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Recostada en su cama, Diana respiraba profundamente con la mirada soñadora extraviada más allá del paisaje de frondosos árboles que dejaba ver su amplísima ventana. Descansaba como no había podido hacerlo en meses, pues su hijo se había demorado más de cuarenta semanas en nacer, complicando el parto de tal modo que incluso la familia llegó a pensar que ninguno de los dos lo lograría… Sin embargo, afortunada e inesperadamente, Daniel Alderamín Estrada había lanzado su primer llanto unas semanas antes haciendo de ella la mujer más feliz sobre la faz de la tierra.

Su rostro, pálido y regordete, se movió y sus enormes ojos color miel buscaron los de su madre. Ella salió de su ensueño y se giró a su vez para sonreírle con dulzura. El bebé se retorcía en sus brazos quejándose levemente. Ella comprendió y se dispuso a inspeccionarlo mientras producía sonidos guturales que satisfacían al niño.

Lo cambió con cuidado, y con amor entrañable, lo envolvió en las ropas para bebé más bellas y cómodas que podían existir. Al poco rato, su madre entró acompañada de la sirvienta con una abundante dotación de las comidas preferidas de ella. La sirvienta se retiró y ambas se sentaron sobre la cama para mimar al pequeño mientras Diana daba de comer, con enternecedora paciencia, al nuevo integrante de la familia. Luego, ambas comieron entre risas y susurros para no despertar al niño que tras alimentarse algunos minutos de su pecho, bostezó y se quedó dormido. Platicaron durante horas y a la charla se integró subrepticiamente el señor Estrada, quien tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para disminuir el potente volumen de su voz de barítono y hablar lo suficientemente suave como para no despertar a su nieto.

Los días en la casa de la familia Estrada eran uno a uno idénticos al anterior. Pacíficos, callados, armoniosos, cálidos, divertidos, saturados de amor y alegría. Así transcurrieron felizmente los dos primeros años de Daniel, ya que las noticias de lo que ocurría en el resto del mundo no lograban distraer su atención del niño de abundante cabellera oscura y ondulada que parecía tener la capacidad de producirles sonrisas y carcajadas sin límites con cada nueva ocurrencia.

Su abuelo, absolutamente entregado a él, lo inundaba de juegos y juguetes que el pequeño recibía siempre emocionado. Su madre lo cargaba y le platicaba casi todo el día sobre mil y un temas, de entre los que destacaban: su padre, sus hermanos y las increíbles hazañas que de ellos se derivaban. Su abuela contribuía llenándolo de postres y comidas exquisitas, dulces y helados, muy a pesar de las demandas de la madre, que percibía negativo darle de comer cosas tan poco nutritivas aunque deliciosas.

Todos y cada uno de los elementos de la familia, incluyendo el mayordomo y la sirvienta, parecían agradecidos con la llegada de ese pequeño niño a sus vidas. Gracias a él, Diana percibía la ausencia de Dann, su padre, como una situación pasajera de la que no valía la pena ni preocuparse y mucho menos sentirse mal.

Daniel era la adoración de su madre y apenas demostró aquella esperada inteligencia y capacidad de asimilación especial, inició juegos mentales con él para estimular su acelerado crecimiento mental y espiritual.

El pequeño respondía sin aparente dificultad y casi por instinto a los singulares problemas que su madre le ponía delante, y poco a poco, la capacidad de comunicarse sin palabras se fue haciendo más consciente y con menor esfuerzo por parte de la madre.

La época de ingreso a la educación escolar llegó más pronto de lo que hubiera deseado su madre, pero el chico, con cuatro años, ya estaba listo para iniciar una nueva etapa que le ayudaría a desarrollar varias habilidades sociales preparatorias a una posterior educación formal que le implicaría varias horas de trabajo diario fuera de su casa y lejos de su madre… Ella lloró de tristeza y felicidad al verlo partir de sus brazos la vez primera en dirección al recinto que les quitaría para siempre, a ella y a toda su familia, el monopolio de su atención.

3

La primera declaración de guerra propiamente dicha se dio después de que una de las facciones terroristas de la antigua zona de control de Medio Oriente hiciera estallar la primera gran bomba de fragmentación destruyendo todo el centro financiero de la ciudad capital de su territorio. Tras el artero ataque —que generó alrededor de cinco mil muertos—, el titular del gobierno autónomo de Medio Oriente recibió un comunicado digital de imagen y sonido donde se le conminaba a abdicar a favor del nuevo régimen. Los estados hermanos aledaños integrantes de la zona, decidieron en primera instancia apoyar al legítimo gobernante y sumaron fuerzas militares para erradicar de una buena vez a los generadores del conflicto.

Una guerra frontal se desató entre los que defendían el régimen y los que querían derrocarlo. Durante casi un año de lucha murieron más de cinco millones de personas, pero el gobierno establecido salio triunfante. Dos meses después de terminadas las hostilidades, uno de los gobernantes vecinos, que había apoyado dicho sostenimiento durante la contienda con hombres y armamento, aprovechó el estado de cansancio y debilidad de su colega y arremetió contra él con un golpe certero y fulminante. La nueva revuelta únicamente duró un par de días y el gobierno cayó. Los vecinos gobernantes de tierras cercanas, algunos indignados, otros temerosos, se dividieron de inmediato. Unos apoyaron al nuevo líder por considerarlo fuerte y digno, por lo que ameritaba acoplarse a su estrategia; otros lo llamaron traidor y usurpador y se unieron en su contra tratando de devolver a la zona la tranquilidad que había perdido. Una nueva guerra se inició entre esos dos grandes bloques de la misma zona ocasionando destrozos incalculables en casi todas las hermosas y ancestrales ciudades, sin embargo, logró mantenerse aislada hasta que un par de gobernantes de la zona europea decidieron tomar partido por uno de ellos con el fin de apoyarlos y tratar de devolver la paz a la zona aplastando a los opositores. La nueva «paz» que se logró en la zona duró acaso unos días, ya que de inmediato se inició una guerra de guerrillas que resultó más mortífera que las dos anteriores. Además, los ataques terroristas de todo tipo y magnitud en contra de cualquier clase de objetivo —civil, militar, gubernamental, tecnológico, etc. — en ambas zonas —la de Oriente y la europea— se transformaron en una plaga atroz que logró mermar la moral del ambos grandes bloques con sus impresionantes daños y muertes sin sentido.

Los pocos mentálicos con suficiente capacidad de presionar la voluntad de grupos de personas se vieron sobrepasados en sus fuerzas y habilidades, y en ciertos casos hasta encontraron la muerte víctimas de atentados que no pudieron anticipar y, por ende, evitar. La mayor parte de las guerrillas de las zonas de Medio Oriente luchaban encarnizadamente para separarse y conservar su autonomía a fin de liberarse del resto del mundo unido, crear sus propios gobiernos, poner sus propias reglas y recuperar sus tradiciones y cultura usurpadas en un tiempo ya perdido en la historia… Estaban dispuestos a morir sacrificando a sus padres, hijos, esposas y hermanos por lograrlo, y declaraban la guerra en contra de cualquiera que quisiera impedir la instauración del nuevo régimen. Los gobiernos del mundo unido actuaron en contra de dicho propósito por considerarlo un mal ejemplo para la comunidad internacional y esto pronto se vio corroborado por nuevos levantamientos por parte de pequeños poblados, ciudades o regiones en diferentes zonas del globo que vieron la oportunidad de ser libres de cualquier presión exterior y tal vez ser autosuficientes en sus reducidas extensiones de tierra. Algunas de ellas, que eran ciertamente insignificantes, poseían sin embargo recursos naturales estratégicos para la subsistencia y empoderamiento de algunos otros gobiernos, por lo que se negaron en redondo a su separación apurándose además a hacer la declaración de moda —de guerra— y entonces atacar con fuerza despiadada y devastadora las pequeñas regiones disidentes. Sin embargo, a veces estas intervenciones armadas se realizaban sin el apoyo unánime del resto de los gobiernos vecinos, ocasionando que se malinterpretaran los verdaderos motivos del uso de la fuerza y no faltó quien viera con juicio malintencionado, aunque certero, que la intrusión de otros gobiernos, distantes o locales, conllevaba la subrepticia intención de buscar acaparar los recursos naturales de los territorios rebeldes. Por ello, temiendo que éstos de pronto decidieran ya no compartirlos más con la comunidad internacional, se dedicaron a impedir la ocupación de esas tierras olvidadas de la mano de Dios, pero teniendo el cuidado de no entrar en conflicto frontal con los gobiernos amigos bajo la conocida técnica de inteligencia militar de apoyar con armas, logística y todo lo necesario para el mantenimiento de los rebeldes esperando desgastar las fuerzas del usurpador para posteriormente atacar a ambos y así adjudicarse el territorio, la victoria y la supremacía en toda la región…

Continúa en Capítulo 1.4