La cotidianidad de la vida moderna, con todas sus exigencias y complicaciones, suele ser bastante tortuosa. Está llena de momentos desagradables, penosos, dolorosos, terrores, humillaciones y varias otras clases de calamidades que, aceptémoslo, en suma son ilimitadamente más abundantes que las buenas sensaciones que devienen de las cosas agradables.

Desde luego habrá quien disienta, pues aseveraciones como ésta son influenciadas (y lo estarán siempre) por la suma de experiencias particulares que a cada cual le hayan ocurrido y que forman parte de su vida.

Yo, en particular, así lo veo y creo firmemente que es así a pesar de que, debo admitir, he vivido muy bien durante las últimas décadas, que pocas cosas me han faltado en realidad, y que mucho he hecho, logrado y conocido del mundo, incluso tal vez más que el grueso de la población.

Sin embargo, reconozco que este mundo es complicado y te confronta constantemente, que hay períodos (demasiado frecuentes), cuando estás cansado, harto y decepcionado de ti mismo y del mundo que te cuestionas tantas cosas, que a veces piensas que no podrás contenerlas, pues son un remolino de presiones dentro de tu cabeza. El tiempo, las normas, las obligaciones, las necesidades, los deseos, las inquietudes, los sueños, las decepciones, los valores, los recuerdos, las ideas, los sentimientos, las emociones, etc., todas convergen a un tiempo atormentando nuestra realidad y confundiendo el momento presente cubriéndolo con suciedades del pasado y paralizándonos con temores futuros. Eso me pasa a mí, ¿a ustedes no?

« En soledad te permites hundirte con mayor ironía en el remolino de tus esperanzas muertas por el choque entre aquello que esperas y lo que recibes en cambio.«

 En momentos como éstos trato de guardar la calma y de reflexionar, salirme de mí mismo y del momento para detenerme a razonar y pensar con calma y para tratar de ver las cosas desde otra perspectiva, pues pocas opciones me quedan cuando esto sucede. Cuando lo logro, ubico mi realidad dentro de un todo que no es absoluto, que es transformable y del que puedo tomar ventaja para hallar la manera de resolver aquello que perturba mi ánimo y ennegrece mis pensamientos, pero resulta difícil, sobre todo porque suele requerir del apoyo de ciertos eventos del exterior que lamentablemente escapan a mi voluntad y que el hombre ordinario nombra como: “la suerte” de que hayan ocurrido justo cuando era necesario que pasaran.

Pero cuando esto no sucede durante un largo período de tiempo, las nubes de tu mente se hacen más y más densas, el cansancio se hace más duradero, y la frustración crece con cada nuevo y monótono día, por lo que resulta increíblemente difícil desprenderse de esa sensación de impotencia, de fracaso y lástima por uno mismo para encontrar una salida que pueda guiarnos hacia una eventual sensación de calma y bienestar. Así, la autocompasión se hace inevitable, pero a veces también de ella se cansa uno y decide entonces aislarse para no seguir avergonzándose ante los demás o preocupar inútilmente a las personas amadas con cosas que para ellos no existen porque no pueden verlas y que tal vez no existen en realidad. Lo malo es que sin saberlo, lo anterior incrementa tu desgracia personal, pues la soledad únicamente aumenta la capacidad de concentración en nuestros propios problemas, los hace crecer de forma monstruosa por sobre la realidad y te aleja de la casualidad de que algo o alguien pueda ayudarte o estimularte de la forma retorcida en que uno lo requiere para salir adelante.

En soledad te permites hundirte con mayor ironía en el remolino de tus esperanzas muertas por el choque entre aquello que esperas y lo que recibes en cambio. Cuando las cosas no resultan como uno las esperaba, se siente mal, pero cuando éstos eventos se repiten constantemente y se prolongan sin que surja la pausa necesaria que te dé un respiro e indique con su llegada que sólo se trata de una racha, nacen conflictos de confianza y muy pronto se vuelve inevitable que dudes de ti, de tus conocimientos, de tu astucia, de tu fuerza, de tu valor y de tu suerte. Te preocupas y te cuestionas (como hago yo), pues se hace evidente que muchas de las cosas que haces no dependen de ti, y que por más que te esfuerces, si las condiciones a tu alrededor no son las apropiadas, lo único que obtendrás son más tropiezos y fracasos. Sin embrago, en la confusión, uno se empecina en sacarle peras al almo y persiste en el intento de demostrarse que se tenía razón aunque se siga equivocando. Entonces, el tiempo se convierte en un enemigo implacable, al que no se le puede ganar y del que dependemos por completo. El ánimo se apaga y se deprime de la mano de las presiones económicas, morales, sociales, de orgullo, vanidad y autosuficiencia. Temes que la gente te mire como tú te miras, y te odias por todo aquello que “pudiste o debiste” pero que dejaste de hacer o nunca hiciste y te atormentas inútilmente con los infernales y estúpidos “hubieras”.

«El fracaso es inevitable. Su fantasma estará presente en cada proyecto que se emprenda, en cada relación que se inicie, en cada decisión que se tome.»

La frustración provoca biorritmos bajos y por ende tristeza, depresión y cansancio. Te falta el apetito, te sientes incómodo con la gente, sobre todo si está contenta. Envidias a todos y cualquier cosa que no tengas, te enojas de casi todo, te hieres a propósito o lloras por pequeñeces y te consuelas con pensamientos pusilánimes y autocompasivos. Te das cuenta que nadie puede ayudarte, aunque a nadie dices lo que piensas, ocultas tus necesidades y sonríes con altivez para ocultar tu temor y tu vergüenza. Así hago yo cuando, acorralado, intento una y otra vez convencerme de que todo lo puedo, que las cosas cambiarán y que nada podrá vencerme, pero pasan los días y no logro levantarme y mucho menos reponerme. Y es que, lamentablemente, cuando las cosas te salen mal, aunque depende de ti ver desde otro punto de vista los problemas, es necesario que surja un estímulo exterior que te dé confianza o te motive a seguir luchando y buscando, pues sin estímulos, no hay respuestas. Esto podría resultar patético, pero es común que por sí mismo uno no puede encontrar los pretextos suficientes para luchar o seguir haciéndolo, y no me refiero desde luego a las necesidades básicas o pulsiones de sobrevivencia, pues obviamente una persona hambrienta o sedienta encuentra en la propia necesidad de comer o beber el pretexto para hacer las cosas, sino a algo más complejo, cosas que requieren de una mayor concentración, trabajo y esfuerzo, impulsados por una necesidad superior, ya sea de riqueza, prestigio, vanidad, de cariño, de atención o popularidad, etc., pues todo lo que hacemos en la sociedad moderna está destinado a generar y obtener satisfacciones económicas y sociales, y estas mismas están dadas por los compañeros de trabajo, los amigos y familiares dentro de los escenarios correspondientes que forman la sociedad. Por ello, cuando el desamor te alcanza o se derrumban los sueños, cuando el trabajo falla o la familia se separa, cuando tus intentos fracasan o los amigos abandonan o traicionan, surgen conflictos internos que desestabilizan tu posición dentro de la realidad que has creado, pues normalmente lo que haces, lo haces para los demás o en relación a los demás, puesto que para ti mismo es poco lo que realmente necesitas para vivir más allá de satisfacer las necesidades básicas y de comodidad. Todo lo demás, hay que aceptarlo, es para los otros, para poder pertenecer, para aspirar a ser cómo, para poder tener, para poder dar o compartir, para ser querido, valorado, admirado, temido, deseado, etc. Para ser alguien, para importar y hacer algo más que solo existir.

«nuestros fracasos, únicamente pueden convertirse en motivación y motor del éxito al comunicarse, compartirse y enfrentarse apoyados por otras personalidades afines que incentiven, aporten, faciliten o que simplemente que no estorben en el proceso».

El fracaso es inevitable. Su fantasma estará presente en cada proyecto que se emprenda, en cada relación que se inicie, en cada decisión que se tome. No tenemos la capacidad de controlar las cosas que pasarán, las acciones de los demás ni las variables extrañas que forman parte del contexto en que vivimos. Por todo ello, resulta fundamental sobreponerse y seguir luchando, aceptando de antemano que tenemos todo en contra y que será únicamente con la voluntad inquebrantable de seguir adelante, y seguir hasta el final, como podremos encontrar un camino diferente que nos guíe en la dirección opuesta de la vida, que es muerte y te lo demuestra desde que naces, pues desde el primer segundo luchas por sobrevivir y debes hacerlo alimentándote, respirando y protegiéndote del frío o el calor, de la enfermedad o de la maldad humana. Pero esto no se logra solo, y nuevamente se hace evidente que debe haber algo fuera de ti, ajeno a tu capacidad y voluntad, que te procure y proteja. Siempre es así.

Es por ello que debemos abandonar el ego y dejar de creer que nosotros seremos capaces de lograr una victoria importante por nosotros mismos. Los fracasos son parte integral de nuestro crecimiento y muestran el camino que no debemos tomar. Pero el verdadero antídoto contra el fracaso es y será siempre rodearte de personas que compartan tus intereses, que sean leales y comprometidos con tus proyectos, y sobre todo, que estén a tu lado para motivarte a levantarte en cada nueva ocasión de adversidad.

Seamos claros, la desesperación, la depresión, la ansiedad o la frustración, que devienen de nuestras constantes decepciones, siempre pueden ser superadas con un cambio radical en nuestro pensamiento y actitud, la resiliencia el carácter y la fuerza de voluntad son la llave, pero nuestros fracasos, únicamente pueden convertirse en motivación y motor del éxito al comunicarse, compartirse y enfrentarse apoyados por otras personalidades afines que incentiven, aporten, faciliten o, simplemente, que no estorben en el proceso. Y hacerlo de manera constante es la única manera de incrementar la probabilidad de que el tiempo y la suerte colisionen algún día con nuestros objetivos y nos ayuden finalmente a alcanzar nuestra meta.

Octavio C.