Aunque es innegable que el ser humano sólo se desarrolla mediante su interacción con el medio, y principalmente a través del contacto y comunicación con otros hombres, éste es un ser completamente individual y distinto a los demás. No hay hombres iguales; pueden compartir características de raza, de nivel socioeconómico, de gustos, etc., pero no son iguales.

Sin embargo, la sociedad moderna pretende hacer creer a las personas que todos y cada uno de los hombres del mundo son y deben ser iguales ante los demás hombres, ante la ley y hasta ante dios. No hay nada más falso e incorrecto. De entrada, existen diferencias fisiológicas evidentes tales como: el color de piel, de los ojos, de cabello, la estatura, la corpulencia, etc., que por sí mismos marcan una diferencia sustancial dentro de la misma sociedad. Y eso sin hablar de los contrastes reales en cuanto al intelecto, la capacidad motriz, la facultad de análisis, síntesis, abstracción, expresión, concentración y muchas otras cualidades. Pero, ojo, dicho contraste no nace, ni debe interpretarse nunca, como el estúpido racismo basado en la “diferencia” de razas o condiciones físicas e intelectuales, sino por la natural desigualdad de ellas. Es decir, son desiguales por el hecho mismo de que cada individuo es diferente. Y el concepto Nazi de “inferioridad”, es sólo una manera poco inteligente y radical de interpretar dicha desigualdad, ya que por ejemplo, los hombres de raza negra son, en su mayoría, desigualmente más fuertes que los de casi toda la raza blanca o la amarilla, esto debido a una diferente constitución física derivada de un raza que por milenios ha adoptado ese camino evolutivo. Y el que actualmente se siga suponiendo que los hombres de color son menos inteligentes que los blancos (desafortunadamente algunos aún piensan que es verdad), es debido al propio racismo, ya que históricamente no se les han dado las mismas oportunidades de desarrollo intelectual que se les dan a los de tez blanca. Sin embargo, ésto sigue siendo una tontería, pues las razas blancas (supuestamente superior), podría considerarse proporcionalmente menos inteligente que las razas “amarillas” (principalmente refiriéndonos países del oeste asiático, que es donde se han  dado las condiciones de desarrollo), pues han demostrado con hechos, que cualquier cosa que invente “el occidente”, ellos lo harán mejor. Y desde luego que, aunque pudiera parecer cierto en primera instancia, dados los grandes logros en avances tecnológicos que han mostrado, no lo es, puesto que los asiáticos a su vez, se ven limitados en aspectos que otros hombres de otras razas han desarrollado mejor (o diferente) que ellos. En otras palabras, debe quedar muy claro que las discrepancias entre capacidades existen y son naturales; existen entre razas y entre los hombres que las componen, pero ésta es una desigualdad del todo normal que parte del hecho más que evidente (aunque no siempre) de que efectivamente, todos, sin importar la geografía, somos imperfectos.

«dentro de una misma raza hay diferencias en capacidades físicas, mentales, ideologicas, etc.«

La igualdad se da, y sólo así debemos entenderlo, dentro del ámbito que comprende a la especie en general, sólo así es correcto pensar que blancos, negros, amarillos y mestizos son, en definitiva, indistintamente humanos. Sin embargo, hay unos menos humanos que otros, o para decirlo de otra forma, hay unos más desiguales que otros; y nuevamente no me refiero al racismo típico que presupone que hay razas superiores a otras, pues dentro de una misma raza hay diferencias en capacidades físicas, mentales, ideologicas, etc. El humano interpreta la vida y desarrolla sus potencialidades de forma distinta a causa de una diferente asimilación que cada individuo realiza sobre el variado contexto en que fortuitamente le ha tocado desenvolverse. Esto se explica sencillamente porque no todos tienen las mismas oportunidades o ventajas económicas, geográficas, climáticas, sociales, o culturales, ya que, hasta dentro del seno familiar se observan las desigualdades de trato, educación, alimentación etc.

Así pues, si se quiere categorizar a las personas como superiores e inferiores, primero habría que marcar parámetros desde los cuales basar uno y otro adjetivo para después ahondar sobre la validez de dicho sistema de medición; y aunque sería estúpido no ver que las desigualdades son reales, y a veces hasta abismales, en su mayor parte, las diferencias no dependen del hombre mismo como ente particular, sino como ya se dijo, de la condición de vida que posee y de las oportunidades que de ella emanan. Por tal motivo, resultaría obvio suponer que un hombre de tal o cual raza, nacido al interior de un ambiente de abundancia en un país industrializado, “democrático” y con una estructura social bien definida, podrá alcanzar mayores y más complejos objetivos que otro de la misma raza nacido en el seno de una sociedad empobrecida, subdesarrollada y sin un aparato social  funcional que vea por el desarrollo de su potencial. Esto además ocurre con frecuencia, por lo que es fácilmente comprobable.

Además, para cada entorno diferente, hay una concepción distinta de éste, y el que es ajeno a él, es por ende diferente. Pero es sólo en el momento en que se contrasta uno con otro, cuando se confrontan y comparan los caracteres distintos de cada persona, de varias o de toda una sociedad con otra, cuando se hacen evidentes las diferencias, surge el conflicto y emerge la desigualdad.

«…debemos reconocer que la desigualdad es una constante, es natural y existirá siempre entre los hombres y mujeres.«

Aunque, por otro lado, aunque ciertamente existe la desigualdad hasta dentro del mismo entorno, cuando varias personas que comparten similares condiciones de vida son colocadas en un mismo ambiente, las diferencias se minimizan, y el equilibrio hace factible la obtención de un entorno hegemónico, debido en gran medida a la  empatía y el sentimiento de pertenencia e igualdad que priva en ellos. Esto ocurre en todos los niveles donde haya afinidad; entre la comunidad LGBT, entre pandilleros, ladrones, ejecutivos, sacerdotes, políticos, deportistas, doctores, profesores etc, sin que se pretenda o pueda señalar a uno como mejor que otro. Todos son diferentes, hasta entre ellos mismos.

Así, debemos reconocer que la desigualdad es una constante, es natural y existirá siempre entre los hombres y mujeres. Usarla para agredir, denostar, criticar, ofender o hacer más o menos a alguien, es de imbéciles retrógradas, que al hacerlo se auto colocan en un nivel por debajo de quien no lo hace, aunque en apariencia “luzca” inferior.

 La inferioridad está en uno mismo, sin importar la raza, la situación económica, geográfica, política o social. El potencial de cada ser humano de crecer, aprender, elaborar, resolver, imaginar, soñar e idear es prácticamente infinito; somos nosotros mismos los que limitamos nuestro desarrollo bajo el pretexto del imperio del orden y la utopía de la igualdad. La sociedad moderna ha creado infinidad de complejas barreras que inhiben el natural desenvolvimiento del ser humano. Han transformado al hombre en máquinas que sólo viven para desempeñar un trabajo que les garantice la subsistencia de ellos y sus familias, impidiendo que tomen conciencia de la limitación física y mental a la que han sido sometidos por edicto de un sistema inhumano al que únicamente interesan para el ejercicio de acumulación de capital.

Y debido a que las diferencias humanas no son susceptibles de evitarse o equipararse porque sencillamente es antinatural, las regulaciones sociales que tratan de equilibrar o igualar las oportunidades, derechos y obligaciones suelen fracasar constantemente por no aceptar éste hecho en primer lugar. El pensamiento democrático, de inclusión y diversidad es política y esencialmente correcto, pero claramente está mal empleado y no propicia las condiciones que promulga, y por el contrario, a veces las empeora al generar falsas expectativas. El Estado no debería tratar de hacer a todos iguales, sino incentivar y desarrollar las desigualdades de cada quien según sus muy particulares capacidades o limitaciones, mismas que cada quien tiene que asumir y aceptarlas para aprender a vivir con ellas sin vergüenza y sentimientos de inferioridad. Es correcto facilitar y poner al alcance de la mayoría oportunidades de crecimiento, y se deben promover y  premiar los esfuerzos por vencer las justamente esas limitaciones, pero no está bien desperdiciar recursos en quienes evidentemente no pueden o no quieren aprovecharlos. No todos pueden ser doctores, de la misma manera en que no todos pueden ser basquetbolistas, por ejemplo. Es indigno hacer creer a las personas que sí podrán bajo la falacia de que todos los hombres son iguales. Eso solo causa frustración y descontento, haciendo más claro y doloroso el margen de desigualdad que existe entre los supuestamente “iguales”. Las diferencias existen y por una buena razón. No es algo malo o vergonzante, es la sociedad moderna la que ha forzado la idea de igualdad partiendo del utópico supuesto de que, por el solo hecho de nacer y ser humano, se adquieren los mismos derechos, responsabilidades y oportunidades. Eso sería fantástico si fuera cierto, pero no lo es, se estrella de frente contra la realidad y exacerba la desigualdad.

Lo que debe privar para evitar el conflicto es educar y trabajar social e individualmente en el respeto, la empatía y la compasión, o como mínimo aplicar el derecho humano a ser diferentes en el marco de un entendimiento mutuo que propicie una sana convivencia dentro de un entorno civilizado e incluyente. Solo así podríamos dejar de seguir fracasando como humanidad. Lamentablemente, la desigualdad entre los hombres es tan grande y diversa, que resulta absurdo pensar que algo así será posible algún día.

Octavio C.