Lo más importante en el tema de la información, es el uso que se hace de esta. Y no importa que sea verdadera o falsa, pues será su manejo, y el impacto que ocasiona, lo que determina su verdadero valor.

La información es sinónimo inequívoco de poder, y desde que el hombre es hombre, el que posee el conocimiento, ejerce su voluntad y dominio sobre los demás que no la tienen, y si se sabe manejar ese saber, se puede llegar a obtener el control de toda la sociedad. Esto ha ocurrido desde las épocas antiguas y es una actividad que poco o nada ha cambiado con la entrada de nuestra era “moderna”.

El verdadero saber se encuentra restringido a una pequeña porción del total de la humanidad. Y no me refiero al número de personas que adquieren conocimiento de nivel medio y superior (que es en verdad insignificante con respecto al grueso de la población), sino a la cabal lucidez de conceptos, eventos, procedimientos y acciones efectuadas en el marco de las altas esferas del poder. Las cuales, están compuestas en su mayoría, por la gente más informada, más docta y más inteligente (aunque esto último no sea precisamente cierto), que guardan con profundo celo los secretos de un saber del cual se sienten responsables.

«…es una verdad indiscutible el que la sociedad, en general, sigue desinformada e ignorante de los aspectos reales o concretos que motivan la realización de los hechos aparentemente comunes…»

 Ejemplos rápidos de esto serían: la información sobre nuevas y revolucionarias tecnologías (aplicadas sobre todo a la industria armamentista o detenidas con la finalidad de agotar la tecnología obsoleta existente); el conocimiento relacionado con el cosmos, la religión, la vida extraterrestre (pues el saber de la vida en general en el universo es mucho más amplio y complejo de lo que se quiere aceptar); la raza humana y sus habilidades (a veces consideradas estúpidamente “sobrenaturales”); y cosas en apariencia “sencillas”, como lo pueden ser: los nombres y motivos reales de los autores intelectuales de asesinatos presidenciales o de personajes prominentes, así como datos sobre los principales narcotraficantes, o las caras y los apellidos de los verdaderos rectores de la política, la economía, el comercio, etc., (que han de ser los mismos) y que adquieren su estatus de omnipotencia no sólo gracias a su cuantiosa fortuna, sino a la información que únicamente ellos (y tal vez a causa de ella) poseen.

Y es a pesar de las innovaciones en el ámbito tecnológico de las telecomunicaciones, es una verdad indiscutible el que la sociedad, en general, sigue desinformada e ignorante de los aspectos reales o concretos que motivan la realización de los hechos “aparentemente comunes y cotidianos”, que se presentan a través de los “medios masivos de comunicación”, y de los cuales somos simples testigos superficiales. Los dueños de las empresas de comunicación (cualquiera que sea) controlan lo que la población debe ver, leer o escuchar al tiempo que fomentan lo que les conviene que la masas vea; y lo deciden con la impunidad y la autoridad que el poder del verdadero conocimiento les da.

 Pero no obstante, esta extraña y elitista repartición, o más bien restricción del conocimiento, es de algún modo correcta. Y es que hay varias razones muy validadas para hacerlo, como el hecho de que no toda la información compilada debe estar disponible para todo el mundo, ya que evidentemente, eso resultaría en un caos, pues como dice Humberto Eco en su famosa novela de El nombre de la Rosa: “porque no todo el pueblo de Dios está preparado para recibir tantos secretos, y a menudo ha sucedido que los depositarios de esta ciencia fueron confundidos con magos que habían pactado con el diablo, pagando con sus vidas el deseo que habían tenido de compartir con los demás su tesoro de conocimiento”-. Y aunque en la época ambientada por el autor, el conflicto de conocimiento es a nivel científico primitivo, dentro de una era fatal, donde por conservar el poder se satanizaba cualquier saber que pusiera en peligro o en evidencia el orden establecido, hoy día vivimos algo semejante. Casos particulares que ilustran esto, son las guerras y conflictos que han surgido continuamente bajo casi cualquier pretexto, y que sólo sirven para obtener ganancias de algún tipo, mientras se distrae y se disuade sobre las causas ocultas de dichas acciones (que casi siempre son resultado de estrategias económicas o políticas que colocan al país “ganador” en una situación de ventaja por sobre el vencido). Este tipo de eventos no son, desde luego, honradamente explicados por los protagonistas a sus respectivos pueblos, pues de ello depende el buen funcionamiento y la concretización de sus muy oscuros (particulares) planes de dominio sobre aquellos que ignoran las razones de fondo.

 Si nos ponemos a pensar, la sociedad “funciona” como resultado de la ignorancia general; pues si todos poseyeran el mismo conocimiento con respecto a todo, todos querrían lo mismo y habría que buscar la forma de satisfacerles a todos, por igual, su deseo ambicioso de poseer más y mejores cosas, oportunidades y atenciones. Nadie puede desear lo que no conoce, y el conocimiento incita al deseo (en el sentido amplio y multidisciplinario de la palabra, es decir, de todo tipo de deseo: de verdad, de justicia, de venganza, de rebeldía, de superación, de investigación, de riqueza, etc.). Además, para que el mundo marche, el conocimiento debe estar restringido a aquellos que sepan que hacer con él (que no sucede, pero sería lo ideal), pues si no ¿qué pasaría si por ejemplo, todos supiéramos hacer bombas atómicas?; ¿y qué ocurriría si todos tuvieran de pronto el conocimiento y la certeza de que la mayoría de las religiones son un modelo de control y represión que juega con la incredulidad, la fe y la ignorancia del pueblo, para mantenerlos sujetos a normas que ellos mismos crearon?; ¿ y si todos supiéramos la realidad sobre nuestros gobernantes, sus artimañas, sus verdaderas intenciones, así  como sus amigos e intereses, que casi siempre se anteponen al bienestar del pueblo?; ¿qué pasaría si nos enteráramos del valor real de las cosas o de las ganancias reales del producto de nuestro trabajo comparados objetivamente con nuestros sueldos?; ¿y si todos supiéramos, si tuviéramos acceso a la misma información…, si todos entendiéramos? Se rompería la ley y el orden; habría anarquía, pues nadie estaría dispuesto a anteponer su voluntad a la de los demás; todos querrían participar en todo a un mismo nivel y nadie aceptaría la ayuda de los demás, etc. Esto es ciertamente un pensamiento radical, pero sirve para ejemplificar de lo que hablo.

Porque, en todo caso, y citando nuevamente a al Sr. Eco: “a veces es bueno que los secretos sigan protegidos por discursos oscuros”, pues el hombre común o “simple” (como él llama, a aquellos que no tienen acceso a conocimientos superiores), continuamente es más feliz dentro de la mentira o la ignorancia. Les gusta pensar que cosas mágicas les pasan a ellos producto de la fe en lo que sea que se las inspire, y no por la intervención directa de otros, o a causa de eventos o acciones naturales reales (aunque a veces fortuitos y ciertamente bastante extraños). Sólo estando sumidos en esa ignorancia, se puede aprovechar el temor del hombre para poder dominarlo a placer, pues es innegable que, el que conoce, ya no teme más que a su propio conocimiento.

Mientras los hombres permanezcan ciegos a la verdad, continuarán despreocupados, viviendo sus vidas monótonas de acuerdo a regímenes y patrones de conducta preestablecidos por la sociedad sapiente que los manipula.

Dicen que la verdad te hará libre, yo pienso que la ignorancia… te hace feliz.

Octavio C.