La democracia (del “démos”- Pueblo y “krátos”-Poder), es el modelo de organización política y social que goza de más aceptación por su sentido “popular”, es decir, que las decisiones se toman de manera colectiva por los miembros que conforman la sociedad, y lo hacen a través de mayorías que votan por representantes de su voluntad para ocupar cargos en un gobierno desde donde ejercen el “poder” de ejecutar decisiones. Y aunque actualmente la mayor parte de los Estados del mundo se han constituido en gobiernos “democráticos”, para justamente evitar caer en la tiranía o la autocracia, a todos parece pasarles de largo una muy relevante paradoja en esta forma de organizarse, pues al estar fundamentada sobre la regla de la mayoría (sin importar si es simple, absoluta o relativa), el que cuente con más votos de parte los integrantes de un grupo, tendrá el derecho de ejercer autoridad y poder sobre el total de sus miembros, incluyendo el resto que no lo apoyó, que será llamado minoría (a pesar de que la diferencia de apoyos entre unos y otros sea mínima), o incluso a pesar de que esta “minoría” resultara ser la mayoría (como cuando compiten más de 2 grupos divergentes), lo que pasa con inusitada frecuencia, y que puede derivar entonces en la concentración del poder en un pequeño grupo.
«… si algo tan sencillo como poner de acuerdo a 2 o 3 personas que piensan diferente es realmente complicado, tratemos por un instante de imaginar que podamos hacerlo con miles»
Cuando uno lo piensa detenidamente, la democracia resulta ser una práctica tramposa e inviable desde sus orígenes, pues cada hombre y mujer que integran al grupo o sociedad, a pesar de lo mucho que tengan en común, son diferentes y desean o necesitan cosas distintas. Desde luego que entonces la actitud demócrata trataría de integrar a muchos “disímiles”, mediante consensos, a fin de crear una fuerza común que ponga énfasis al respecto de sus muy particulares inquietudes. Es así como surgen los grupos o partidos políticos, creados bajo el espejismo de voluntades colectivas que “luchan” por objetivos “similares” de un amplio segmento de la población, lo cual resulta frecuentemente en una absurda y elaborada mentira. Y es que, si algo tan sencillo como poner de acuerdo a 2 o 3 personas que piensan diferente es realmente complicado, tratemos por un instante de imaginar que podamos hacerlo con miles o 100 millones de almas y mentes con preocupaciones, personalidad, pensamientos, capacidad física, educación, cultura, habilidades, tendencias y deseos completamente distintos. Es ridículo, aunque no imposible, porque eso es exactamente lo que ocurre a pasar de tratarse de un espejismo.
«… a mayor desigualdad entre los miembros de una comunidad, más inapropiada e injusta resulta la democracia»
Para ejemplificar la falacia, lo pondremos en simples términos matemáticos:
Si “a” y “b” son grupos independientes del universo (U), y no logran ponerse de acuerdo porque sencillamente sus integrantes son personas con ideologías y expectativas diferentes y lo reflejan en que “a” ve algo “blanco” (B) y “b” lo ve “negro” (N). ¿Cómo solucionarlo? Como ninguno va a ceder, entonces se recurre a otros que puedan apoyar ambas posiciones. Y como siempre pasa, existen varios “c, d, e, f, g,” etc. que pueden con su inteligencia, lógica o interés personal, comenzar a tomar partido de uno u otro lado, ocasionando que “a”(B) y “b”(N) tengan el respaldo de otros miembros de ese universo A para solucionar el tema. Algunos apoyarán a “a”(B) y otros a “b”(N), sin embargo, como también ocurre, podría ser que los demás miembros de ese universo también tengan su propia interpretación y vean tonalidades de gris (G) o de azul (A), ocasionando que el pleito de dos, entre blanco y negro, se transforme en un pleito de muchos con más variables, de la siguiente manera:
En este caso, ya tenemos 3 grupos que apoyan el blanco y 3 el negro, pero también 4 que apoyan la teoría de algún tipo de gris, así como 2 que lo ven definitivamente azul, aunque cada uno con diferente tonalidad. ¿Quién tiene la razón? Cada cual defiende su postura y está convencido que su visión es la correcta. Este ejemplo podría prolongarse y complicarse aún más con más colores extendiendo los círculos y sus fragmentaciones, pero para fines de comprenderlo mejor, lo dejaremos así, sencillo. Entonces, si hacen una buena gestión los del negro, pueden convencer a los de azul, y los de blanco al gris claro por ser menos diferentes sus posturas. En este caso supongamos que ganó el negro (N) por que obtuvo apoyo de los azules (A) y porque los blancos y grises no pudieron ponerse de acuerdo. Aquí comienzan los problemas. Los negros (N), con el 29% + azules (A1) 7% y (A2) 7% suman una mayoría de 43% y con esa gobernarán al 100% de universo (U), lo que ya parece injusto, porque ese 43% ni siquiera es la verdadera mayoría que, si tiene el otro 57% de opositores, pero que no ganaron. Y se pone peor, porque dentro de los ganadores (A1) y (A2) tienen diferencias evidentes con (N) porque, aunque los apoyaron, siguen viendo todo con un tono más azul que negro. Rápidamente comienzan conflictos al interior de ese grupo, pero (N) tiene ya el aval de mayoría y comienza a imponer su negra visión sobre los azules, pero también sobre blancos y grises. Es decir, su 29% dominará el 71% restante. Entonces, ese 71% comienza a oponerse y sabotear como puede para impedir que (N) defina la agenda y pinte de negro sus vidas. Entonces, todo el Universo, sin acuerdos o peor, en eterna disputa, entra en caos o se paraliza (en algunos casos hasta se desata la violencia), y mientras tanto, los representados se quedan sin obtener ninguna de las cosas que esperaban. Esto es consecuencia del modelo democrático.
Algo que debe quedar claro es que, a mayor desigualdad entre los miembros de una comunidad, más inapropiada e injusta resulta la democracia, pues sin duda está diseñada para otro tipo de sociedades más desarrolladas y civilizadas, donde una amplia mayoría de sus integrantes, aún sin pensar igual, comparten una educación y cultura suficientemente vastas como para entender conceptos básicos como la responsabilidad social y el bienestar del grupo por sobre el interés o ambición personal. En cambio, en países como el nuestro, a lo más que podemos acercarnos es a tener “mayorías” más o menos heterogéneas, construidas a base acuerdos que nacen de los intereses de minorías privilegiadas (o no), a fin de imponer sus ideales y criterios a todos por igual, incluso por sobre otros grupos minoritarios. Es decir, la supuesta mayoría realmente no representará nunca a la parte más amplia de la población, sino únicamente a los que se contabilizan y que están avalados por los votos de quienes han sido debidamente registrados y acuden a ejercer su “voluntad” en ciertas elecciones y cada cierto tiempo, es decir menos del 50% de la población total. Pero, además, como vimos, si hay un padrón de 10 millones de personas con 5 diferentes partidos, la mayoría será para un partido (o en alianza con otro), que tenga por ejemplo el 40% de los votos, aunque hubiera un 60% de otros votantes divididos en tres partidos que proponían lo opuesto. Y si a eso le sumamos el pertinaz abstencionismo de entre 35% y 40% del total del padrón electoral, eso querrá decir que la supuesta mayoría que ganó, solo representará una pequeña fracción de la población total general (entre el 8% y 12%), pero de acuerdo a la ley será suficiente para que esa minoría imponga su voluntad al restante 92% u 88%. Algo patético y común en nuestro sistema político.
Las diferencias socio-económicas suelen fomentan este tipo de injusticias, ya que generan el acarreo de voluntades, por un lado, y la indiferencia de las clases medias por el otro, quienes mientras no vean afectados sus intereses, no se preocupan en participar de lo que se esté discutiendo o proponiendo. Las consecuencias de esa apatía cívica suele ser desastrosa, porque al final siempre es un pequeño grupo de personas muy participativas y organizadas, obsesionadas con el poder y el control de los aparatos gubernamentales, las que, mediante el esmerado empeño de hacer política populista, acaparan la atención manipulando a los sectores más necesitados (que suelen ser mayoría) y terminan imponiendo su voluntad al resto de la población a través de estímulos y subsidios a la pobreza que realmente no son otra cosa más que sobornos para mantener ese “apoyo popular” que les asegure continuar gobernando para establecer un régimen de saqueo institucional, donde las riquezas del país y todos los recursos del erario público se convierten en una caja chica de sus líderes, para su uso discrecional, so pretexto de impedir la corrupción y fingiendo siempre que esos capitales se utilizan en el venerable y legítimo ejercicio de devolverlo al pueblo. La historia y la experiencia nos han demostrado que esto resulta no ser cierto y, por el contrario, los beneficiados son siempre la cúpula política, los familiares del líder y la milicia, pues además de que los países que caen en este círculo vicioso incrementan dramáticamente sus niveles de pobreza, terminan siendo gobernados por autócratas que empoderan al ejército convirtiéndolo en el garante de la seguridad y las libertades al interior del país, cuando en realidad su existencia y finalidad debiera ser la de la defensa nacional frente a naciones extranjeras.
Así pues, la democracia es, en sí misma, matemáticamente incorrecta e ideológicamente imposible, al menos en sociedades poco ilustradas, por lo que únicamente se presenta como una perversa forma de organización política que permite ejercer una manipulación social que se escuda en la ilusión del consenso, la libertad, la negociación y el acuerdo para el bien común.
Pero, ¿cuál es la alternativa? La democracia de los países subdesarrollados podría redimirse si se utilizaran técnicas de votación cualificada como en los sistemas parlamentarios, lo que además de convertirse en un candado a las minorías rapaces (pero muy participativas), permitiría por un lado, una segunda vuelta electoral al establecer la obligación de obtener por fuerza más del 50% del padrón, lo que precisaría la formación de gobiernos de coalición, y por el otro la obligación de que los votantes tuvieran un mínimo de educación o preparación, para impedir que las decisiones más importantes o estructurales descansaran en la voluntad de una mayoría poco informada o absolutamente ignorante que, al ser conducida por intereses políticos, fácilmente se inclina a votar sencillamente por quien le satisfaga sus necesidades básicas e inmediatas y no por un beneficio más universal y a largo plazo.
Esto, hasta cierto punto, puede parecer clasista o racista, sin embargo, es una opción al frecuente abuso que de los grupos vulnerables hacen los políticos, ya que, siendo las elecciones por mayoría simple, basta con reunir muchos votos para lograr cambiar lo que sea, y en países como el nuestro resulta francamente fácil y no por eso correcto. Pongamos como ejemplo una escuela de nivel medio. Los profesores y académicos, con un largo camino andado saben qué es lo mejor para sus estudiantes. ¿Dejarían que fueran los niños o jóvenes, aún inexpertos, ingenuos, impacientes, volubles y sin conocimientos suficientes para tomar decisiones, los que determinaran qué se les debe enseñar, cuanto, cuándo y cómo calificarlos? Pues eso hacemos en la democracia latinoamericana. Cualquiera con más de 18 años puede sufragar, aunque no tenga ni idea de sobre qué se le consulta, ni para qué, ni a quien, ni las consecuencias de su voto.
La otra opción sería tener solo candidatos con un perfil muy elevado y probada honestidad. Que tuvieran un currículum impecable, no tanto de diplomas o títulos, sino de considerable experiencia y con resultados demostrables. Sometidos además a un exhaustivo escrutinio por parte de la comisión de seguridad del congreso o instancias autónomas que incluyera exámenes de confianza, de conocimientos mínimos para el desempeño de su puesto, así como rigurosos chequeos médicos, de antecedentes penales, sociológicos, económicos, políticos, religiosos y, sobre todo, psicológicos. De esta manera, se evitaría que personajes impresentables, sin talento o capacidad alguna, que son simplemente “populares”, pudieran ser encumbrados y dotados con la capacidad de ejercer autoridad sin demostrar que cumplen con los requerimientos mínimos para el ejercicio de sus funciones.
Lo anterior sería ideal, pero algo así es completamente imposible en nuestras latitudes tercermundistas, por lo que solo podemos desear que nuestro país no sea víctima de esas fisuras democráticas y sea secuestrado por discursos populistas que deriven en la elección de funcionarios incompetentes o autoritarios, aunque si así ocurriera, sería solo porque su pueblo, ignorante o apático, así lo quiso.
De cualquier modo, la política y los gobiernos encontrarán siempre la manera de decepcionarnos, pues no son inmunes a las fallas o quedarán cortos en el cumplimiento de sus promesas. Lamentablemente son un mal necesario que existe y ha existido por miles de años por una razón, y bajo casi cualquier régimen hay abusos de poder, mentiras, corrupción e intenciones oscuras, así que solo nos queda conformarnos en seguir viviendo bajo la ilusión de que los encargados de la administración pública del país son elegidos sabiamente, por consenso, y que éstos se preocupan exclusivamente por proteger y defender los intereses no solo de esa “mayoría” que confió en ellos, sino de todas las personas que conforman la nación, y que lo harán con honor y patriotismo, sin abusar de su poder.
O. Castro
Ilustraciones de: Darío Castillejos (@Dariomonero) y Julio C. González («Matador»)