¿Eres feliz?

Es la eterna pregunta. ¿Pero qué contesta uno? Que sí, que no, a ratos. Pero, ¿qué es esa felicidad de la que tanto se habla y por qué es tan importante? ¿Tiene que ver con la satisfacción? ¿Es tener salud, dinero, trabajo, pareja, viajes, amigos?

En realidad, la felicidad es una emoción compleja y no se encuentra afuera, en lo que pasa en el exterior, está en uno, y como es un estado de la mente que propicia un ánimo de singular bienestar, diferente al placer explícito, no está condicionado a las acciones del medio sobre nosotros, o no debería, aunque suele estarlo. Tal vez es por ello que algunos de nosotros creemos que cosas que suceden en nuestro entorno van a poder hacernos sentir mejor y quizá hasta nos permitan “ser felices”. Sin embargo, es absurdo que dejemos el peso de nuestro ánimo a cosas que no dependen de uno, como lo son casi todos los eventos que ocurren a nuestro alrededor, incluyendo el tiempo, la naturaleza, lo que hace o dice la gente, etc.

…resulta inútil colocar la felicidad en nada que no sea uno mismo o hacerlo en cualquier cosa que, fuera de nosotros, esperemos que nos la dé, pues de ese modo jamás estaremos satisfechos.

Con frecuencia uno asume que «es feliz” porque tiene salud, porque tiene una buena relación con su familia, novia, amigos, un buen trabajo etc., como si la felicidad fuera única y exclusivamente el poseer o tener todas esas cosas para nuestro goce particular; pero ¿qué ocurre cuando una o varias de ellas faltan? Nos sentimos desdichados, vacíos, con ansiedad y molestos por la necedad de poseer aquello de lo que carecemos o hemos perdido y que deja incompleta nuestra ilusión de éxito o bienestar. Si aceptamos que estamos programados para estar insatisfechos desde el nacimiento porque todo el tiempo requerimos algo para vivir, desde alimento, cobijo a satisfactores de todo tipo, resulta inútil colocar la felicidad en nada que no sea uno mismo o hacerlo en cualquier cosa que, fuera de nosotros, esperemos que nos la dé, pues de ese modo jamás estaremos satisfechos. Esto se debe al hecho de que las cosas nunca podrán ser exactamente como esperamos debido a que las variables que intervienen en la realización de nuestras acciones no pueden ser controladas por nuestra simple voluntad. De hecho, el que esperemos que así sea es lo que propicia los conflictos, pues nos frustramos al obtener resultados diferentes a los esperados, cosa que ocurre en la mayoría de las ocasiones, impidiéndonos entonces valorar lo que sí hemos logrado y que probablemente vale mucho la pena, pero que al no ser “justo lo que queríamos”, lo minimizamos o simplemente desechamos.

Cuando además cometemos el error de depositar en la gente que queremos la garantía de nuestro bienestar o alegría, nos enfrentamos al reto prácticamente imposible de que el otro, sea quien sea, se preocupe o nos estime de la misma forma en que lo hacemos nosotros, o peor, que obtengamos todo aquello que deseamos de ellos, cosa que, de inicio, constituye un error y una paradoja, pues si llegara a presentarse el remoto caso de que así fuera, eso significaría que la otra persona estaría sacrificando su propia personalidad y bienestar para darnos justo lo que queremos y necesitamos a fin de hacernos felices y con ello, seguramente esperaría recibir lo mismo a cambio, a menos que decidiera consagrar su vida a ese “otro”. Situación que obligaría, en el caso de que de otra persona dependiera nuestra felicidad, a que éste se transformara a la par nuestra para siempre darnos lo que necesitamos cuando lo deseemos y así no tener pretexto de ser infelices o disgustarnos.

Tal situación es inviable además de impráctica, por no decir estúpida. La felicidad relacionada a personas, objetivos o cosas materiales es un error que comentemos casi todos de una forma u otra. Al hacerlo, quedamos a expensas de lo que ocurra a nuestro alrededor y olvidamos todo lo que podemos hacer por nosotros mismos. Por ejemplo, una persona amada, familiar o no, lo es por miles de razones, porque nos brinda  compañía, sexo, tiempo, ideas, alegrías, experiencias etc., pero nunca podrá satisfacernos por completo en TODO lo que deseamos o aspiramos de la vida, ni siquiera un numeroso grupo de ellas podrían; de igual forma, un objeto largamente deseado sólo nos garantizará efímeros momentos de júbilo que en cambio nos obligarán a querer poseer siempre algo más o mejor al ver satisfecha esa necesidad primaria cuando, indefectiblemente, la novedad se vuelva parte de nuestra normalidad; y un acontecimiento o situación anhelada por toda una vida ilusión, nos limitará nuestro bienestar a la consumación de ese hecho, presionándonos y estresándonos, por lo que nos deprimirá si no ocurre, si demora o si al final no resulta justo como lo habíamos imaginado. Además, esto también ocurre a la inversa, si en lugar de esperar a que alguien o algo nos de la felicidad tratamos de propiciarla nosotros para otras personas provocando situaciones, facilitando u ofreciendo bienes, incurrimos en un error parecido, puesto que jamás podremos lograr por ese método hacer plenamente feliz a alguien porque, reiteramos, su felicidad tampoco resultará de nada que podamos ser o hacer por ésta a menos que se aspire únicamente a propiciar una alegría efímera. No importa cuánto nos esforcemos o cuánto creamos que conocemos a la persona a la que nos brindamos, nunca obtendremos la respuesta que esperamos ni atinaremos a darle lo que tal vez ella realmente necesite para ser feliz y que, desde luego, no se limitará a una acción nuestra, sin importar su magnitud o frecuencia.

 De tal suerte que la única situación viable es precisamente la menos recurrida, porque conlleva la responsabilidad de aceptar nuestra felicidad como algo propio y exclusivo, y con ello, la concentración de de nuestros esfuerzos y necesidades en la autosatisfacción como único medio de controlar nuestro placer o bienestar. Sin embargo, encontrarle lo agradable y disfrutar de todas las cosas simples y momentáneas que nos suceden cotidianamente sin esperar compartirlo u obtener el reconocimiento de los demás para disfrutarlo en silencio o soledad, es la utopía máxima de la felicidad. Aunque funcional, esta opción representaría un cambio total de las estructuras cognitivo-conductuales de las personas, ya que desde que nacemos aprendemos, en base a la imitación y a la estimulación directa o indirecta de un entorno relativamente controlado, que todo aquello que se lleva a cabo acarrea al instante un criterio de valor impuesto por la sociedad que afecta de una u otra forma nuestra conducta, nuestros pensamientos y sentimientos. Es entonces que el planteamiento desmerece ante la contundencia de los hechos. Somos seres sociales y ser feliz por el simple hecho de serlo, por estar vivo o sano, por las pequeñas cosas que suceden durante cada segundo de nuestro día, no es una posibilidad real. La solución sería encontrar un punto medio en donde el individuo pudiera aceptarse como es, aceptar lo que tiene y lo que puede llegar a ser, y encontrar satisfacción con las actividades que correspondan a esa aceptación compartiéndolas de vez en cuando con las personas que crea son afines a su pensar y que le estiman, pero sin depender de sus criterios o afecto en ningún sentido. Lamentablemente esto es difícil en un mundo donde la necesidad de cariño, aceptación o reconocimiento son tan básicas como respirar.

Aprender a “dejar ser y hacer” lo que otros desean, incluso aunque tengamos la certeza de que cometen un error o puede afectarles y solo apoyarlos dando una simple opinión o sugerencia sin tratar de contradecir o confrontar, sería un buen comienzo y una proeza para la mayoría de nosotros. Hacer lo que nos gusta o intentar hacer lo que nos gustaría sin importar el qué dirán ni las dificultades o lo tardado que pudiera ser, concentrados únicamente en el hecho mismo de estar haciendo ese algo valioso que anhelamos, muy a por encima de las retribuciones o de lo que otros opinen, sería otro gran logro.

siempre buscamos un pretexto para ser infelices, tal vez porque cuesta menos trabajo tirarse al suelo sin luchar o porque es más fácil identificar lo negativo que valorar lo positivo

La sensación de felicidad ciertamente está al alcance de todos sin importar la condición económica, cultural o social, pero es también muy cierto que hay escenarios básicos del entorno que deben ser superados, como las necesidades básicas o las relaciones interpersonales, las cuales influyen directamente en nuestro estado de ánimo, por lo que el reto sería satisfacerlas, cumplir con las presiones sociales que las condicionan, y al mismo tiempo gozar haciéndolo, aceptando que casi todo lo que hacemos lo hacemos por decisión propia y que nada ni nadie nos garantizará la felicidad, sólo lo que nosotros mismos podamos hacer por obtenerla.

Además, casi cualquier cosa la podemos decidir y propiciar, no sin grandes esfuerzos en la mayoría de los casos, pero no hay nada que sea tan imposible que no se haya hecho, y si no se ha hecho, eso no determina que no se pueda llegar a hacer, aún y cuando existan limitaciones de todo orden para lograrlo. Y no obstante esta realidad, siempre buscamos un pretexto para ser infelices, tal vez porque cuesta menos trabajo tirarse al suelo sin luchar o porque es más fácil identificar lo negativo que valorar lo positivo, pero sea como sea, pareciera que la felicidad es una especie de premio inalcanzable para muchos de nosotros, pues, aunque no debería, la relacionamos y la hacemos depender de casi todos nuestros actos y de los actos de los demás. De esa forma la felicidad es imposible y tendremos que conformarnos con disfrutar de las pequeñas cosas que surgen de los grandes empeños o buscar hacer algo que por sí mismo resulte tan placentero realizar que podamos confundirlo con la felicidad, sin que importe que alguien esté ahí para compartirlo con nosotros o no.

Así pues, debemos ser conscientes de que, así como todo es efímero y finito, la felicidad no puede ser permanente, se compone de momentos y es solo una idea de bienestar que se transforma y obedece a un proceso subjetivo de percepción de nuestra mente y no surge del simple gozo físico que produce la obtención de satisfactores externos, porque hasta esos se agotan. Además, por lógica, nadie podría ser feliz todo el tiempo, porque esa emoción dejaría de tener significado. Para sentir felicidad, se requiere haber estado triste o al menos no haber estado feliz en mucho tiempo para poder reconocer la diferencia, de la misma manera que uno solo se puede valorar la luz tras un largo periodo de oscuridad.

En conclusión, la felicidad no debe ser una meta, porque es inalcanzable. “Ser feliz” es imposible, a lo más que debemos aspirar es a “estar felices”, a veces, cuando se puede, cuando las variables convergen en tiempo, ánimo y espacio y podamos disfrutar, momentáneamente, de esa sensación de tranquilidad y bienestar que nos hace sentir a gusto con nosotros mismos y con nuestro entorno, sin que realmente importe la compañía o el lugar, pues se puede lograr incluso estando solo o en un sitio completamente inesperado. Tampoco depende de la salud, pues hay personas con enfermedades terminales que disfrutan intensamente su corto tiempo de vida. Mucho menos importa el cariño de otros o el que tienes hacia otros, pues no es condición tener padres, espeso, hijos, novia o amigos para sentirse contento en ocasiones. Y aún es menos determinante la posesión de cuantiosas riquezas, pues la gente que menos tiene no está por ello incapacitada para sentir placer o alegría, por el contrario, son los que con mayor facilidad logran obtenerla, de la misma forma en que no depende de los logros o grandes hazañas, ya que los hombres ordinarios o poco complicados, suelen encontrar satisfactores más fácilmente, y como conocen poco, también desean poco, y lo poco que obtienen lo disfrutan mucho. Entonces… ¿Cuál es tú pretexto para no estar feliz?

Octavio C.