Caminaba sobre la sucia acera bajo la irritante luz de aquella tarde medio nublada cuando sintió un estremecimiento. No necesitó levantar la cabeza para saber que un rostro diabólico de ojos inyectados en sangre le observaba fijamente desde la ventana del primer piso de su casa.

Asustado, como siempre, comenzó a caminar apresurado, pegado a la pared para alejarse del ángulo desde donde se veía más aquella ventana y permaneció con la vista bien clavada en el piso para que bajo ningún motivo sus ojos hicieran contacto con aquella mirada maldita. El niño, de apenas 11 años de edad, tocó a la puerta esperando que rápidamente alguien acudiera a abrirle, sin embargo, segundos angustiantes se fueron sumando uno tras otro alargando de forma infinita el tiempo de espera y el intenso terror.

Haciendo un gran esfuerzo por mantener la calma y concentrarse en no mirar hacia arriba, comenzó a entretenerse con sus manos mientras sus pequeños pies pateaban suavemente el escalón de la entrada. El frío se colaba en su espalda, pero trataba de no prestarle demasiada atención, sin embargo, no pudo dejar de notar que a su alrededor las cosas comenzaban a ser diferentes. Hacía rato que no escuchaba pasar autos por la amplia calle de doble sentido y el viento había dejado de mover las ramas del viejo árbol sobre su cabeza. Los sonidos a su alrededor eran metálicos e imperfectos, el sudor en sus manos se incrementaba al igual que la intensidad del golpeteo de su corazón y el de su pie sobre el blanco escalón. Sabía que el rostro continuaba ahí, sobre él, un poco a la derecha, buscándolo con su mirada… Sabía que no debía voltear. El tiempo pasaba, la puerta continuaba cerrada de forma inexplicable. Volvió a tocar, esta vez gritando para que le pudieran escuchar. Nada ocurría. Los minutos se acumulaban mientras se reprochaba haber olvidado sus llaves. Su respiración se tornó forzada y arrítmica y comenzó a buscar con desesperación algo en el piso en qué distraerse. La ansiedad le destruía el ánimo, comenzó a moverse incomodo y muy tarde se dio cuenta que su vista ya estaba perdida en horizonte de una calle fría y desolada. Se quedó muy quieto, sabía que a sus espaldas estaba la puerta, pero comprendía también que, al haberse separado de la pared, el rostro que le observaba se vería con mayor claridad desde su posición. Se estremeció. De pronto, el sonido de la puerta abriéndose acudió a él para salvarlo y se giró de inmediato para entrar corriendo, pero al hacerlo no pudo permanecer con la mirada en el piso y lo observó tras las antiguas persianas horizontales, pálido y muy agitado, aplastando su desfigurada frente y su asquerosa nariz contra el vidrio, con los ojos desorbitados, como si tratara de no perderle de vista. Lanzó un grito y penetró en la casa con los cerrando los ojos devastado por el horror.

Al despertar recordó su sueño, y como siempre que lo soñaba, se preguntó si era un recuerdo o una pesadilla del todo irreal. La casa era la misma, él era el mismo, el cuarto también era el mismo, sin embargo, no era el mismo donde solía dormía antes. Era raro. En esa casa había nacido y la había habitado toda la vida, y tras la muerte de sus padres él se había quedado con ella. Trató de recordar si alguna vez, cuando niño, ocurrió lago que lo hubiera asustado tanto en aquel cuarto… Lo había intentado tantas veces, pero nada recordaba. Aún acostado boca abajo, se concentró en las manchas de moho de pared y permaneció mirándolas tratando de recordar ahora cuánto hacía que se había cambiado a ese cuarto tan sucio y viejo, ¿acaso el de sus padres? Sí, era ese. Su mente, aún confundida por el súbito despertar le llevó con tristeza a divagar en su recuerdo y su violenta muerte, hacía ya… ¿cuánto? No podía recordarlo con precisión, pero sí recordó, a pesar suyo, que había sido ahí, justamente ahí, en ese mismo cuarto de pisos de madera desvencijada donde… Su pensamiento le obligó a lanzar un sollozo… ¿por qué se había cambiado a ese cuarto entonces? No lo comprendía ahora que lo pensaba. Decidió no torturarse más y se levantó con esfuerzo. Le dolía mucho la cabeza. Se aproximó a la ventana y miró hacia afuera. Aquella ventana de antigua herrería despintada era la misma ventana de sus pesadillas. Afuera el día era intensamente gris, nublado como casi todos los días desde que recordaba, la calle estaba despejada de autos y hasta las hojas del árbol parecían inertes. Sin pretenderlo, le estremeció pensar que su sueño era casi tan verás como la realidad. Suspiró, se estiró y se dirigió a la puerta, pero ésta no abrió. Se molestó y dio dos golpes con los nudillos para que abrieran. Odiaba las bromas pesadas. Al cabo de unos segundos lo hizo de nuevo. Se volvió fastidiado y se quedó helado. No había nada en ese cuarto… entonces, como una avalancha, los recuerdos se agolparon en su mente. El recuerdo de sus padres, amordazados, atados de pies y manos, tendidos sobre un espeso charco de sangre en esa habitación, el dolor intenso que sintió cuando le obligaron a entrar a en él con ellos, después, el punzante dolor físico en el cabeza seguido de un estruendo poderoso que escuchó a sus espaldas, el frío implacable recorriendo su cuerpo y el impacto de su cara al desplomarse contra el suelo. Luego, las pisadas, movimientos de muebles, voces y risas de aquellos que habían entrado a robar en su casa y, de repente, el sonido del timbre los calló a todos alertándolos… Fue en ese momento cuando, aterrado, abrió sus ojos humedecidos por un llanto que jamás pudo liberar y corrió a la ventana. Ahí estaba él, pero al verlo, el muchacho se había detenido y ahora caminaba junto a la pared donde apenas podía mirarlo. Trató de gritarle, pero no pudo, trató de advertirle, pero le evitaba. Los minutos pasaban y escuchó como, tras la puerta de aquel cuarto saturado de muerte los asesinos se alejaban por el pasillo para luego bajar por las escaleras de piedra. Entró en pánico y comenzó a golpear su rostro contra las cortinas y el cristal de aquella ventana en un descontrolado intento por impedir que ingresara a aquella casa infernal donde sabía que, en algún momento, ya perdido en el tiempo, lo habían asesinado.

Octavio C.