Lo tomó sin prestarle mayor atención. Era solo un libro más entre los cientos que había arrumbados en lo alto de ese closet tan antiguo como aquella enorme casa en la que su abuelo había nacido y que ahora compartían algunos de sus nietos con todo y sus respectivas familias. Ella lo bajó y colocó junto con los demás con la firme intención de liberar espacio para limpiar y finalmente ocuparlo con cosas suyas. La altura de esa última puerta corrediza estaba a más de tres metros de altura, por lo que tuvo que conseguir una escalera para poder escombrar a su gusto. Tras liberar el espacio de todos los “triques” que había encontrado, se dispuso a desempolvarlos para meterlos en cajas y posteriormente regalarlos. Cuando tomó el libro nuevamente se detuvo para contemplar su portada. Poseía un forro elegante y antiguo, con su pasta dura cubierta de piel de color negro con trazos barrocos de tonalidades doradas y al centro una estrella dentro de un círculo que debajo ostentaba su título en letras garigoleadas: Mors Inferna Festum”.

Ella lo miró levantando una ceja. En ninguna parte del libro se podía observar el nombre del autor o editorial, y aunque no sabía latín, “inferna” explicaba mucho y tuvo la virtud de provocar cierta incomodidad en ella, así que lo mantuvo en sus manos un momento debatiéndose entre darle una ojeada o no. Finalmente, aceptando que cualquier cosa relacionada con “infiernos” no debía ser tomado a la ligera, optó por no hacerlo, logrando que su nerviosismo se desvaneciera como por arte de magia. Luego, recordando que una de sus tías, por parte de su padre, tenía afición por los asuntos esotéricos, lo separó del resto para llevárselo al otro día… y así lo hizo.

Todavía durante el trayecto tuvo la inquietud de abrirlo, pero se contuvo al sentir un repentino escalofrío. Cuando su tía le abrió la puerta le saludó alegremente y ella, sin mayores preámbulos, extendió sus los brazos mostrando el libro entre sus manos al tiempo que hacía una fea mueca, como si estuviera entregando el cuerpo de un animal muerto. La tía lo recibió y le dedicó una larga mirada, primero con emoción y luego con escepticismo… “Festín Infernal de la Muerte”, tradujo al leer. – ¿De qué trata? – Le preguntó, pero su sobrina se limitó a subir los hombros y a confesarle que no se había atrevido ni a hojearlo. La hermana menor de su padre sonrió irónica, reprobando su cobardía con un gesto de colmo y con la mano izquierda se dispuso a abrir el libro cuando un grito desgarrador la hizo detenerse. – ¿Por qué gritas de esa forma? – Le increpó molesta a su sobrina que había dado un paso atrás como buscando nuevamente la calle. – A mi no me gustan esas cosas, me dan mucho miedo-, repuso con voz temblorosa, así que, si vas a leerlo, hazlo cuando yo no esté, por favor… Entonces, la tía rompió en carcajadas y dándole un fuerte abrazo le garantizó que así lo haría. Tras una plática breve sobre algunos chismes familiares se despidió de su sobrina y contuvo el impulso por abrirlo y regresó a la sala dejándolo sobre la mesa de centro pues debía irse a trabajar. Toda esa tarde estuvo distraída. Pensamientos de ansiedad que la trasladaban una y otra vez al enigmático libro esperando en su casa le impedían concentrarse. Los minutos se arrastraban pesados y desesperantes. Cuando finalmente llegó la hora de su salida, corrió a su casa sin despedirse de nadie. La noche era dueña de la ciudad.

Al llegar fue directo a tomar el libro, estaba entusiasmada. Se sentó en el sofá y se puso cómoda mientras acariciaba su cubierta de cuero, luego tras un leve titubeo, lo abrió…

La primera hoja estaba en blanco, la segunda tenía una extraña figura de animal deforme con cuernos torcidos que no reconoció, y en la tercera, el nombre del título sin autor, anunciaba el comienzo de la obra en la siguiente. De principio, al comprobar que el texto no estaba escrito en su idioma sino en un latín muy antiguo tuvo que forzar la mirada y la concentración para tratar de encontrarle sentido a las palabras que conformaban las oraciones de cada enunciado y cada párrafo. Aquella inesperada complicación estuvo a punto de hacerla desistir, pero su obstinación y curiosidad pudieron más y corrió al librero por un diccionario de latín y reinició la lectura en voz alta de las extrañas palabras que repentinamente comenzaron a adquirir un mayor significado. La historia parecía hasta cierto punto simple y predecible. Era la historia de una época remota en la que la oscuridad y la maldad dominaban todos los rincones de la tierra. Los habitantes de esos tiempos sin luz sólo conocían la miseria, el dolor y el terror a ser devorados por las horripilantes bestias nocturnas que llegaban a sus pueblos y aldeas para saciarse con ellos. Una de ellas, con forma de niño, había surgido de las entrañas de un grotesco carnero justo cuando una enardecida turba trataba de darle muerte por haber engullido momentos antes a una mujer embarazada. Los rugidos y lamentos de aquél monstruo hicieron estremecer la tierra, pero la ira de sus furiosos perseguidores superaba su temor y pudieron someterlo junto con el pequeño demonio humano a quien golpearon y quemaron con antorchas en una horrorosa escena de muerte y violencia que afectó para siempre a quienes lo atestiguaron. El niño calcinado aún seguía moviéndose lentamente entre los leños incandescentes cuando el cuerpo del animal moribundo se deformó adoptando una posición erecta y sus ojos inyectados en sangre se hincharon al tiempo que comenzó a hablar en un idioma desconocido para los pobladores pero que hizo caer al instante, sobre todos los ellos y sobre quien impaciente está leyendo estas líneas la eterna maldición de un mundo de horror y sombras que se manifestó de inmediato con una lluvia de fuego y un terremoto que anunció la abominable llegada de la esencia del mal para destruir al hombre… Entonces, las luces de la casa se apagaron y ella, que no quería comenzar a sugestionarse tan pronto por lo que leía, bufó divertida y cerró el libro para ir a revisar la caja de los fusibles, pero cuando se estaba levantando del sofá, la luz regresó. Ella volvió a sentarse mirando las lámparas con extrañeza y reinició la lectura, segundos después, la oscuridad cubrió todo nuevamente. A través de la ventana podía observar que en la calle las casas vecinas si tenían electricidad y quiso levantarse cuando la luz regresó al instantáneamente. Entonces, riendo, se anticipó a la eventualidad y tomó cinco de velas de un cajón de la cocina y se las llevó a la sala. Haciendo caer un poco de parafina las puso en la mesa y ubicó el libro justo en el centro para poder seguir leyendo. Cuando reinició su lectura las luces se apagaron casi al instante. La etérea y titilante luz de las velas apenas iluminaban, pero estaba dispuesta a no dejarse intimidar, no era su primera vez con temas espiritistas, así que fijó su mirada en las extrañas palabras de las páginas abiertas y, desafiante, comenzó a leerlas en voz alta por algunos segundos y de pronto, un estridente sonido proveniente del radio le obligó a lanzar un agudo grito de sorpresa. Únicamente se escuchaba estática en las diferentes bocinas colocadas alrededor de la sala, pero cuando se acercó al mueble con la titubeante intención de apagarlo, se le heló la sangre al percibir en ese aparente escándalo un lejano murmullo de voces incomprensibles lamentándose. Una inevitable sensación de fatalidad estremeció su cuerpo cuando su propio cabello se meció y las velas titilaron hasta que se apagaron. Trató de convencerse que se trataba del viento, pero un creciente temor la mantenía paralizada junto al “estéreo”. El ruido del radio y el aullido de voces lejanas erizaban su piel por lo que cerró los ojos al creer notar que las sombras de la habitación, provocadas por la luz que entraba de la calle, comenzaban a moverse lentamente en torno suyo. Entonces, recordó que había dejado el libro abierto en el sillón y como pudo se acercó a él y lo cerró en un evidente estado de pánico. El radio se apagó, las luces regresaron y todo volvió a la normalidad. El humo de las velas apagadas parecía inerte, detenido sobre la mesa sin la presencia de una brisa que las disipara. Permaneció inmóvil unos segundos, con su corazón golpeando su pecho con fuerza, sin saber que hacer. De pronto, el sonido del teléfono la despertó y lentamente se acercó a donde estaba y descolgó. Era su sobrina que agitada preguntaba ¡Tía! ¿Estas ahí?, ¡contesta!, ¿Eres tú?, tiene semanas que no sabemos nada de ti ¡tía! Ella balbuceante quiso decir algo pero enmudeció al observar de reojo que no estaba sola y que las luces disminuían su intensidad hasta quedarse otra vez en completa oscuridad. Sus ojos recorrieron el cuarto en penumbra y se detuvieron en la sombra de su propia imagen reflejada en un espejo de la pared donde distinguió tras ella dos horripilantes ojos rojos que la miraban. En la línea su sobrina seguía gritando, pero ella ya no la escuchaba. La aterradora figura de una bestia desconocida se aproximó al reflejo de ella en el espejo y colocó su enorme hocico entre su nuca y sus hombros. Sin poder cerrar sus ojos, permaneció inmóvil sintiendo el calor de un aliento fétido y alterado que paralizó todos los músculos de su cuerpo. A su alrededor los quejidos del radio se intensificaron y tuvo que hacer uso de toda su voluntad para poder girar su cabeza y comprobar que la bestia que resoplaba en su espalda era real. Aquél ente deforme y descarnado de mirada diabólica que la observaba a escasos centímetros de distancia mostró su ensangrentado hocico y comenzó a devorarla viva. Ella histérica quiso gritar, pero solo pudo gemir de un indescriptible dolor, y mientras la locura se apoderaba de ella, observó figuras espectrales de una multitud que la rodeaba lanzando conjuros y se vio a sí misma siendo brutalmente mutilada por una bestia infernal que le arrancaba pedazos de su cuerpo rugiendo de rabia maligna. El intenso sufrimiento no cesó durante la eterna agonía de aquella indescriptible tortura hasta que pudo ver las fauces de la bestia desde su interior, entonces sintió la presión final de sus dientes triturándola hasta ser consumida y desaparecer.

Dedicado a RUDLR.

O.Castro