hablar con el presidente de una u otra manera, esté donde esté, y nadie puede evitar que lo haga.
— Cuando habla así señor suena como una amenaza, ¿lo entiende?
— Entiendo por supuesto que a ustedes les parezca una amenaza, porque como ya les dije, quieren tener el control absoluto de todas las cosas, y eso lo creen lograr a través de la fuerza y la intimidación. Pero como a mí no me afecta la fuerza y la intimidación, entonces su estrategia es nula y básicamente sólo me están haciendo perder mi tiempo.
Esto lo dijo sin disminuir su caminar, cuando de pronto, un proyectil de alto calibre impactó directamente en su cabeza.
El hombre ni parpadeó, pero giró su cabeza en dirección al asombrado teniente que, con el arma humeante entre sus manos, sólo dio unos pasaos para atrás presa de una súbita sensación de terror.
— Le dije Sr. Robbins que es nulo lo que hagan, nada puede impedir que yo siga avanzando. Su fortaleza, es una debilidad cuando lo que considera una ventaja o una solución, no lo es. Ustedes no pueden aterrorizarme, no pueden intimidarme, y como ve usted, no pueden lastimarme. Así que no tiene poder alguno sobre mí.
El teniente se discutía entre la locura y la disciplina de años en la fuerza, lo que le obligaban a hablar casi sin escuchar lo que su propia boca decía:
—Pero, pero… es que, usted debe entender que no podemos dejarlo seguir adelante. Tendremos que usar todo nuestro poder para detenerlo…
— Si lo entiendo. — Dijo tranquilamente mientras seguía avanzando. — Los que no entienden son ustedes, ya les dije que no hay forma de detenerme. Pero me da curiosidad ¿Por qué no dejar a un hombre desarmado, hablar con su presidente? ¿A qué le tienen miedo?
— Pues a que atente contra su vida, por supuesto —El teniente balbuceó.
— Eso no va a ocurrir, sólo quiero platicar con él. Sin embargo, ¿por qué les preocupa tanto que pudiera morir su presidente? Pueden tener a otro de inmediato ¿no? ¿Sí se dan cuenta que su presidente es solo un hombre más? — El hombre seguía avanzando y llegó hasta un vehículo blindado que obstaculizaba el paso. Para el asombro de todos, el hombre desplazó el vehículo como si fuera una gran caja vacía, mientras decía. — Es un hombre como cualquier otro, incluso hasta menos inteligente que la mayoría… ¿No lo cree? Pero sin importar eso, ¿su importancia cuál es?
— Él representa a todo nuestro pueblo… — Afirmó el teniente.
— ¿A todo? eso quiere decir que absolutamente todos los que votaron lo hicieron por él y que todos están de acuerdo con él y todos lo respetan y lo admiran y quieren lo mismo que él ¿No?
— Representa a la mayoría… Y este es un país democrático que basa su poder en la voluntad de la mayoría de sus habitantes…
— ¿Es así? ¿Seguro? Bueno, suponiendo que sí, eso le da derecho de imponer la voluntad de “su mayoría” sobre la minoría que no votó o no votó por él… ¿Correcto? ¿Aunque esa minoría realmente sea una mayoría que está completamente en contra de lo que él piensa y hace?
— Es un país civilizado… Se debe respetar la voz del pueblo, que en su mayoría…
—… Y el resto de los países del mundo, aunque no hayan votado por él, ¿también se deben someter a la voluntad de esa mayoría que sí lo hizo en su país? — interrumpió el hombre al negociador que caminaba a su lado ya más como forzado acompañante que como autoridad.
— No bueno…, cada país es soberano, nosotros respetamos eso, pero pues, los intereses de la nación son la prioridad y eso da un equilibrio internacional…
— ¿Lo cree así teniente? Es decir ¿quién le dio a su presidente la autoridad de decidir sobre la soberanía de otros países? Y de ser así, ¿por qué no aceptan mejor ustedes la autoridad de China, o de Rusia por ejemplo? Ah, porque ellos son el enemigo ¿No?
— Mmmh, no, pero cada quien tiene sus propios intereses…
— Pero los de ustedes son los más importantes y correctos, porque son suyos.
— En parte sí, porque somos patriotas y tenemos que defender nuestra tierra…—El teniente parecía un poco confundido a medida que hablaba.
—Pero los intereses de los demás también son importantes para ellos, ¿no es así? — El mediador no respondió. — Lo que implica que sus razones son tan válidas como las de ustedes ¿verdad? Entonces, ¿por qué tendrían ellos que imponerles a ustedes “su verdad”? Y ustedes, ¿por qué deberían de destruir a quienes no comparta la suya?
En esos momentos varios comandos militares llegaron a la escena en varios vehículos y algunas aeronaves. La ciudad se había puesto en alerta.
A sólo un par de kilómetros de distancia, el que hasta unos minutos antes se hacía llamar el hombre más poderoso de todo el orbe comenzó a sudar frío víctima de una odiada sensación que creía haber superado desde su juventud: el miedo.
Desde una de las “Salas de situación” al interior de la Casa Presidencial, el primer mandatario seguía con ojos desorbitados el lento avance de ese sujeto que minutos antes le habían dicho: “quiere hablar con usted, señor presidente”.
Ese día, el presidente se encontraba inmerso en una típica discusión mañanera con varios de sus asesores cuando alguien entró a su oficina con paso acelerado y sin más se acercó a su jefe de seguridad y le habló al oído. El ceño fruncido del funcionario incomodó al presidente quien gritó:
—¿Que carajos pasa?
— Nada señor— dijo el encargado de la seguridad—, al parecer hay una situación de que debo revisar…
— ¡Pues vaya y resuélvalo carajo!
El hombre, un súbdito fiel de aquel líder vociferante y grosero, acudió de inmediato a ver lo que ocurría y le tocó ver las primeros intentos de embestidas de los policías en un televisor que daba las noticias. Su primera impresión fue que se trataba de alguna especie de broma o acto teatral.
— ¿Qué demonios es eso? — Espetó malhumorado, pero sin entender qué miraba — ¿Para eso me sacaron de una reunión importante? ¿No es acaso eso un montaje o un video de una película?
— No señor, eso es un programa en vivo de algo que está ocurriendo a unas calles de aquí.
El funcionario se quedó mirando en silencio lo que ocurría. De pronto, cuando vio que el sujeto siguió caminando tras ser baleado por varios elementos, se crispó y volteando a su alrededor pidió con ojos desorbitados una explicación. Pero al ver que todos a su tenían el mismo gesto, decidió ir con su jefe.
— ¡Dónde estabas, maldita sea! — Le gritó el presidente al verlo entrar, pero cuando observó su rostro desencajado, se preocupó. — ¿Qué ocurre? ¿Nos atacan?
Sorprendido por aquellas palabras, el Secretario de Seguridad dudó en cómo explicar lo que había visto, e incluso consideró no decirle la verdad al no poder él mismo creer lo que acababa de atestiguar.
— No exactamente, Señor— Carraspeo tratando de encontrar las palabras adecuadas. — Se trata de un hombre que está causando cierto alboroto en las proximidades.
— ¿Y eso qué carajos nos importa? ¿Para eso nos interrumpieron? Manifestantes y disconformes hay todos los días, que lo levanten y lo encierren por sedición y listo.
— El punto Señor… — titubeó— Es que no podemos.
— ¿Cómo carajos dices? ¿No que solo es uno?
— Efectivamente, es solo uno, pero no pueden detenerlo…
— ¡Pues dispárenle! Aquí no vamos a tolerar insurrecciones.
— Sí, bueno, es que eso ya se intentó, en repetidas ocasiones, y no pudimos evitar que siguiera avanzando.
Le presidente entrecerró los ojos y se le quedó mirando con suma molestia.
— ¿De qué diablos me estás hablando?
— Creo que será mejor que lo vea usted mismo, Señor.
El presidente,molesto, miró a todos a su alrededor, y encogiéndose de hombros salió seguido de todos detrás de él.
Al llegar al monitor del cuarto de situación anexo, observó multitudes en las calles y muchos policías, pero no entendió muy bien lo que pasaba. Comenzó a impacientarse al notar que nadie le daba ninguna explicación hasta que un General le indicó con el dedo.
— Mire aquí señor presidente, este sujeto que se ve aquí caminando no ha podido ser neutralizado.
El presidente, impaciente les gritó a todos:
— ¿Y a mi qué diablos me importa esto?
En ese momento se observó con claridad cuando el oficial que caminaba a su lado sacaba súbitamente su arma para dispararle a quema ropa directamente a la cabeza, luego, un griterío y las multitudes corriendo en desbandada por todos lados… pero hombre siguió caminando.
Perplejo, profirió varios insultos, luego sintió un escalofrío cuando escuchó la voz de alguien a su espalda diciendo:
— Viene para acá… Dice que quiere hablar con usted, Señor presidente.
El hombre caminaba a ritmo pausado, sin demostrar prisa o impaciencia en absoluto. Cuando observó que decenas de militares y policías formaban una barricada con tanquetas y vehículos justo en los límites del Casa Presidencial, sonrió.
— Estimado amigos esto es absolutamente innecesario, créanme. Están gastando su tiempo y recursos inútilmente conmigo, porque sencillamente no hay nada que puedan hacer para impedir que avance.
— Si da un paso más abriremos fuego… — Se escuchó por un altavoz.
El hombre miró en dirección opuesta, y observó que a miles de personas que se habían reunido a su alrededor ajenas por completo al peligro que suponían las balas de las armas que sostenían aquellos temerosos hombres que sólo conocían la violencia. Preocupado, solicitó sin levantar mucho la voz que, por su seguridad, se alejaran de él. La gente no hizo caso, por el contrario, comenzaron a acercarse cada vez más en una suerte de colectiva sensación de invulnerabilidad y valentía que les había infundido aquel hombre.
Él siguió avanzando hasta que estuvo a unos metros de ese impresionante retén que estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario por detener a un simple hombre desarmado.
Sin embargo, ninguno de los militares se había atrevido a disparar. La presencia de tanta gente alrededor y detrás del hombre misterioso les había hecho dudar sobre sus órdenes.
El teniente Robbins, que no había dejado de caminar a su lado le suplicó visiblemente preocupado:
— Por favor, no avance más o será inevitable una masacre.
El hombre se detuvo. Y le miró con asombro.
— ¿Me estás diciendo que estas personas están dispuestas a matar a todos estos inocentes únicamente por que recibieron órdenes de hacerlo?
— Son soldados, es su disciplina militar la que impera y harán todo para defender a su país.
— ¿Usted ve que aquí alguien esté atacando a su país? — Cuestionó en el colmo del asombro el hombre—. Y más aún, ¿usted me dice que esa disciplina o obediencia militar está por encima del sentido común y la hermandad que los liga directamente a toda esta gente que es parte del pueblo que juraron proteger?
El teniente no contestó, pero se notaba en su mirada que, muy a su pesar, ese era efectivamente el caso. Al ver esto, el hombre negó con la cabeza y reinició su marcha.
— ¡Espere! — Alcanzó a gritar, pero de inmediato tuvo que correr para alejarse cuando los militares, que no habían dejado de tenerle en la mira, comenzaron a disparar rociando una cantidad absurda de municiones sobre un hombre desarmado que solo caminaba en su dirección. Algunas balas lógicamente no daban en el blanco y rebotaban en las calles incrustándose en la piel de las personas que rodeaban al hombre provocando gritos de dolor y terror entre la multitud. Segundos después, cuando los soldados evidenciaron que sus armas no podían detener el avance de aquel hombre, se replegaron y lo rodearon sin dejar de disparar, lo que provocó que entre ellos mismos se lastimaran hasta que un sargento gritó el alto al fuego.
El hombre retiró con facilidad los vehículos que le estorbaban y al llegar al monumental enrejado que habían dejado libre, la abrió como si tratara del portón de su casa ante la atónita mirada de los militares, policías y espectadores. Antes de entrar se detuvo a mirar atrás y observó aquella lamentable escena llena de humo y gente en el piso desangrándose y gimiendo.
— ¿A caso no les da vergüenza lo que acaban de hacer? Seguir órdenes para defender a su pueblo es un privilegio. La seguridad de la gente es y debe ser la prioridad de cada nación. Lo que ustedes acaban de hacer ahora es justamente lo contrario al mandato que se les fue conferido. ¡Miren ustedes! Vean a su alrededor, este país está en ruinas porque ustedes lo destruyeron. Está en su responsabilidad lo que sucede, pues su actuar imprudente o su pasividad cómplice ha permitido que ocurran tragedias como estas desde hace tiempo. ¿Dónde quedó su humanidad y si inteligencia? ¿Dónde está su amor al prójimo? ¿Dónde está su virtud? ¿Quiénes son ahora? ¿A quién o qué entregaron la soberanía de sus mentes y sus almas?
Tras gritarles esto, se dio media vuelta y caminó en dirección a la casa.
– ¡Señor presidente! ¡Tenemos que irnos! El helicóptero lo sacará de aquí.
El mandatario, que no podía dejar de observar el monitor, aún no daba crédito a lo que pasaba, y en su arrogancia, asumió que se trataba de un ardid muy elaborado del que no participaría, por supuesto. Varias veces trataron de jalarlo para llevarlo a sitio seguro, pero autoritario como era, no permitió que nadie le tocara y los insultó a todos. El nerviosísimo se apoderó de esa sala cuando notaron que su Líder, ajeno completamente a la realidad, parecía tomarse a la ligera la situación, y por primera vez algunos notaron que actuaba como un loco. Lo miraron caminar de un lado a otro y mecerse los cabellos vociferando incoherencias y lanzando risas mientras, en el monitor, la figura del hombre avanzaba ya por el vestíbulo de aquella lujosa e inmensa casa, tomando sin titubear cada uno de los pasillos que lo llevarían a ese salón, como si supiera exactamente dónde se encontraban.
Algunos sencillamente obedecieron a su instinto natural y salieron corriendo, otros, alterados, pero menos cobardes, comenzaron a alejarse del mandatario ocupando los diferentes rincones de esa habitación.
El presidente, nada notaba, seguía mirando en los monitores el indetenible avance de ese personaje que en un par de ocasiones más fue atacado sin éxito, hasta que el sonido de las detonaciones se escuchó primero a sus espaldas, que en las bocinas de los monitores. Entonces, un potente ruido le obligó a voltear consternado. Alguien había cerrado la puerta de seguridad haciendo uso del botón de pánico.
Los gritos, las detonaciones y hasta explosiones, a pesar de acontecer justo detrás de la puerta, solo eran lejanos murmullos que se intensificaban por el audio de los monitores. Todo era confusión.
—¿Esto realmente está pasando? — Preguntó con rostro desencajado, sin poder comprender en qué momento pasó de ser el hombre más importante y poderoso del mundo, a un simple y atemorizado hombre sin poder ni autoridad alguna.
La pesada puerta blindada, a prueba de ataques nucleares, parecía ofrecer un refugio seguro, por lo que provocó gritos de histeria y desmayos cuando se abrió como si se tratara de una puerta común y dejó ver el cuerpo semidesnudo del hombre.
— Buen día Señor presidente— Saludó con afabilidad y sin que pudiera apreciarse un tono irónico o de sarcasmo en su voz.
El presidente, no atinó a responder, su realidad se había derrumbado y no entendía si estaba despierto o dormido, ni si era a él a quien se dirigía ese hombre de apariencia insignificante.
— Lamento presentarme así — Se disculpó el hombre haciendo alusión también a sus ropas que se encontraban despedazadas por los cientos de proyectiles que recibiera en su trayecto. Luego, caminó unos pasos más y saludó a los presentes con un respetuoso movimiento de cabeza.
— ¿Qué diablos quieres? — Fue lo único que alcanzo a decir el presidente.
— Me tomé la libertad de venir a platicar unos momentos con usted, Señor presidente, debido a que me ha preocupado considerablemente la situación actual de nuestro país. Verá, me parece que ha olvidado que usted es un simple servidor público, es decir, un empleado del pueblo que lo eligió, pero también del que no… Y ese es un tema importante, porque usted ha perdido el sentido mismo de su presencia en esta casa y la dignidad del cargo que ostenta.
Los presentes se voltearon a mirar al presidente que parecía estar en shock.
— Este asunto es grave— Continuó el hombre—. Sobre todo, porque lamentablemente, el ejercicio de la política, y de su cargo en particular, afecta directa e indirectamente a las personas que confían en que su gobierno velará por sus intereses y les procurará bienestar. Ellos no entienden la compleja maquinaria que está detrás de todo esto, a ellos lo único que les interesa es vivir con seguridad y libertad, que se les permita generar riqueza en base a sus muy particulares capacidades y que no haya nadie que se las robe, ni otras personas y mucho menos ustedes como gobierno, sino por el contrario, ellos esperan recibir el apoyo suficiente para mejorar su calidad de vida y merecer todo aquello que su esfuerzo pueda lograr sin temor a perder la vida o su patrimonio por los actos irracionales de un hombre que ha dejado de ver a la sociedad que integra su nación como el pilar de la misma, sino que los mira como mascotas o peones de un incomprensible juego de poder que pretende esclavizarlos para volverlos parte de un ideal que solo es factible en los disparatados linderos de su mente enferma de avaricia.
El presidente iba a balbucear algo, pero fue inmediatamente interrumpido por las palabras que seguía diciendo el hombre.
— Comprenda, señor presidente, que su autoridad no solo es temporal, sino que además es relativa. Su poder no es ilimitado, de hecho, esta autoridad para ejercer poder, se fundamenta no en su carácter de mandatario con accesos al control militar y económico del país, no señor, su poder deviene de la confianza que le da la gente. Usted básicamente no es nada, no es nadie, es solo un hombre más y como tal, no tiene derecho a sentirse superior a quienes, por el contrario, les merece todo su respeto y les debe todo si quehacer, si no, ¿para qué solicitó este puesto? Entienda señor, que su autoridad no es divina, usted es un simple mortal y debe actuar con humildad y con la dignidad de saber que representa la voluntad de cientos de millones de personas. Esa además es una responsabilidad que le obliga a entender que esto no es un juego y que sus deseos y ambiciones deben limitarse a obedecer la ley y procurar lo mejor para sus gobernados. Debe aceptar que se ha vuelto inaccesible e intolerante y se ha rodeado, además, de un séquito de malandrines y aduladores que le ayudan a perder piso y lo alejan de una realidad que está ahí afuera, pero que sencillamente no quiere ver. Por este camino, su gestión está destinada al fracaso y condenará a su pueblo a un sufrimiento doble, pues será físico y moral. Usted tiene la obligación de escuchar esto que le estoy diciendo y cambiar, por eso me he tomado la libertad de venir hasta aquí a que la escuche, porque hoy soy yo, que, como un solo hombre ajeno a su control, pude lograr salvar todos los impedimentos y verle de frente para hacerle ver lo que nadie aquí se atreve a decirle. Pero escúchelo bien, yo soy la representación de millones de personas que no tienen la posibilidad de expresarle su descontento, y que cada bala que dispararon en mi contra me mató, pero no fueron suficientes para asesinar a la mayoría de la población pues somos millones. ¿Se siente incómodo? ¿Aterrado? Ahora imagine como se sentirá el día que la población entienda que el control del país no está en usted y sus mediocres servidores, sino en ellos que le dieron la confianza y los pusieron ahí, y que solo basta que un buen número de ellos se decidan, para arrebatarle, incluso pacíficamente, ese poder que ahora cree absoluto y que usa para su enriquecimiento personal, el de su familia y de todos sus cómplices. Pero, no se confunda señor, controle su paranoia, nadie pretende hacerlo caer, si ocurre, será por causa y consecuencia directa de su torpeza, su estulticia, su necedad, su corrupción y su falta de capacidad y nula visión de estadista. No culpe a otros, cualquiera sabe que una gestión ejemplar propicia un reconocimiento y confianza ejemplares, y en esos terrenos, no habrá nunca intereses individuales o ajenos que puedan motivar la desconfianza de un pueblo. Dese cuenta, señor presidente, que usted no es el hombre más importante del mundo, mucho menos el más poderoso, usted es, eso sí, por su gusto, y por la voluntad popular, una de las personas con el más grande compromiso que un individuo puede llegar a tener: ser un ejemplo de honorabilidad, humanidad, respeto por la ley y liderazgo, con el único fin de proteger y hacer crecer, en todos los sentidos, a cada uno de los habitantes de este país.
Hizo una pausa y miró a su alrededor los mudos presentes.
—¡A ver tú! — Se dirigió a uno de los secretarios de Estado que acompañaban al presidente—. Tú trabajas para el presidente ¿verdad? — el aludido asintió—, pero ¿te sientes con la obligación de obedecerle en todo lo que él diga,0 o crees que también es tu deber hacerle ver sus errores o incluso negarte a hacer lo que te ordena cuando claramente se trata algo que atenta o contraviene los derechos básicos de la población?
No hubo respuesta. Solo miradas esquivas en rostros enrojecidos de vergüenza.
—¿Esto es un golpe de Estado? —Preguntó entre dientes el presidente conteniendo uno de sus típicos arranques de coraje, pero sin atreverse a hacer más que mirar con profundo desprecio a ese insignificante hombre que lo hacía sentir amedrentado.
— ¡Nada de eso! — le calmó el otro sonriendo—. Mi visita pretende ser únicamente un recordatorio de lo que usted debe ser, y será ésta la única vez que nos veamos. La siguiente ocasión que sea necesario recordarle su posición, no seré yo quiera venir a verlo, serán millones de personas que como un solo hombre se abalanzarán sobre usted, y le garantizo que ni su ejército podrá evitarlo, es más, lo más probable es que, como corresponde, se pongan del lado correcto del conflicto, es decir, del lado de los ciudadanos. Esto, sabrá usted, ya ha ocurrido muchas veces alrededor del mundo cuando, sin embargo, por alguna incomprensible razón, personas como usted pierden la perspectiva y se creen intocables, se sienten imbatibles y no dan cuenta de la pequeñez de su persona y lo efímeros y vulnerables que son cuando pierden el apoyo popular o son traicionados por sus más estrechos colaboradores y amigos. Así que, para evitar esos lamentables eventos, es que he venido en persona a hacerle entrar en razón.
— Pero, ¿quién eres tú? — ladró el presidente colérico.
— Ya se lo dije, soy alguien que usted no puede manipular ni amedrentar, alguien que no puede contener ni inmovilizar, mucho menos ignorar. Soy el valor que brota del hartazgo de un pueblo que sufre al ver como aquellos en quien confiaron les han arrebatado todo: la tranquilidad, la salud, la vida de un ser amado, su trabajo, los ahorros de una vida, la libertad de ser y expresarse, la dignidad y hasta sus sueños. Soy la expresión de una realidad que niegas, y por eso no la puedes ver. Represento la justificación de esa horda enardecida que, en un futuro, te juzgará con severidad. Soy la voz del desprecio que te has ganado a pulso, y también el enemigo más temido de todo autócrata… Soy el alma incorruptible de cada hombre libre, y su voluntad, es una fuerza que jamás podrás dominar.
Al término de estas palabras, hizo un expresivo ademán de despedida, y se retiró.
O. Castro