Hace algunos años realicé entrevistas de trabajo para cubrir vacantes en la empresa. La idea era tomar jóvenes recién egresados, de entre 21 y 25 años, para moldearlos y evitar los vicios de las personas con experiencia. Era algo cotidiano que siempre había funcionado… hasta esa vez. Era el año 2016, y los que aplicaban habían nacido  a mediados o finales de los 90s.

Solicitaron entrevista más de 50, pero solo se presentaron 25. De esos, la mitad no pasó ni la prueba de puntualidad y paciencia, pues, o llegaban tarde o se iban tras media hora de espera.

Algunos tenían una pésima presentación. Llegaban despeinados, desaliñados o vistiendo ropas completamente inapropiadas para una entrevista de trabajo. La otra mitad, la que aguantó el primer filtro, mostraba una cualidad interesante: eran muy impetuosos, demasiado seguros de sí mismos para su edad.  Sin embargo, cuando se les mencionaba que habría un período de entrenamiento durante el cual su sueldo sería el mínimo, levantaban una ceja desconfiados, pero el verdadero espectáculo venía cuando se les mencionaba que el grueso de sus ganancias (que complementaría su sueldo), dependería de su trabajo, de su productividad. Entonces, enchuecaban la boca, comenzaban a mirar en todas direcciones buscando la salida ofreciendo groseras disculpas o dando las gracias nerviosamente. Pero había unos pocos audaces que, con insolencia, preguntaban la razón de ganar tan poco. Entonces, se les explicaba que, como egresados, era normal que no supieran hacer nada y se ocuparía tiempo y recursos de la oficina para entrenarlos en todo lo que necesitaban conocer para llegar a ser profesionistas exitosos que, con su labor, producirían lo suficiente como para pagarse su propio sueldo. Eso les hacía removerse inquietos en su silla con gestos de extrañeza y desaprobación. Yo, al verles dudar, procedía a realizar la pregunta más importante que se hacía los que aspiraban a más. – ¿Cuál es el sueldo mínimo por el que aceptarías este trabajo? –. Entonces, el niño de 21 años, recién egresado de la universidad, cambiaba su semblante y respondía casi sin vacilar. – ¡Veinte mil pesos! ó también: ¡Treinta mil pesos! Una y otra vez logré contener las carcajadas que me provocaba la escena, pero como comenzó a repetirse con alarmante frecuencia, optáramos finalmente por ya no contratar jóvenes y volver a la vieja guardia a pesar de los vicios y las mañas contra las que sabíamos habría que luchar. Debo confesar que, un servidor, molesto por su arrogancia, en muchas ocasiones los desafié y los hice pedazos moralmente al explicarles el tamaño de su estupidez. Alguna vez, a uno, le dije… ¡Perfecto! Te pagaré lo que pides, pero me vas a firmar un contrato comprometiéndote a vender una cantidad suficiente para que la comisión resultante (utilidad) genere lo que solicitas y una parte similar para la empresa, obviamente libre de gastos e impuestos (era una cifra de entre 700mil y 800mil pesos de ventas mensuales). Le expliqué que siempre debía considerar gastos por su labor, como por ejemplo: una porción de la renta, internet, teléfono, luz, papelería, publicidad, gestión, contabilidad, administración, impuestos, IMSS, etc. Su semblante cambiaba conforme le hablaba de responsabilidades y obligaciones. Entonces, molestos me preguntaban. – Pero… ¿Y cómo voy a vender esa cantidad? Ustedes me van a dar los clientes y a enseñar a hacer todo ¿Verdad? –. Era el momento que esperaba, porque yo le contestaba asombrado e indignado: – ¿O sea que quieres cobrar 30mil pesos para que te enseñe a hacer lo que tú ya deberías saber y encima pides que nosotros te demos clientes que ya tenemos para que tú te quedes con nuestra utilidad? La respuesta era brutal: “Pues sí”, decían con tono de colmo.

«…pude comprobar que, los que se expresaban con una visión de la vida limitada y obtusa evidenciando una perspectiva falaz e idealizada de las cosas, resultaban ser casi siempre  estudiantes muy jóvenes»

Llevo más de 20 años dedicándome a lo mismo y nunca había encontrado un muro tan infranqueable como ese, y no entendí muy bien de qué trataba hasta que poco a poco comencé a ver la misma mentalidad, el mismo pensamiento arrogante, pusilánime y quejumbroso expresándose en las redes sociales o en comentarios a las noticias de cada día. Primero con humor, luego con sorpresa, (ahora con terror), fui haciéndome consciente de la personalidad que expresaban los jóvenes con sus comentarios. Algunos eran tan aberrantes que me obligaban a buscar el origen de quien lo escribía para tratar de entender sus razones. Así pude comprobar que, los que se expresaban con una visión de la vida limitada y obtusa evidenciando una perspectiva falaz e idealizada de las cosas, resultaban ser casi siempre  estudiantes muy jóvenes, algunos menores de 20 años y la mayoría se notaban de posiciones privilegiadas o por lo menos con la posibilidad de acceder a una carrera universitaria.

Las tendencias y las modas han sido parte de toda la historia de la humanidad. Los que nacimos en los 70s fuimos parte de una, igual que los de los 60s, 50s, etc. Pero los jóvenes que hoy tienen entre 16 y 26 años son diferentes. Recibieron un mundo nuevo y moderno, saturado de información y tecnología que los ha hecho percibir las cosas de una manera que para nosotros fue impensable hasta que fuimos adultos. Los arduos esfuerzos y las tareas que nosotros realizamos para entender o aprender algo, ahora no existen. Las computadoras, los videojuegos, el bendito internet y todas las redes sociales han encapsulado el mundo hasta colocarlo en la palma de la mano de un niño que no tiene que hacer el menor esfuerzo para obtener lo que desee: información, diversión, entretenimiento, placeres, mercancías, trabajo, etc. La tecnología es una bendición y yo y todos los que tenemos más de 40 crecimos con ella, la vimos nacer y desarrollarse desde la “no existencia” hasta su evolución más moderna. Los nuevos jóvenes, ni siquiera saben que antes no había internet y mucho menos conciben un mundo sin Facebook o sin cámaras para Selfis en tu “dispositivo móvil”. Los textos que escriben se corrigen solos, las cuentas se calculan solas, no hay necesidad memorizar nada o trasladarse para pasar horas o días completos leyendo y estudiando en una biblioteca. Pero lo más delicado es que la síntesis de toda la información mundial se encuentra disponible en cada momento junto con las opiniones de cualquier persona, sin filtro, sin control, sin contexto.

Así, cuando un niño de éstos llega a buscar trabajo, por alguna razón se les ha hecho creer que con solo estudiar su futuro está garantizado. Nada más alejado de la realidad. Pero también les han hecho sentir que su valor es intrínseco a su existencia, como si por el simple hecho de haber nacido todo lo merecieran. Nada más alejado de la realidad. También les han hecho creer que, por alguna razón, se les debe respetar cualquier capricho, idea, ideología o tendencia que se inventen, aunque sea contraria a las buenas costumbres, los valores, la cultura, la familia o su propia salud o la de los demás. Su persona, su “identidad”, pareciera ser el centro alrededor del cual gira el mundo y les es casi imposible notar que su valor aún es nulo, porque no han hecho nada para merecer algo, y que todos los beneficios y las ventajas que ahora disfrutan son el resultado del trabajo y esfuerzo de generaciones de hombres y mujeres que han sudado hasta desfallecer (literalmente) para poder ofrecerles una vida mejor a sus “criaturas”, para que no padezcan como ellos. El resultado es que algunas de estas criaturas ahora se muestran como monstruos insidiosos, intolerantes y caprichosos que sencillamente no aceptan que su vida y actitud es una ridícula parodia de lo que realmente es vivir. Paradójicamente son ellos, los ninis, los inadaptados, los que no han merecido nada y se les ha quitado la oportunidad de madurar, los que están dictando línea de lo que es importante y del cómo deben ser las cosas. Son los que, sin comprender, señalan, limitan, condenan y expresan, sin reflexión alguna, su opinión sobre cada ámbito de la vida, y por ser una manada y manejarse en hordas de muchachos que comparten sus sentimientos a través de la tecnología, logran crean tendencias. Esas tendencias están imponiendo costumbres de pensamiento e ideologías sobre lo que es correcto o no, pero además juzgan con violencia y se enfurecen cuando las cosas resultan ser diferentes a sus esperanzas y expectativas.  Es decir, todo el tiempo. Estos jóvenes ahora se victimizan, lastiman y suicidan ante la presencia del fracaso, la tristeza, el desamor, la soledad o la presión de las responsabilidades.  Estos jóvenes son los que están votando por ilusiones y quimeras de gente ruin que los engaña y se divierte manipulándoles y haciéndolos esclavos de su propia ignorancia y de sus muchos vicios.

La modernidad es algo inevitable, no se debe estigmatizar y por supuesto que se debe abrazar y poner al servicio de nuestras necesidades para facilitarnos la vida. Los niños y jóvenes deben saber usar todas las herramientas que les ha heredado la civilización actual para enfrentarse a los retos de nuestra era, su era. Por eso, hay y que admitirlo, también algunos niños y niñas se han vuelto más inteligentes, más dinámicos e intuitivos. Han despertado en ellos habilidades inauditas para la asimilación y comprensión de nuevos conocimientos que antes un adulto tardaba años en aprender. Los jóvenes también han dado pasos agigantados en casi todas las áreas de la ciencia y la tecnología, el arte y los deportes poniéndose por encima de adultos que les superan en edad y experiencia por décadas. Entonces, ¿qué pasa? La “falla” radica en que, al parecer, es la misma tecnología la que ha separado a los padres de sus hijos, a éstos de sus amigos y a los maestros de sus alumnos, creando un vacío que se llena diariamente con información que no se les explica ni contextualiza para que puedan discernir una verdad de una mentira, entre lo estúpido de algo inteligente, entre el arte y lo vulgar o popular, entre lo bueno y lo malo. Por eso, las nuevas tendencias nos obligan a estar aún más cerca de nuestros hijos para guiarlos por un camino crítico, de integridad y respeto. La generación cuyo patrón anómalo describimos, es la de niños que han sido dejados a su suerte con la esperanza de que toda la información que flota en la red permee en sus cerebros y se coloque adecuadamente, por casualidad, en los lugares correctos para crear estructuras mentales que los hagan madurar y entender el mundo para ser mejores personas. Eso es imposible, y aún peor, está ocurriendo exactamente lo opuesto. Y mientas nosotros (los padres y adultos educados) no estemos ahí para guiarlos e impedirlo, el futuro por el que luchamos quedará en manos de gente fácilmente influenciable, mediocre y quejumbrosa, amante de la inmediatez, personas deprimidas o frustradas que atacan y se defienden ante lo diferente, seres incongruentes, enojados y agresivos que evitan los desafíos y se rompen como el cristal ante la adversidad, jóvenes que todo critican, pero se sienten incomprendidos por ser parte de un mundo extraño y solitario donde lo único que conocen para consolarse y desahogarse, es un teléfono móvil desde donde cargan y descargan todo lo que necesitan para ser felices.

O.Castro