— Nada es infinito — expreso convencido, aunque desviándome del tema.

— Pero hay teorías afirman que sí — escucho inmediatamente decir a alguien.

— Pero, ni la luz es infinita— replico sorprendido, y continúo: — ¿Cómo puede serlo algo más? Es evidente que la materia cambia constantemente, pero finalmente, su tendencia es degradatoria y termina por desaparecer, diluirse, extinguirse y morir. Los soles, que son la más grandiosa fuente de energía y recurso máximo de creación de vida alrededor del universo, también terminan muriendo algún día. Es cierto que algunos se colapsan y transforman su energía en materia (tal es el caso de las enanas blancas), otros, se transforman en antimateria (como los agujeros negros), pero en ambos casos, esa materia, inconmensurablemente densa y poderosa, en algún momento, habrá de desaparecer también. Es solo un ciclo normal de naturaleza y se aplica a todo, desde los seres más diminutos de la flora y la fauna, hasta el universo entero.

—  Pero los científicos afirman que esto no es así.  — Me refutan varios.

Esto me da pie a retomar el tema principal, así que tomo aire y me preparo a explicarles con calma:

—  Es verdad, las teorías de la relatividad, como la de Einstein, promueven la idea de que el universo es relativo en el tiempo y el espacio, sin embargo, es sólo una teoría que busca comprender de manera un tanto abstracta, las incógnitas indescifrables del cosmos. No se le puede quitar mérito, es un gran intento, pero también dicen que pueden medir, de manera “aproximada”, la longitud del universo y calcular la duración de vida de los astros, así como su tamaño y temperatura, etc. Y yo me pregunto, ¿cómo pueden atreverse a asegurar algo semejante? Los científicos, son en su mayoría, eruditos del conocimiento, gente preparada que comprende y aplica de manera precisa los resultados, basados en exhaustivos análisis que a su vez son producto de las informaciones obtenidas mediante métodos perfectamente enumerados y de modernos instrumentos de investigación. Pero, ¿es que creen que sus computadoras, sus enormes telescopios ultrasónicos o cualquiera de sus aparatos creados por sus propias manos en base a una idea cerrada y obstinada de lo que les rodea, les pude dar alguna luz de lo que realmente pasa en un espacio tan inmenso, rico y poderoso como lo es el universo? Y no me mal interpreten, por favor. He de reconocer e inclinar la cabeza ante los excepcionales científicos de todo el mundo que hoy día continúan dirigiendo sus esfuerzos en busca de las leyes o verdades que imperan en la vida, así como a los que ya han muerto en el intento, legando tras de sí, un invaluable cúmulo de conocimientos, experiencias, inventos y resultados ciertos y válidos. Pero sólo son genios en esa limitada área del conocimiento y de la creación de instrumentos y el análisis de las cosas a través de ellos. Pero por ese camino, jamás encontrarán las respuestas que buscan, y los datos que obtengan, estarán siempre limitados de manera infinita a las propias suposiciones o esperanzas humanas que ellos mismos crean para legitimarlas. Así, el conocimiento se auto obstaculiza y aunque tal vez resulte amplio con respecto a esa área de estudio en particular, por ese “sentido” no se encuentra el camino del verdadero conocimiento.

Es decir, la ciencia y el científico se conducen de tal forma que sería equiparable a un persona (si se me permite la analogía), que en busca de la máxima armonía del sonido, creara y desarrollara para obtenerla, un “pandero”, y descubre que, efectivamente, ese instrumento que creó, le ayuda a percibir sonidos como los que tenía esperanza de escuchar, sólo que son un tanto más limitados; así que, durante toda su vida y la de sus entusiastas descendientes y/o predecesores, se dan a la tarea de perfeccionar dicho instrumento. Cientos de años después, con toda seguridad, ese pandero habrá de ser el más complejo, sofisticado y con el más armonioso sonido que nunca antes hubieran podido extraer de él, y aunque ya son dueños de la idea del sonido, ritmo y armonía, evidentemente su instrumento jamás podrá igualar, ni ellos comprender o siquiera imaginar, el sonido que resulta de cien instrumentos, de treinta clases diferentes de materiales y formas tocando juntos y en perfecta armonía para crear música. Entonces, el pandero únicamente les permite saber que la música existe.

Y el problema radica simplemente en el hecho de que el ser humano ha querido acceder al conocimiento mediante el uso de objetos, creados por él mismo y que le sirven para sustituir sus naturales habilidades de percepción y asimilación, y no han buscado donde realmente se encuentran el conocimiento y las respuestas; dentro de ellos mismos, negligentemente ocultas en su mente, su cuerpo y su espíritu. No necesitan otra herramienta para acceder al conocimiento del universo, uno mismo ya es parte de él.

 Y que no se confunda “espíritu” con alguna característica religiosa de ningún tipo. Ya que, tal concepción, está contaminada por ideas confusas, terrenales y con significados místicos o mágicos que sólo son utilizadas para influir, sugestionar y, en la mayoría de los casos, sojuzgar a los ignorantes. ¡No! Me refiero a que nuestro cuerpo debería ser, o más bien, es nuestro nuestra más perfecta máquina y el mejor vehículo para acceder al conocimiento real del todo, pues al conjugarse con un espíritu libre, acrecentado y limpio (no de pureza mojigata, sino libre de todo aquello sin valor que lo empobrece y confunde), educado, para estar en contacto y en armonía con la naturaleza, y con una mente espontánea, despejada y libre para captar e interpretar de forma abierta, consciente y real, todo lo que nos rodea, nos procuraría las respuestas a las cosas de una forma más natural y objetiva que mediante cualquier aparato creado por el hombre. En otras palabras, obtendríamos la herramienta perfecta. Y es que se trata de una instrumento orgánico, que como parte consciente, integrante del todo, es la más adelantada maquinaria que jamás la naturaleza pudo crear, y habría que ocupar el tiempo en aprender a usarla para descifrar y desarrollar sus escondidas potencialidades, en vez de dedicar todos los esfuerzos de la ciencia en el perfeccionamiento y ampliación de las capacidades de máquinas inanimadas, pues con ello, sólo se construye el camino hacia la sustitución de todas nuestras habilidades innatas, muchas ya de por sí atrofiadas y varias (imposible saber cuántas) perdidas o desconocidas.

— ¡Pero eso suena esotérico y mucho más mágico y misterioso que algunas de las más descaradas religiones o sectas! – gritó uno escandalizado.

Yo guardé la calma y objeté:

— Eso únicamente suena así, porque nuestra concepción de la realidad nos obliga a verlo de esa manera. Esa es la gran limitación. Por siglos, el hombre ha huído de su cuerpo por ignorancia, y lo ha hecho hasta desconocerlo del todo, al tiempo que se sumerge en un incontrolable rito obligado de acumulación (o simplemente posesión) de infinidad cosas que le separan de una naturaleza de la que ya no se siente parte integral. Pero pensemos: los períodos de mayor lucidez de la humanidad y de la creación del más bello arte, no son estos tiempos modernos, saturados de tecnología e inventos “fabulosos” que sólo sirven para esclavizar al hombre, no, son aquellos que descansan en los anales de una vida sin máquinas, donde tan sólo sencillas herramientas acompañaban el ímpetu creador del individuo en su afán de comprender, imitar y ser parte de la naturaleza; ése es un buen ejemplo.

Tras una breve pausa, y aprovechando el silencio, proseguí:

— Además, ¿creen que los murciélagos deberían usar algún tipo de sofisticado lente creado por la más avanzada tecnología para poder ver lo que les rodea y no andar como estúpidos animales cegatones por la vida? —  Pregunté, con marcada intención dirigiéndome a los que consideraban mis argumentos como fantasías dignas de un loco — ¡No! ¡Claro no! — Me respondo solo. —  El murciélago y muchos otros animales están adaptados a la naturaleza y eso desarrolla en ellos capacidades que, aunque pueden parecer extraordinarias, curiosamente los científicos las nombran como “radares naturales”; es decir, si ellos acepan que un animal posee radares incorporados a su fisonomía, que le permiten desempeñarse de manera óptima en su entorno, ¿por qué no hemos de poder utilizar nosotros nuestras habilidades, que además superan por mucho a la de cualquier otro animal sobre la tierra? Pero no, nosotros (y algunos creen que ahí se encuentra la respuesta), tenemos un cerebro que nos permite crear sofisticados aparatos que emulan las habilidades naturales de los murciélagos.

Y está bien. Cada ser de la naturaleza está equipado con sus muy particulares características de adaptación al ambiente con el único fin de sobrevivir. Sin embargo, la anguila eléctrica puede descargar con su cuerpo hasta 850 voltios sin estar enchufado a la corriente. Hay insectos (luciérnaga) y animales acuáticos (pez linterna y medusas entre muchos otros) que traen incorporada su propia luz (bioluminiscencia), sin usar pilas o bombillas. Los lagartos pueden reconstituir sus partes amputadas, los camaleones y pulpos además cambian de color y forma adaptándose al ambiente que los rodea en segundos. El “camarón pistola” genera golpes tan poderosos con su tenaza que, por una milésima de segundo genera una onda de choque que emula la temperatura del sol (si, como se escucha), además, sus ojos pueden ver luz polarizada que ni nosotros alcanzamos a ver con los aparatos más sofisticados. El tardígrado es un bicho básicamente indestructible e inmortal que soporta el vacío del espacio (sin oxígeno y con radiación) y temperaturas de -200° bajo cero o 150° sobre cero. El ajolote puede reconstruir cualquier órgano de su cuerpo en semanas. El zafiro de mar puede hacerse, escuchen bien, invisible.

— Y sí… —Sigo hablando mientras observo a varios negar incrédulos con la cabeza —, sé que algunos dirían, que el humano tiene un cerebro más desarrollado y con eso ha dominado a todas las demás especies, y como no tiene alas, usa su inteligencia para fabricarse unas si quiere volar y también para imitar cualquier otra ventaja que haya en la naturaleza.

Muchos asintieron convencidos, pero yo rematé:

— Pero esa, es solo una ilusión. El hombre sigue siendo tan débil que algo tan pequeño como un virus o un mosquito puede aniquilarlo. Ya no hablemos de un animal grande. Y se ha desviado tanto de su proceso evolutivo que requiere la piel de otros animales o fabricarse complejos objetos parecidos para protegerse del frío o del calor; construye casas y edificios para estar a salvo de las inclemencias del tiempo y de los depredadores; ha abandonado para siempre su natural instinto de supervivencia y ahora solo necesita ir al “super” para encontrar qué comer; para comunicarse requiere aparatos electrónicos; para transportarse, pesadas y complejas máquinas; para pensar o entretenerse, pantallas, computadoras y dispositivos, para tranquilizarse o ser felices, drogas y estimulantes, y en general, para poder vivir, ha adaptado todo en el mundo a sus caprichos, sin importarle destruirlo en el proceso… o a sí mismo.

En el auditorio todo era confusión. Así que concluí:

— En resumen, nuestra habilidad humana no solo es hablar, caminar erguidos, socializar o desempeñar trabajos sistematizados de producción, emitir leyes, aplicarlas o elaborar complejos aparatos y maniobrar máquinas que faciliten nuestra forzada cotidianidad, o de plano, buscar que hagan las cosas por nosotros para que nos dé tiempo de seguir hablando, caminando y realizando trabajos sistematizados…, etc. Eso, por el contrario, es una clara muestra de involución, porque, así como si un ave viviera para construirse unas alas para volar, el hombre crea máquinas para vivir.

—¿Y según usted, por pasa eso?

Al escuchar esta pregunta, respiro profundo, y apesadumbrado, contesto:

— Yo les diré por qué… Porque el ser humano ya no se conoce, se ha abandonado, y en el proceso, ha olvidado la importancia de lo más valioso que tiene nuestra especie: nuestra conciencia, y ahora…, ahora creemos erróneamente que no es posible ser de otro modo. Y mientras tanto, nuestro cuerpo, mente y alma, siguen aquí, en nosotros, en cada uno de ustedes, esperando pacientemente que, semejante herramienta, sea aprovechada para algo más que solo existir.

O. Castro