Había una vez un grillo muy flojo y pendenciero que vivía en un inmenso jardín colmado de árboles, plantas y flores. Él se sentía especial porque, a diferencia de los demás insectos, estaba acostumbrado a holgazanear y sólo se alimentaba de lo que les quitaba a otros bichos más pequeños o de lo que se encontraba a su paso, sin esforzarse jamás por obtener algo propio o almacenarlo para las épocas de carestía. Un día, mientras tomaba el sol plácidamente desde una hoja, observó burlón a miles de hormigas afanándose por llevar alimento bajo un gran árbol. Aquello era algo cotidiano, pero en esa ocasión, presa de una morbosa curiosidad decidió bajar a platicar con ellas.
— ¡Hola chiquillas! — Saludó jocoso —. ¿No creen que ya llevan suficientes provisiones para cada una de ustedes? ¿Por qué hacen esto diario y durante todo el día?
Una de ellas, sin disminuir su presurosa marcha, respondió:
— La comida no es solo para nosotras, estamos llevándola a nuestra Reina para que se alimente y alimente a nuestras hermanas hormigas.
El grillo, interesado, observó aquel interminable desfile de hormigas llevando todo tipo de manjares sobre sus lomos en dirección del árbol, y volvió a preguntar:
— ¿Y la Reina qué hace?
— ¡Nada! Para eso estamos nosotras… Ella solo recibe nuestro alimento para seguir creando hermanas que ayuden a traer más comida, y le estamos agradecidos por ello. Es nuestra Reina y la amamos.
El grillo, en el colmo del asombro exclamó socarrón:
— ¡Pero vaya que son tontas ustedes! ¿Y por qué no mejor hacen todo ese trabajo para ustedes mismas? Ya serían ricas y jamás les faltaría alimento.
Otra hormiga que pasaba al momento de escuchar esto, observo extrañada al grillo y refutó:
— ¡Absurdo! Nosotras para qué querríamos riquezas y exceso de alimento si tenemos todo lo que necesitamos para vivir y somos parte de una comunidad perfecta, donde todas dependemos de las demás y cada cual desempeña un papel específico e indispensable dentro de nuestra cadena productiva en beneficio del hormiguero entero…
— ¡Y todo gracias a nuestra amada Reina! —. Confirmó otra hormiga entusiasta.
El grillo, que caminaba junto a ellas, detuvo su marcha incrédulo. — ¡Pero qué brutas! — pensó. No se dan cuenta que realmente la única beneficiada de toda esta labor es la propia Reina, que sin hacer nada, pone a toda su población a trabajar para que ella no tenga que hacerlo, mientras se enriquece con la labor de todos los demás… y hasta le agradecen.
Más tarde, tras reflexionar seriamente sobre el asunto a la sombra de una hoja cercana, exclamó:
— Pensándolo bien… ¡es perfecto! —. Y comenzó a sobarse sus patas delanteras con ambición.
Desde ese momento, el grillo no hizo otra cosa que trabajar en su cabeza la idea de lograr que todos los insectos del jardín trabajaran para él a fin de no tener que hacer nunca nada en la vida para obtener su sustento. Hasta que, un día, de tanto pensarle, creyó encontrar la solución y puso en marcha su ingenioso plan.
Primero, comenzó a sembrar con insidia la discordia entre los insectos para ponerlos en contra de la situación actual de sus vidas, señalando cuidadosamente a cada una de las diferentes colonias la posibilidad de estar mejor si actuaban todos como un solo bloque en la obtención de recursos con el propósito de concentrar la riqueza en un solo lugar, para luego repartirla entre todos equitativamente, pues les hizo notar lo injusto que era otros bichos “acaparadores” de comida pudieran obtener más que otros por sus diferencias físicas y de oportunidades. Luego, cuando la división entre ellos se hizo evidente, se vistió con sus mejores galas y comenzó a recorrer cada uno de los rincones de ese amplio jardín para promover aquella solución práctica. Platicó con todos, incluidas las arañas, orugas, caracoles, mariquitas, cochinillas, escarabajos, y a todos los demás habitantes del jardín. A cada grupo de especies los reunió para explicarles sobre las bondades de trabajar todos para todos para combatir la desigualdad.
Al principio, los insectos titubeaban, pues siempre consideraron que el esfuerzo individual que cada uno hacía era suficientemente bueno y eficaz como para proveerse a sí mismos, sin que tuvieran que trabajar en equipo con otras especies. Sin embargo, el grillo era muy convincente en su discurso de unión e igualdad, por lo que algunos, sobre todo los más pequeños y débiles, a los que ciertamente se les complicaban las labores de obtención de víveres, se sintieron francamente atraídos por la idea de que los más fuertes y hábiles para encontrar comida les repartieran parte del fruto de esfuerzo. Y también ocurrió que algunos de los más fuertes, avergonzados por las claras ventajas que el grillo les había señalado, comenzaron a convencerse de que su destreza y capacidad les permitía obtener más de lo que realmente necesitaban, y terminaron por aceptar que no les costaba nada compartirlo con los menos afortunados, que eran muchos.
La elocuencia y la sinceridad con la que el grillo hablaba y hablaba de las ventajas y virtudes de esa estrategia colectiva, interesó paulatinamente a una gran cantidad de insectos, los cuales aceptaron comenzar a trabajar en comunión para mejorar las vidas de todos, teniendo siempre como parámetro y ejemplo a seguir, la perfección del “sistema hormiguero”. Sin embargo, no todos los insectos estaban convencidos y decidieron hacer oídos sordos a los constantes llamados que hacía el grillo para explicarles su gran idea. Entre ellos se encontraban el escarabajo y la cochinilla, quienes pensaban ridículo compartir su alimento con los demás o que aquellos les dieran algo que sencillamente no necesitaban. La araña y el alacrán definitivamente no compartieron la idea puesto que su alimento era precisamente a base de otros insectos y tuvieron una actitud muy hostil con las pretensiones del grillo. En cambio, otros como sus parientes los saltamontes, la oruga, el caracol, la mariquita y el picudo rojo estuvieron rápidamente de acuerdo en que sería mejor que todos se unieran para conseguir alimento y almacenarlo donde el sabio grillo les había sugerido.
Muy pronto, en el jardín comenzó a verse un cambio extraordinario, los insectos, bajo la dirección del líder Grillo, trabajaban largas jornadas buscando alimento para almacenarlo y luego repartirlo entre la comunidad. El Grillo estaba contento con su logro, pues veía crecer su bodega de alimentos rápidamente, pero aún no estaba satisfecho, porque compartir lo que almacenaba con sus familiares y sus leales los saltamontes, no dejaba mucho para repartir a los que se afanaban todo el día, por lo que optó por ofrecerle el alimento solo a los más débiles, y que eran la mayoría de la población de insectos, lo que muy pronto desató las quejas de una colonia de picudos rojos, quienes fueron los primeros en levantar la voz al ver que su trabajo no les redituaba como esperaban.
— ¡Estamos inconformes y molestos, Grillo! — Dijo el líder de los Rojos— . ¿Dónde está todo el alimento que hemos acumulado? ¿Por qué no se ha repartido de manera equitativa entre todos?
El Grillo, sentado en lo alto de una raíz ubicada sobre el hoyo que había dispuesto como almacén de la comunidad (aunque solo él tenía acceso a lo almacenado), se mostró sorprendido, casi apenado.
— ¡Tranquilos amigos! Deben entender que este proceso apenas comienza y hasta ahora no hemos logrado producir el suficiente alimento, tenemos que redoblar esfuerzos para generar más y que alcance para todos porque somos muchos. Mientras decía esto, había hecho señas para que los insectos más beneficiados acudieran a participar de esa inesperada protesta.
— ¡Pero nosotros somos los que trabajamos! — Increpó el líder de los picudos rojos— Nosotros no te vemos a ti ni a los otros saltamontes haciendo nada salvo repartirse toda nuestra comida entre ustedes y los demás insectos que no trabajan.
El Grillo, fastidiado por aquella insolencia, miró con odio diabólico al insecto que se atrevía a cuestionarlo y le dijo:
— ¿Te atreves a cuestionar mis métodos? Yo soy quien ideó este gran plan, que demás todos lo avalaron, y lo hicieron por que ofrece ventajas claras a los más necesitados, quienes, por cierto, contrario a ustedes, sí agradecen el esfuerzo colectivo, además — mencionó en un tono más conciliador —, créanme que muy pronto, si seguimos así, habrá de sobra para todos y ya ninguna de las colonias tendrá que trabajar tanto, pues este es un jardín muy rico en recursos que antes solo beneficiaba a unos pocos. Pero si están tan molestos — hizo una pausa dramática—, puedo dejar ahora mismo este puesto de tanta responsabilidad que yo no pedí, fue la mayoría de la población del Jardín la que me pidió que lo tomara. Pero ustedes son la comunidad y son los que mandan, así que sí quieren, escojan a alguien más entre ustedes para que se haga cargo, o simplemente dejemos de hacer todo esto y que cada quien se rasque con sus propias patas como antes.
Tras decir esto, se encorvó apesadumbrado e hizo el ademán de retirarse, pero se detuvo cuando escuchó un clamor de descontento entre los muchos otros insectos que, habiendo conocido ya por unos días los beneficios de aquel sistema, no querían que las cosas volvieran a ser como antes. El griterío fue subiendo de tono impulsado por los grillos y saltamontes hasta el punto de convertirse en una auténtica revuelta, lo que espantó al líder de los picudos rojos, quien de pronto se dio cuenta que, de no acatar las “sugerencias” del Líder Grillo, tendría que luchar no solo contra él, sino contra la comunidad de insectos completa, por lo que se apresuró a desistirse de lo dicho y aceptó redoblar esfuerzos si el Grillo se comprometía a ejercer una mejor repartición de los recursos.
El Grillo concedió en primera instancia y agradeció el apoyo y la lealtad de la comunidad del jardín y la disposición de cooperar los rojos, quienes se retiraron entre sonoros abucheos. Aquello había sido una grata victoria, pero, inteligente como era, dedujo que aquellas protestas podrían volver a darse y que no sería conveniente permitir que éstas contaminaran a los que estaban claramente conformes con lo que hacían, por lo que ideó un plan. Al día siguiente, acudió con la araña y el alacrán y en confidencia pactó con ellos. Si le ayudaban con su fortaleza a mantener el orden en su jardín, les pagaría diariamente con un insecto fresco, sin que tuvieran que ir a cazarlo. La araña y el alacrán estuvieron de acuerdo.
Los primeros sacrificados fueron el líder de los picudos rojos y sus más cercanos colaboradores, lo que tuvo el efecto de hacer que la colonia completa de picudos rojos comenzaran a trabajar de una manera más parecida al hormiguero que nunca, y sin proferir queja alguna. El Grillo ahora estaba satisfecho, pero su ambición de poder estaba por encima de su gusto por la riqueza, así que pidió a sus nuevos socios, la araña y al alacrán, a que le ayudaran “convencer” a los demás insectos del jardín de que la mejor opción era unirse obligatoriamente a esa forma de gobierno que beneficiaba a toda la comunidad. Así, muy pronto logró que todos trabajaran como auténticas hormigas para conseguir suministros, y observó con emoción, que su “madriguera”, al saturarse, requirió la construcción de otras más donde almacenar la ingente cantidad de comida que acarreaban sus súbditos.
Todos participaban, incluso el escarabajo y la cochinilla que, aunque no comían lo que almacenaban, eran los más abnegados trabajadores, pues temían principalmente a la araña, la que de vez en cuando era llamada a poner “orden” cuando alguien osaba transgredir las instrucciones del líder o para disuadir posibles protestas.
La repartición de los recursos hacia los picudos rojos siguió siendo magra por órdenes del Grillo, quien consideraba esa colonia de insectos como revoltosa y prefirió tenerlos limitados. Los más contentos fueron los caracoles, las orugas, las mariquitas y las diferentes familias de saltamontes, quienes recibían porciones mayores de alimento sin prácticamente hacer nada, salvo apoyar fielmente las órdenes de su pariente y benefactor, el Grillo, a quien ayudaron también a acomodarse en la planta más grande y lujosa de todo el jardín. Un día, las cochinillas y el escarabajo acudieron a él para solicitar trabajar solo medias jornadas para la “comunidad hormiga”, esto con el propósito de tener tiempo para ir en busca del alimento que era verdaderamente apropiado para ellas. El Grillo, que usaba a los grandes escarabajos para las tareas más pesadas, se indignó.
— ¡Ustedes tienen suerte de ser parte de esta comunidad! ¿y encima se quejan? — Cuestionó visiblemente furioso con la desfachatez de los escarabajos—. Son unos avaros y malagradecidos.
— No mi señor, disculpe el atrevimiento — Se apresuró a tranquilizar el viejo líder escarabajo —. Solo estamos tratando de hacerle entender que esos esfuerzos que hace la comunidad de insectos a nuestras comunidades no convienen — dijo mientras inclinaba todo su cuerpo, y apenado, continuó:
— Es decir, nada de eso nos beneficia, no podemos alimentarnos de esas enormes riquezas que están acumulando ustedes. Por eso pedimos que nos permita trabajar un poco menos para poder hacer lo que sí nos puede ayudar a estar mejor.
El grillo indignado, argumentó:
— Ustedes lo que pretenden es abusar de esas diferencias para dejar de ser útiles a la comunidad que los ha acogido. Ustedes fueron privilegiados con fuerza superior y quieren mantener esos privilegios, pero sin que sirvan a los demás. Son unos egoístas y unos traidores.
— ¡No, señor Grillo! — Se apresuró a refutar de inmediato el escarabajo alarmado —. ¡De ninguna manera! Queremos seguir apoyándolos, desde luego, pero nosotros tenemos necesidades e intereses diferentes que aquí de esta forma no podemos satisfacer…
— ¡Ustedes están mal! Su colonia es la que debe adaptarse a la comunidad, no al revés. Ustedes son parte de este Jardín y deben entonces cambiar sus hábitos, comer lo que se tiene y adaptarse a las tareas que se les indican y que no solo les beneficien a ustedes, sino a todos los demás.
— Pero ¿quién dice que…?
— ¡Lo digo yo! — Gritó el Líder Grillo —. Y es todo. O hacen lo que se les pide o se les va obligar por la fuerza. No se hable más. Si dejo que ustedes hagan lo que quieran, pronto los demás van a querer hacerlo también y eso rompería la armonía que existe en este lugar… y eso no lo voy permitir.
Dicho esto, un par de arañas se acercaron amenazantes y los escarabajos y las cochinillas salieron corriendo, solo el veterano vocero de todos ellos se quedó en el lugar. Valiente, pero frustrado y enojado, pensaba en cómo era posible que ahora un indefenso grillo fuera el que decidiera lo que las colonias de escarabajos debían hacer y comer. ¿En qué momento se había llegado a aquello?
El líder escarabajo no volvió a ser visto y la comunidad de insectos continuó trabajando sin quejas hasta que el tiempo comenzó a hacer evidente que la comida se estaba acabando como consecuencia del uso desmedido de los recursos que los rodeaban. Los líderes de todas las comunidades de insectos pidieron audiencia con el Grillo para explicar que la disminución de las provisiones no tenía que ver con ellos, sino con la naturaleza misma. El Líder, que para ese entonces era un grillo obeso e irreconocible que no hacía otra cosa que sentarse a comer sobre sus incontables riquezas y dar órdenes a los generales de su ejército de saltamontes, se asomó al escuchar el alboroto y dio cuenta de que, efectivamente, los recursos del otrora hermoso jardín, estaban agotándose. Alzó la vista y observó a la distancia otros jardines pletóricos de movimiento y de vida. Entre ellos estaba el hormiguero, que mantenía su ritmo cotidiano en la lejanía de un gran árbol.
Primero meditó sobre la posibilidad de enviar a su población trabajadora a obtener recursos de otros jardines, pero luego se le ocurrió que tal vez podría exportar su ideología para hacerse de las riquezas de otros jardines. La idea le pareció buena. Trataría de convencer a los jardines vecinos como lo hizo con el suyo, y si no aceptaban, aplicaría la fuerza.
El primer avance fue con las hormigas. El Grillo, acompañado de su séquito de saltamontes aduladores y un par de arañas, exigieron la presencia de la Reina. La madre hormiga salió del hormiguero acompañada de decenas de hormigas guerreras para aquél “encuentro diplomático”.
— ¡Amiga Reina! — Comenzó el grillo con un tono de exagerada cordialidad—. Qué gusto conocerle por fin, antes que nada, déjeme felicitarle por el increíble trabajo que hace con su hormiguero. Todo un ejemplo de disciplina y productividad comunal.
La Reina que no entendía de sutilezas, espetó:
— ¿A qué has venido? ¿Por qué osas interrumpir nuestras labores?
El Grillo, sorprendido por aquella reacción, cambió el tono inmediatamente.
— Vine a decirte que desde hoy tú y los tuyos van a tener que cooperar con la comunidad, como hacen todos los demás insectos, pues desde siempre ustedes han ido y venido como les da la gana tomando los recursos de este jardín como si fuera suyo, y eso se acabó.
La Reina, asombrada, observó al Grillo como quien mira a un loco, y preguntó:
— ¿Dices que este jardín no es nuestro? ¿Entonces de quién es?
— Es de toda la comunidad de insectos, por supuesto. — Dijo entre dientes el Grillo que comenzaba a perder la paciencia.
—¿Comunidad dices? —Preguntó con desdén la Reina. — ¿Y nosotros qué tenemos que ver con esa “comunidad” qué mencionas? Nosotros llevamos toda la vida aquí y hacemos lo que hacemos y no nos metemos con nadie.
—Ustedes viven en nuestro territorio, este jardín es de todos y si quieren seguir sirviéndose de sus riquezas deberán pagar tributo y trabajar para la comunidad como hacen todos.
— Estás loco Grillo, nosotros trabajamos para subsistir nosotros y lo hacemos sin pedirles ayuda a ustedes, además no la necesitamos.
— La que está loca eres tu Reina, verás, si no comienzan a darnos lo que pedimos serán consideradas como traidoras y enemigas de nuestro proyecto unificador, lo que inmediatamente las colocará en una posición de desventaja porque nosotros somos mayoría, y si no hacen lo que les digo los vamos a obligar a abandonar este jardín o simplemente las vamos a exterminar.
Aquella amenaza provocó un incómodo silencio que finalmente fue roto por la firme voz de la Reina hormiga.
— ¿Y crees tú que esa supuesta mayoría te da el derecho a decidir sobre el destino de las demás especies?
— No creo, te lo estoy diciendo — indicó el Grillo mientras hacía señas a sus arañas y saltamontes en un claro ademán de que estuvieran alertas para un inminente inicio de las agresiones —. Mi autoridad es total porque cuento con el apoyo de la población. Yo hablo por todos ellos, y si yo digo algo, es absoluto.
La Reina, que observaba el movimiento de insectos hostiles que comenzaba a acercarse y a rodearlos, mandó señal de que todas las hormigas del hormiguero salieran, listas para la batalla.
— ¿Y estás seguro que ustedes son la mayoría? — Cuestionó con ironía la Reina, sabiendo que no todos los insectos de esa comunidad estaban conformes con la manera en que se administraban los recursos ni el autoritarismo con el que se imponían las reglas y los castigos.
— Por supuesto — respondió convencido el Grillo —. Al menos de la mayoría que importa, porque la conforman los insectos más débiles y menos afortunados, a los que tenemos el deber ético de proteger de la tiranía y de bichos abusivos y acaparadores como tú y toda tu raza.
En ese instante la Reina se echó a reír, y con exceso de soberbia replicó:
— ¿Y crees que la naturaleza los hizo débiles o menos afortunados para que llegue alguien como tú a defenderlos? ¿No te das cuenta que, al hacerlo así, los estás condenando a ser aún menos capaces de subsistir por sí mismos? Lo único que estás logrando es crear conflicto dentro de tu comunidad. ¿Sabes por qué? Porque no podrás satisfacer nunca a ninguna en sus necesidades particulares. Cada quien quiere algo distinto o necesita o tiene expectativas diferentes. Tu comunidad es un barril sin fondo de injusticias donde, el esfuerzo de la minoría que se esfuerza trabajando, lo consume una mayoría que no trabaja. Ese desequilibrio será tu ruina…, sobre todo, cuando los que realmente producen dejen de tenerte miedo a ti y a tu sarta de insectos carnívoros.
Tras decir esto, las multitudes de insectos de todas las colonias que se habían ido reuniendo alrededor del hormiguero, comenzaron a discutir sobre la veracidad de lo dicho. Entre tanto, ya miles de hormigas comenzaban a tomar posiciones defensivas desde el centro y bajo tierra habían logrado librar el cerco y ahora eran ellas las que comenzaban a acorralar a los demás insectos.
El Grillo, trabado de coraje, fingió tranquilidad, y con paciencia comentó:
— Querida Reina hipócrita, tú eres la menos indicada para hablar de injusticias. Eres Reina y estás acostumbrada a vivir de los privilegios que te da tu posición y de tener miles de zánganos que hacen todo para ti, y desde luego no se les tiene permitido hacer nada diferente a lo que tú les ordenas.
— ¡Te equivocas! —Le interrumpió la Reina—. Mi labor es fundamental porque solo yo puedo darles vida y ellos agradecen esta posibilidad trabajando arduamente para todo el hormiguero, no solo para mí, y al contrario, yo paso la mayor parte del tiempo sacrificando mi propia vida para darles vida a ellos que son una extensión de mí. Si ellos se fueran, yo moriría, y si yo muero, ellos morirían pues tenemos un equilibrio natural perfecto. Nosotros somos así, nacimos así. En cambio, tú, estás creando algo antinatural, completamente utópico que no puede prosperar, o si lo hace, lo hará de la mano de la injustica, el despotismo y la humillación, el silencio y la amenaza, la coacción y el miedo. Jamás por voluntad o por un natural sentido de conservación destinado a generar un equilibrio que beneficie a todos según sus muy particulares necesidades y capacidades, como era antes de tú los convencieras de lo contrario. Lo que haces tú, es obsceno y un crimen…
Al notar que las palabras de aquella impertinente Reina estaban teniendo eco en su población de insectos, el Grillo, ya rojo por la ira, no quiso discutir más y gritó:
— ¡Mátenla!
Al instante, las arañas se abalanzaron sobre ella, pero fueron interceptadas por varias hormigas guerreras que sacrificaron sus vidas por defenderla. A los costados, las hormigas trabajadoras comenzaron a atacar a cuanto insecto veían, al tiempo que los escarabajos y los picudos rojos, la ver la oportunidad de liberarse de aquella dictadura, tomaron partido por las hormigas y atacaron a los saltamontes y a las mariquitas, caracoles y demás insectos que vitoreaban al líder Grillo. De todas partes del jardín llegaron más y más hasta formar montañas de bichos que se arremolinaban unos contra otros en una brutal carnicería, cuando del cielo cayó girando una máquina infernal que destruyó todo a su paso haciendo pedazos a las masas de insectos encaramados en franca lucha a muerte.
Tras la podadora, vino el rastrillo que aró la tierra, se vertió abono, se regó y se volvió a sembrar toda la flora y vegetación que, por algún extraño motivo, se había secado sin que la presencia de alguna plaga reconocida se hubiera encontrado en aquél otrora bellísimo jardín. Tiempo después, el sol y el agua constantes le permitieron recuperar su esplendor. Las hormigas, construyeron un nuevo hormiguero y los demás insectos volvieron a formar parte del equilibro natural del jardín. Solo anécdotas de lo que alguna vez había ocurrido en ese lugar, previo a la catástrofe, se contaban entre los más ancianos sobrevivientes. Los caracoles, sobre todo, añoraban aquellas épocas y solían juntarse con otras colonias de insectos para platicar de lo dulces que eran aquellos tiempos, en comparación con lo arduo que era el presente ahora que no había quien les proveyera del sustento, y hablaban con envidia de otros insectos que, dotados de una condición especial, como fuerza, velocidad o alas, iban de aquí para allá obteniendo las mieles de su quehacer cotidiano sin notar que, en lo alto de una hoja cercana, un joven y curioso grillo les escuchaba con gran interés.
O. Castro