6.

Agustín Carrillo había llegado un par de meses antes, por su cuenta, haciendo alarde de lo mucho que le interesaba ser parte de los proyectos del partido. En Renacer Mexicano nadie encontró motivo para desconfiar de él. Era joven, treinta y cinco años, estaba estudiando una maestría y tenía un carisma amigable que caía extraordinariamente bien desde el principio. Comenzó como ayudante en general de la oficina, pero su actitud de servicio e irrefrenable entusiasmo le hicieron rápidamente merecedor de la confianza de Roberto Flores, quien lo hizo parte de su equipo de trabajo. Un par de meses más tarde, Agustín comenzó a fungir como asistente personal de Roberto sin que en ningún momento alguien hubiera objetado semejante consideración, y es que incluso les pareció natural que una persona con tan buena vibra y trabajador, alguien que se notaba que estaba verdaderamente entregado al proyecto del PRM, mereciera la distinción de acompañar a todos lados a uno de los dirigentes más importantes de aquél novel partido a pesar de llevar tan poco tiempo en las listas de afiliados al mismo.

Luis Enrique fue al único que se le ocurrió preguntar un día quién carajos era aquél personaje de anteojos que nunca se despegaba de Roberto. “Es su nuevo asistente personal”, le habían contestado y él ya no volvió a mencionar el tema, pero siempre que lo veía desde su despacho ir y venir de una oficina a otra en ése el último piso, se sentía ligeramente incómodo. Un día el tocó a su puerta de cristal y solicitó permiso para entrar con su gran sonrisa. Llevaba un recado de Roberto y lo dio con tanta soltura y diligencia que no pudo menos que aceptar que se trataba efectivamente de una gran persona.

 Las cosas marchaban demasiado bien. Roberto y Francisco habían contratado tanto a jóvenes recién egresados como a experimentados administradores para que llevaran las riendas de las empresas que darían servicio al partido. Los bajos costos de operación, la optimización de recursos, los precios preferenciales directos de fábrica por volumen sumados a un verdaderamente eficiente manejo de las finanzas y las ventas, habían dado como resultado que una de ellas, la empresa Papelería y Artículos de Oficina SA de CV (PAOSA) creciera a tal grado, que pronto surgió la necesidad de crear sucursales que dieran respuesta al tamaño de la demanda de productos y servicios que ofrecían. Los administradores encargados de PAOSA, eran liderados por Oscar Plasencia, que como hombre de todas las confianzas de Francisco, fue designado representante legal además de que en el actas constitutiva aparecía, junto con su esposa, como dueño de la empresa, aunque Francisco mantenía en un lugar seguro la sesión derechos y venta de todas las acciones ya firmada y notariada a favor suyo y de Luis Enrique por partes iguales. Oscar había logrado con su impresionante capacidad para los negocios, hacer que PAOSA diera servicio a otros partidos así como a grandes empresas de todo tipo, pero todo esto era poco comparado con lo que ocurrió después, a poco más de un año de su creación, pues ganó una licitación para ser una de las empresas oficiales que proporcionarían todo tipo de insumos de papelería en el gobierno del Distrito Federal durante seis años.

De este modo, pudieron sacar dinero del PRM justificándolo de forma por demás “legal”, y junto con el buen negocio que había resultado  PAOSA, muy pronto las cuentas que tenían Enrique y Francisco en México y otros países, a nombres de terceros desde luego, se incrementaron hasta niveles de riqueza bastante significativos.

Por ése entonces, la economía mexicana, por lo menos en lo correspondiente a los niveles macroeconómicos, marchaba mejor que nunca. El jefe del Ejecutivo en turno, había logrado sacar adelante algunas de las reformas estructurales pendientes y la inversión extranjera se había volcado sobre México como uno de los cinco países emergentes con más potencial de desarrollo económico, únicamente detrás de China, India y Brasil. Sin embargo, al igual que éste último, en México desde hacía ya algunos años, la violencia se había desatado alarmantemente por el choque de poderes e intereses entre las diferentes organizaciones criminales que, aprovechando el vacío del poder que hubo durante los seis años del gobierno anterior, lograron posicionarse como una verdadera fuerza contraria al Estado. Controlaban el tráfico de drogas, de vehículos robados, la prostitución, las cárceles, el contrabando, algunos medios de comunicación y hasta una docena de empresas legalemente constituidas y de prestigio, además mantenían secretamente intereses importantes en los partidos políticos y en todos y cada uno de los niveles de gobierno, desde los municipales hasta los federales, así como en todas sus policías.

Luis Enrique lo sabía, o más bien lo infería, pues no había manera de comprobar nada. Él ataba cabos separando la basura de las noticias y de los periódicos. Aprovechando a sus representantes en cada uno de los diferentes comités estatales, se hacía enviar cada semana un informe de todo lo que ocurría en cada uno de los rincones del país, pero quería comentarios reales, de gente común, que era la que sabía lo que verdaderamente ocurría en la república, y eso era lo que recibía.

Entonces, comparando los diarios de algunos Estados o noticias de radio o televisión con su información semanal, podía darse cuenta de la magnitud de la manipulación y distorsión que existía a todos los niveles.

La nota “Mueren cinco miembros de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) por supuestos nexos con el narcotráfico”, él podía releerla gracias a su información de primera mano, que la situación en realidad era así: “Peligroso narcotraficante asesina a cinco policías de la AFI (uno de ellos novio de una de las hijas de un compadre de quién escribía la nota), por negarse a participar en sus negocios turbios”. De la comparación de ambas notas podía darse una mejor y más clara idea de lo que ocurría en el país.

— ¿Qué está pasando Pancho? La violencia está desatada — comentó en una de sus reuniones.

— Así es Quique… Es un desorden por todos lados. El presidente sin embargo ya vez que ordenó el despliegue de tropas para contener la criminalidad en varios Estados de la República, pero más allá de algunas capturas y espectaculares decomisos no logró realmente cambiar el curso de las cosas.

— Claro que no, por más buenas que fueran sus intenciones, el presidente depende de gente que seguramente está involucrada con el narcotráfico. Hacen un par de cortes de cabeza y decomisos bien programados y “listo señor presidente, hemos cumplido”.

— Parece mentira, pero es probable que ni el mismo presidente tenga la capacidad de acabar con el crimen organizado.

— Es que le llevan ventaja Pancho, tienen infiltrados en áreas clave de todo el gobierno, en el ejército, en la policía, con los jueces, en las cárceles. Está difícil.

— Pero no… no puede ser que no haya nada que hacer.

Luis Enrique, que había comenzado a caminar alrededor de su escritorio con la mano frotando su barbilla, comentó a su amigo que permanecía sentado del otro lado de la mesa:

— A mi se me ha ocurrido algo, pero aún no tenemos capacidad de hacerlo — miró al techo, pensativo—. Y es que, ¿sabes? Nada de nuestros planes podrá llevarse a cabo sin cortar de tajo la cabeza de las mafias. Es una guerra de poder, o gobiernan ellos, para sus intereses, o gobierna el gobierno, para satisfacer los intereses del pueblo.

— El punto es que gobernantes y criminales son “lo mismo” para la gente Quique… no hacen diferencia, pues como los otros, ven únicamente por sus intereses, por el dinero, y se olvidan de que su única razón de ser es, justamente, velar por los intereses del pueblo.

— Ese es justamente de lo que hablo. No sirve de nada emprender una gestión honesta y decidida a favor de la gente, porque si paralelamente está la organización criminal trabajando para consolidar su fuerza, será nulo o ineficaz cualquier cosa que se intente.

— Comprendo, habría que anular la otra fuerza para poder establecer un nuevo gobierno que se legitime a sí mismo con sus acciones.

— Así es…

— Es como una guerra, ¿te das cuenta?

Luis Enrique lo miró, y asintió.

— ¿Es el principal enemigo del país… del pueblo, del gobierno?

— Creo que si, antes pensaba que la corrupción del gobierno era por la ambición sin escrúpulo de todos sus integrantes, ahora me doy cuenta que realmente es que no queda de otra. Si intentas hacer algo bueno que ponga en juego los intereses de la mafia, te matan. ¿Te imaginas que habría pasado si hubiéramos comenzado a alardear con que cambiaríamos el país desde sus estructuras y que perseguiríamos a los corruptos y delincuentes para purificar la nación? Ya estaríamos muertos o presos, tú y yo… Pero que ocurre, que hacemos todo justo como lo hacen todos, por debajo del agua, y nadie nos molesta aunque intuyan o sepan lo que pasa, y es más, nos ganamos hasta su respeto.

— ¿Crees que alguien más hace lo que nosotros y que por dentro tienen intereses legítimos que lamentablemente no pueden expresar y se ven obligados a mantenerse en las sombras?

— Exacto. Es probable que haya ese tipo de personas en todos los niveles y que no hacen nada por prudencia e inteligencia. El tema sería encontrarlos y convencerlos de que debe llegar un momento en el que se tendrá que actuar.

— Uy…, para atinarle… ¿Te imaginas errarle y contactar a alguno de los “malos”? — Francisco hizo un movimiento con su puño cerrado y el pulgar apuntando a su cuello.

— Por eso te digo que aún es muy pronto… No tenemos el suficiente poder.

— Entonces… ¿estás pensándolo en serio?

— Si.

— ¡Perfecto!, me encantará ayudarte a lograrlo.

— Desde luego, esto no lo podría lograr sin ti. Sin embargo, te voy a confesar que tengo un poco de miedo. Entre más crecemos, somos más vigilados y susceptibles de ser anulados, por lo que creo debemos cambiar un poco la estrategia.

— Tú dirás.

— En las próximas elecciones del partido, necesito perder la Presidencia y que la asuma alguien de confianza, pero que tú controles a la perfección, porque le lloverán ofertas y presiones extrañas.

— Ok, ¿y tú?

— Yo necesito dar la apariencia de estar molesto con ustedes, tal vez hasta cambiarme de partido.

— Mhh… entiendo.

— Tendremos que dejar de hablarnos por un tiempo, y necesito que sin decir nada malo contra mí, demuestres tu molestia o desacuerdos cuando te cuestionen.

— Está bien.

— Además, debes tener cuidado, nada de lo que hablamos debes comentarlo con nadie, ni a Roberto ni a tu prometida, ni a nadie…

— ¿No vas a venir a la boda?

— No, es una excelente oportunidad para demostrar rompimiento.

— Mmmta… Ok.

— No debes tratar de contactarme nunca personalmente, y si no sabes de mi, mejor. Tú sigue haciendo todo normal, cuando llegue el momento, te haré saber lo que tienes que hacer.

— Está bien Quique, haré todo lo que me dices.

Luis Enrique observó a su amigo súbitamente serio, se notaba molesto. 

— Algún día Pancho, las cosas serán diferentes. Te lo prometo.

 Francisco asintió y permaneció en silencio observando el brillo en los ojos de su amigo, el mismo brillo que lo empujó a acompañarlo en aquella cruzada que lo había llevado al senado de la república. Por él, haría lo que fuera, incluso alejarse de su lado, o convertirse en su enemigo.

…continúa en Capítulo 2-7