Últimamente, la política se ha convertido en el eje central de la conversación nacional y no por buenas razones. El enfrentamiento permanente entre dos posiciones ideológicas (aparentemente opuestas e irreconciliables), es el resultado de querer imponer pensamientos y acciones que son contrarias a los intereses y costumbres de la otra parte, aunque hay que aceptar que algunas sencillamente atentan contra la lógica y el sentido común. Sin embargo, la democracia es así, plural, con matices, abierta al debate y la reflexión, pues se trata, justamente, de la libertad de expresarse y encontrar un punto medio, un equilibrio donde las voces de todas las partes sean escuchadas y tomadas en cuenta para decidir en favor de todos y no solo de algunos. Lamentablemente, estamos viviendo tiempos complejos donde, esa misma libertad y apertura (construida por décadas), que derivó en la posibilidad de que un candidato de izquierda pudiera llegar a la presidencia, está siendo señalada como el “enemigo” de un “cambio” que aparentemente no contempla compartir el poder con los opositores o con quienes que no comparten su visión. Suena terrible, pero aceptémoslo, la política siempre ha sido un cochinero.
La lucha por obtener y conservar el poder a toda costa es parte de la idiosincrasia latinoamericana. Sin embargo, el fantasma de la dictadura se hace presente siempre que los discursos populistas atacan públicamente a quienes les critican y llegan al absurdo de incurrir en actos ilegales o hasta crímenes para impedir que sus adversarios políticos participen del juego. Actualmente el foco de la discusión se centra en los actos y dichos del primer mandatario, de quien ya se sospecha que puede tener la intención de instaurar un nuevo sistema político de tintes autoritarios. El caso es, que el problema no solo está en los delirios de grandeza o las tendencias comunistas, la precaria situación político-social que vivimos hoy en día no tiene que ver con un solo personaje o un grupo de sinvergüenzas que buscan transformar al país destruyéndolo, el problema está en nosotros. Él y su equipo, junto con todos los demás políticos, incluidos varios de la oposición, solo son un reflejo de lo que somos como sociedad y de nuestra cultura. Su incompetencia, su ruindad, su insaciable afición por robar, engañar, mentir, manipular, esconder, burlarse y denostar, no son sino características propias del mexicano promedio. A muchos no les gustará escucharlo y tal vez sientan que no caben en esa canasta, y con justa razón, pero la verdad es que el desaseo que vemos ahora no llegó por generación espontánea. Toda esa gente que vemos hoy bailando y cantando ridículamente para llamar la atención en busca de nuestro voto, es la misma que vemos también expresarse de la manera más repugnante y soez desde la máxima tribuna de la nación o en los muchos videos o audios que dan cuenta de todos sus actos de corrupción. ¿Y de dónde surgieron?, pues del pueblo.
Pero, ¿y la gente buena? ¿A caso no hay personas con inteligencia, preparación, dignidad, honor, honradez, capacidad y experiencia? ¡Claro que la hay! Pero en su mayoría esas personas no participan de la vida política, o ya no lo hacen más. Son empresarios, profesionistas, estudiantes, maestros, padres de familia, emprendedores o empleados que simplemente están viviendo su vida, luchando día a día por llevar el sustento a sus familias. Entonces, se da la paradoja de que los buenos ciudadanos se encuentran fuera del círculo de donde se toman las decisiones y solo les queda votar por lo que hay, y eso es, por gente poco preparada, algunos personajes reconocidos sacados de la farándula y otros muy extraños y siniestros que llevan décadas mamando de nuestros impuestos y que buscan perpetuarse colocando a sus familiares en puestos de gobierno.
«la decisión de elegir a quienes gobernarán nuestro país, la tomamos los ciudadanos»
En política, nuestro país ha transitado por periodos muy tristes y desoladores. Ya vivimos una dictadura perfecta, donde un solo partido acaparó el poder fingiendo ser democrático durante más de 70 años para luego, con mucho esfuerzo, conocer la alternancia, misma que, al funcionar a medias, permitió el regreso del mismo partido saturado de gente abusiva y corrupta que finalmente nos llevó a un hartazgo tal, que nos trajo a lo que estamos viviendo hoy y que está muy lejos de ser lo que muchos esperábamos. Por el contrario, hoy ha renacido el temor de caer nuevamente en una espiral decadente que nos aleje para siempre de los ideales democráticos, de prosperidad y libertad por los que lucharon y murieron cientos de personas durante décadas. Pero entonces, ante semejante panorama, resulta necesario recordar que la decisión de elegir a quienes gobernarán nuestro país, la tomamos los ciudadanos, y si la decisión falla, el error está en nosotros, no en “él” o en “ellos”, porque sencillamente nosotros los pusimos ahí. Somos nosotros los que, con nuestro voto o a falta de él, definimos el rumbo de nuestro país. La participación ciudadana es esencial para señalar y evitar el saqueo, pero sobre todo tiene la responsabilidad de evitar que una minoría bien organizada acumule todo el poder aprovechándose del disgusto y la apatía generalizada. De otro modo, nadie puede decirse sorprendido, ni deberá renegar o echar culpas. Si las cosas salen mal, el problema está en nosotros, como individuos, como sociedad, como país, y exactamente por eso mismo, la solución también.
O. Castro