EL BAÑO
Seguía escurriéndole agua de todo el cuerpo cuando llegó al baño. La puerta estaba más pesada de lo que creía, pero se abrió con facilidad al empujarla. Con urgencia llegó al mingitorio, y mientras disfrutaba de esa placentera sensación de descargar su vejiga, que por horas había contenido para no arruinar la diversión en la alberca, se detuvo a contemplar el charco que había dejado sobre el suelo del lugar. Iba a comenzar a divagar sobre eso cuando escuchó un silbido extraño que se aproximaba parecido a un fuerte viento, o como el ruido de una olla exprés que comienza a calentarse hasta hervir, un ruido peculiar que subía de intensidad y que en principio no le preocupó… hasta que, de pronto, se hizo tan potente que dejó de escuchar el sonido de su propio chorro golpeando la cerámica… Entonces, hubo una fuerte sacudida y pisos, techos y paredes vibraron. ¿Estaba temblando? El ruido se incrementó hasta alcanzar un nivel tan ensordecedor que le obligó a taparse sus orejas con las manos y sintió una fuerte presión en su cabeza que lo obligó a gritar. Hubo un par de destellos proveniente del exterior y alcanzó a escuchar a la distancia el aterrador alarido de cientos de voces que callaron súbitamente junto con aquél fuerte zumbido y enseguida la luz se apagó dejándolo a oscuras. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y comenzó a tantear en la oscuridad en dirección a la salida. Por alguna razón, aquella puerta de metal estaba anormalmente caliente y parecía aún más pesada que antes, como si se hubiera hinchado. Notó de inmediato que del otro lado ya no se escuchaban las risas y gritos de las decenas de personas que disfrutaban de la piscina en esa calurosa tarde de verano en la playa. Desesperado, soportó las quemaduras en sus manos y aplicó toda su fuerza hasta que la puerta se abrió. Únicamente tuvo dos segundos para alcanzar a ver algo antes de que sus ojos explotaran al recibir de inmediato el golpe del remanente de aquella inesperada tormenta solar que había destruido el mundo incinerándolo hasta convertirlo en un rojo desierto, y mientras la devastadora radiación quemaba su piel como en una hoguera hasta consumirle, su aterrada conciencia alcanzó a escuchar el borboteo de un océano evaporándose y, antes de morir, percibió la pesadez de un sofocante viento transportando por el aire el polvo de todo lo que alguna vez estuvo vivo.
O. Castro
INGRAVIDEZ
Supo que algo andaba mal cuando el auto comenzó a derrapar. Lógicamente se lo adjudicó a una falla mecánica o a una considerable cantidad de aceite derramado sobre el asfalto. Las ruedas de su coche patinaban de manera extraña y se orilló de inmediato para no causar algún accidente. Le costó trabajo hacerlo, pero justo al salir pudo percibir la causa. Al principio pensó que se trataba de un mareo, de la pérdida de conciencia o algo que le hizo sentir ligero, como algún síntoma previo a un desmayo que nunca llegó, pero que sintió desde su interior causando un extraño malestar en todos sus órganos. Sólo una grave enfermedad podría explicar sus síntomas, porque comenzó sentir que perdía fuerza en sus brazos y piernas y creyó estar a punto de enloquecer cuando notó que sus extremidades comenzaban a elevarse lentamente alejándolo del suelo. Consternado, se sacudió con violencia lanzándose de espaldas, sin embargo, su inminente caída no sucedió y quedó suspendido al lado del auto que, con el rabillo del ojo, pudo notar que levitaba con él. Para no perder la cabeza, se convenció a sí mismo de que se trataba de un sueño, por lo que no profirió grito alguno y se dejó acariciar por aquella extraña y absurda sensación de flotar. A su alrededor, todas las cosas que no estaban sujetas se despegaban del suelo y muy pronto fue consciente de los aullidos de personas a su alrededor que, desesperadas, tampoco podían impedir que sus cuerpos se elevaran por el aire. Algunos, se agarraban aterrorizados a los postes y ramas de árboles para evitar seguir subiendo. La incertidumbre se apoderó de todos…, menos de él, que seguía convencido que soñaba, al punto que la situación le pareció casi placentera, por eso no luchaba ni se alarmaba mientras tomaba altura. Las vistas de aquella ciudad que conocía tan bien eran extraordinarias a media que subía. En todas direcciones veía personas y cosas flotando pausadamente, pero sin detenerse en su ascenso. Continuó elevándose hasta el punto que podía ver el horizonte abarcando todo a su alrededor, y mientras lo hacía, notó el fenómeno extraño de ver el agua y las nubes aplanarse hasta formar un nuevo mar sobre sus cabezas. El clima comenzó a cambiar, el frío arreció. El suelo se veía lejano y la sensación de falta de aire comenzó a preocupare. El sueño se estaba poniendo raro. Debajo de él ya no había nada, solo campos y líneas sinuosas de carreteras por doquier, pero sobre de él comenzaron agolparse objetos, personas y todos líquidos creando una enorme superficie de agua y lodo que todo lo engullía. El pánico se apoderó de su ánimo al notar que seguiría flotando hasta estrellarse con esa nueva masa desconocida en el techo del cielo que ahora su cerebro había convertido el nuevo piso y trató de evitar seguir cayendo hacia arriba, pero ya era demasiado tarde. Segundos después desapareció junto con todo lo demás dentro de aquél gélido océano de fango suspendido y contenido por la atmósfera.
O. Castro
INVASIÓN
Estaba tendiendo la ropa cuando sintió el frío en su cuerpo y su corazón se detuvo por el susto. Por sobre los techos de la ciudad, a menos de un kilómetro de distancia, miró flotando media docena de discos plateados de tamaño considerable. Su vasta experiencia en programas sobre OVNIS no le habían preparado para enfrentarlos en la realidad. A pesar de los hormigueos en todo su cuerpo los miraba sin poder parpadear esperando que desaparecieran por arte de magia o tal vez simplemente despertar de un probable sueño. De ellos emanaba un sonido peculiar que jamás había escuchado, pero que le hacía recordar un tono de órgano desafinado. Lo más extraño de todo, era sentir que con cada segundo que permanecía mirándolos, menos se acostumbraba a la idea y más temor sentía. Haciendo acopio de fuerzas, caminó lentamente hasta quedar lejos de la vista de los que tenía de frente y se desplazó sigilosamente entre los rojos techos de esa vecindad buscando la escalera que le llevaría a la planta baja. Al girarse para tomar la escalera y descender, sus ojos, que había forzado a mirar al piso, se elevaron al cielo en dirección al otro lado de la ciudad y se quedó petrificada al ver otro plato volador estático justo sobre su campo de visión. Escalofríos seguían recorriendo su cuerpo, pero no podía dejar de ver aquella imposible estructura aparentemente metálica que no giraba ni se movía en absoluto, estaba simplemente ahí, estática, a cincuenta o sesenta metros de distancia del suelo. Segundos después, como pudo, comenzó a bajar los escalones lentamente sin perder de vista el objeto. Cuando estuvo abajo, siguió caminando con la mirada fija en el plato que veía en lo alto e ingresó de inmediato a su casa. Sentía que su corazón le saldría por la boca, y sin poder aún recuperar el ritmo de su respiración se acercó a su marido que dormía y para avisarle, pero las palabras no salían de su boca. Finalmente, susurrando le dijo: — afuera, hay extraterrestres —. El marido, un hombre robusto de escasos 40 años, primero dudó, pero al ver su cara descompuesta, se apresuró a levantarse y se asomó a la ventana presa de la curiosidad. ¡No hay nada, vieja! Ella seguía inmóvil y le pidió que saliera al patio. El hombre se puso sus chanclas, se cubrió con su bata de baño y salió… No más de 10 segundos después, regresó con el rostro tan desfigurado que hasta su esposa le pareció que había envejecido 10 años. Sin saber qué hacer o decir se quedaron mirando unos minutos. Entonces, algo retumbó en la distancia. Los ecos de algo como un largo trueno de tormenta rugieron lejanos… luego, el sonido característico de balazos y explosiones seguidos de alaridos enloquecidos comenzaron a escucharse en todas direcciones, primero se oían retirados, luego, los lamentos y la refriega se comenzaron a sonar cada vez más cerca. El temor había hecho presa de ellos y permanecían como estatuas mirándose. Los gritos de la gente eran desgarradores, pero más impresionante resultaba darse cuenta que eran silenciados de súbito al ritmo de unos incomprensibles destellos seguidos de fuertes estruendos que cimbraban las paredes y ventanas de la casa. Una de esas luces explotó en las cercanías obligándoles a tirarse al suelo. Todo a su alrededor comenzó a despedazarse. Ellos, abrazados comenzaron a llorar. Afuera todo era un caos, luces de colores estallaban por doquier anticipando poderosas explosiones que lastimaban sus oídos. El suelo temblaba, los techos y paredes se desmoronaban sobre de ellos hasta que, finalmente, un costado de la casa cayó y ambos pudieron verles por última vez casi sobre sus cabezas, luego hubo un flashazo y sus cuerpos se evaporaron.
O. Castro
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