En las relaciones de pareja, uno de los mitos más comunes es el de que las personas están unidas por “amor” y que, además, es lo único que necesitan.

El amor es quizá la más cruel, subjetiva y confusa de las emociones, ya que se basa en estados alterados de conciencia y está estrechamente relacionada con las inseguridades y carencias (sobre todo emocionales) del individuo. Lo que llamamos «amor» funciona como una especie virus que vulnera nuestras defensas y nos obliga a entregarnos sin reservas a otra persona, aunque esto sea en perjuicio nuestro, lo que además es más frecuente de lo que se cree.

Un ejemplo extremo de éste error de juicio sería el “amor” casi fanático que una persona puede llegar a sentir por una mujer u hombre que no conoce, pero que mira frecuentemente en alguna una revista o televisor exhibiendo sus carnes y mostrando una figura escultural prácticamente de enseño, así como la imposibilidad real de «tenerla» en su cama. No obstante, para la gente común, es motivo de una pasión que nace justamente del no tener, dentro del ámbito de su realidad, una persona con esas características mágicas para su disfrute. Paradójicamente, incluso para quienes sí tienen en su casa una escultura así como recipiente de sus bajas pasiones, el «enamoramiento» recaerá en otro tipo de persona (incluso hasta del mismo sexo), que sea justo lo que no tiene en casa. Es decir, el “amor” que nos despiertan otras personas, suele producirse porque vemos en ellas algunas cosas que nos hacen falta y que estúpidamente creemos que lograremos hacer nuestras al amarrar a ese otro individuo a una vida de pareja donde, casi por inercia, nos abocamos a inhibir todo aquello que antes nos llamó la atención.

«El que alguien crea que otro debe estar bajo su dominio por el simple hecho de que está enamorado(a) de ella o él, es un claro atentado a la libertad

Es la paradoja de lo absurdo, de lo ridículo, donde el amor funge como un represor de voluntades en lugar de un liberador de emociones.

El objeto de nuestro afecto se convierte simplemente en un “objeto” de nuestra propiedad, donde sus virtudes, cualesquiera que éstas sean, lo son con el único propósito de causarnos placer a nosotros y reafirmarnos en la seguridad de que él o ella, son nuestros. Entonces, sólo entonces, sentimos (o creemos) que somos felices porque al fin poseemos lo que siempre necesitamos y lo tenemos bien encerrado y amaestrado dentro de nuestra jaula virtual para que nos llene de cosas maravillosas al instante mismo de notar nuestra inigualable presencia. Es evidente sin embargo que para que haya una pareja se necesitan de dos idiotas, como mínimo, que acepten semejante acuerdo que por naturaleza está destinado al fracaso o, en el peor de los escenarios, al estoico sostenimiento de la relación vía la tortura psicológica constante o la sutil pero poderosa rutina. El que alguien crea que otro debe estar bajo su dominio por el simple hecho de que está enamorada de ella o él, es un claro atentado a la libertad y a la inteligencia de cualquier persona que se precie de serlo. El amor, es una atadura mental que se deforma hasta degenerar en algo físico cuando existe enamoramiento o acuerdo entre dos imbéciles. “Si haces esto es porque me quieres”. “Si no dejas de hacer el otro, es que no me quieres”. “Si me amas no necesitas voltear a ver a otra mujer nunca más”. “Porque te amo, solo soy tuyo”. “Sin ti no sabría que hacer”… o la socorrida: “Si me dejas, me mato”…. Etc. Todos ellos argumentos muy válidos entre la gente estúpida que cree que el amor les da algún tipo de autoridad sobre los demás. Así pues, nos encontramos con que el mito del amor no sólo te proporcionará felicidad, sino libertad. Ni una ni otra, sino al contrario, las personas suelen amar (o dicen que aman) por las razones equivocadas. Por soledad, por sentimientos de inferioridad, por cuestiones estéticas, por sexo, porque saben escuchar, porque los hacen reír, por ser el o la única(o) que les hizo caso o las(los) entiende, por miedo a quedarse solos… “porque… lo necesito” etc., siendo que el verdadero “amor” no surge de la necesidad de satisfacer carencias o necesidades propias, sino de compartir las bondades que uno ya tiene y/o tendrá a pesar de los otros.

 Es por eso que la “renuncia” surge como la gran salvadora de las relaciones de pareja, pues es únicamente con ella como puede uno garantizar que no se está involucrado con alguien por las razones equivocadas. Si uno puede dejar de ver a una persona por largos períodos de tiempo sin sentir asfixia, celos, pánicos, obsesiones y conflictos de ningún tipo temiendo que ésta ya no regrese o se encuentre a alguien mejor etc., estará del otro lado, porque querrá decir que la quiere, pero que sabe que no le pertenece. Desde luego que pensamientos como éste tienen truco, y el truco es que para lograr un tipo de renuncia semejante, hay que estar más que seguro y contento con uno mismo. La felicidad de un persona no debe sustentarse en otra, sino que cada quien debe esforzarse y concentrarse en ser feliz por sí mismo, por su lado, por lo que tiene, lo que ha logrado, lo que es y hasta por lo que logrará en el contexto de su auténtica individualidad. Tan sólo de esta manera logrará armonía y felicidad al convivir con otra persona (pues éstas actividades, actitudes y pensamientos no dependerán de ella, sino que su presencia, con suerte, solamente la reforzará). Sin embargo ésta otra persona debe, a su vez, encontrar en ella misma (así como lo hace su pareja) las motivaciones suficientes para vivir y estar contenta con su propia existencia, ya que de no ser así, habrá infinidad de momentos en los que surgirán razones para reprochar, enojarse o sentirse infeliz. ¿Por qué me dejaste sola? ¿Dónde estabas? ¿Con quién? ¿Por qué no me llevaste? Quieres estar solo(a) porque ya no te importo ¿verdad? ¿o para estar con alguien más? ¿Ya no me quieres? etc., que son típicos reproches de gente que ha depositado su felicidad, su tranquilidad y su vida en general en otras personas, con lo que deja claro que está tan preocupado(a) en lo que haga o deja de hacer su pareja, que no le da tiempo de ocuparse por estar bien ella o él con su propia vida.

Las razones para estar en pareja son muchas y algunas muy válidas y muy buenas. La principal debe ser: para compartir la felicidad propia, no para buscar ser feliz. Una relación sana, se basará más que en la confianza y el respeto, que nunca deben faltar, en la certeza y la convicción de que nuestro compañero es un ser ajeno, individual y con tantos defectos como nosotros mismos, y que si está en ese momento compartiendo “parte” de su vida y de su tiempo con nosotros, es porque lo quiere, porque le agrada, porque le causa placer hacerlo y no porque nos deba algo, porque nos merezcamos algo o por que la sociedad, la religión o nuestro egoísmo y nuestra necesidad de ser amados lo exigen. Con el amor no se trafica, y uno de los principales mitos del amor, es que es algo que se obtiene afuera, que está a disposición de la oferta y la demanda de los demás. El “amor de pareja” es una falacia que se estrella de frente ante la evidencia del egoísmo que lo genera y absurdamente lo sustenta.

El amor es un estado mental, individual, producido por reacciones químicas dentro de nuestro cerebro que produce sensaciones y emociones alteradas en la persona afectada y que suele desencadenar reacciones físicas y verbales descontroladas. Sin embargo, todo ese caos que se genera, es solo nuestro. Nos lo pueden provocar cosas tanto vivas como inanimadas y hasta inexistentes, y requiere de puntuales estímulos  tanto positivos como negativos para reforzarse y no diluirse con rapidez (ya que de todas formas se desvanece) o transformarse en odio u otras emociones consideradas negativas. Es actualmente una esperanza y necesidad absurda porque, lo que “enamora” nunca es real, es algo que no está ahí, sino algo que surge de forma espontánea en base a lo que anhelamos debido a un proceso complejo de construcción de ideas e ideales sobre lo que no tenemos y, por ende, obviamente necesitamos. Además, el amor suele estar adornado de estereotipos de belleza y banalidades que “enamoran” y que por ello se juzgan “perfectos” tan solo por su apariencia, su riqueza, su fortaleza, su destreza sexual, su simpatía, su conocimiento, su experiencia y una infinidad de características que en nada tienen que ver con uno mismo, pues la fuerza y la riqueza del otro(a) no es nuestra ni nos pertenece (aunque hay gentuza que se la arregla para arrebatarla con artimañas como el matrimonio), ni nos podrá pertenecer nunca, y aunque así fuera, no nos es propia, y lo único que provoca es que, adormecidos por la ilusión de lo que nos aporta el otro con su compañía, lleguemos a creer que nosotros mismos somos tan fuertes o ricos como siempre soñamos, y dejemos de hacer algo por serlo de verdad pues depositamos en el otro la responsabilidad de llenarnos con lo que nos falta, solo por amor. Estas absurdas fantasías son, sin embargo, aceptadas y comúnmente utilizadas por todo mundo hoy día y de de hecho, se toman como parámetro de amor. “Me compró tal cosa, se nota que me ama”, “Lo amo porque está guapísimo”, “lo amo, porque me hace reír”, “Nos amamos porque nos complementamos… El tiene todo lo que a mi me hace falta y viceversa”.

 El verdadero amor, el natural afecto hacia el prójimo, se demuestra con la renuncia y el desprendimiento así como con la voluntad de estar bien con uno mismo sin depender ni esperar que alguien más lo haga por o para ti… Sólo entonces, podremos decir que la relación con nuestra pareja se basa en la pureza de un cariño sincero, cimentado en el gusto por compartir lo mejor de cada quien, a pesar de todos los defectos, los suyos y los nuestros.

O. Castro.