Libro IV

LAS DOS FUERZAS

«LA PROMESA»

Autor: Octavio Castro



… y una colosal explosión surgida de los confines de la nada iluminó la oscuridad de un universo muerto desprendiendo de manera caótica la poderosa energía de dos fuerzas desconocidas… Energías que dieron origen al polvo cósmico que se proyectó hacia el infinito en una aparentemente desordenada acción, pero que fue creando a su paso millones de galaxias que se integraban en pequeños universos, englobando, cada una a su vez, cientos de miles de estrellas de las cuales nacieron una inmensa variedad de planetas que giraban perezosos a su alrededor y que, finalmente, se fueron ordenando en sistemas solares.



Así nació el vasto universo que, mediante las energías liberadas por aquella gran explosión, vio nacer un nuevo ciclo de vida. Vida que se esparció a través del tiempo y del espacio por todo el cosmos, evolucionando lentamente en el transcurso de miles de millones de años hasta formar complejos organismos capaces de darse cuenta de su propia existencia.

Y miles de millones de años pasaron y la vida siguió evolucionando. Sin embargo, aquellos nuevos seres de prodigiosa inteligencia jamás pudieron explicar la procedencia inicial de las cosas. Lograron descubrir y dar nombre a las dos fuerzas de la naturaleza que interactúan y gobiernan sobre la vida, pero hasta ahora, nadie es capaz de explicar su origen.  



PRÓLOGO

 Nada es infinito, todo muere, incluso el universo, y éste, pronto colapsará. La entropía, que ocasiona el desequilibrio entre las fuerzas que crean y destruyen la vida en el cosmos, es irreversible. La mitad de las estrellas ya han dejado de brillar en el firmamento y su luz ha sido sustituida por una gélida oscuridad. El tiempo ha alcanzado los límites del infinito, y pronto, nada quedará.

Los seres más sabios de todo el universo, los más fuertes, los más sensibles, han realizado titánicos esfuerzos para intentar revertir el proceso, pero han fracasado. Sin embargo, Derek y sus hermanos, Dann y Exel, finalmente han tomado conciencia de su potencial y han abandonado su mundo para buscar las posibles respuestas que habrán de ayudarles a solucionar el caos y devolver a la vida a la muerte y la luz a la oscuridad.

 Dann, prometió volver a los brazos de su amada Diana. Y ella, consiente de la importancia de su misión, guardó en lo profundo de su mente un secreto que la embargaba de felicidad. Ahora solo queda esperar. Sin embargo, la ausencia de esos seres poderosos que antes controlaban la voluntad de los hombres, está haciendo nacer deseos e impulsos que por siglos estuvieron contenidos. Una nueva era está por comenzar.



CAPÍTULO I

1

El control mental que cegaba las voluntades de los hombres limitando sus acciones había desaparecido. Sólo quedaba la tenue influencia de unos cuantos mentálicos menores, aunque en realidad, era más el miedo y la inercia de una vida cotidiana, aceptada tal y como era (coartada en sus libertades básicas), los que tenían la virtud de mantener el orden que se había establecido durante siglos bajo la autoridad absoluta de los altos miembros de la JCI —Junta de Comercio Internacional—. No obstante, el cambio comenzaba a ser evidente.

La ausencia de una fuerza superior dominadora y juiciosa, que marcara las pautas de conducta a seguir por todos aquellos con capacidades «inferiores», propiciaba un sentimiento de descontrol y euforia entre los más proclives a la anarquía… Los jóvenes. Esa gente impetuosa, impaciente, imprudente y casi siempre desorientada durante este complejo proceso de crecimiento llamado adolescencia, en la que son bombardeados con cientos de estímulos confusos y contradictorios, pudieron reafirmarse en su afán de búsqueda por descubrir algo más en que creer, diferente a la sociedad establecida que consideraban opresiva y decadente, algo en que apoyarse, una motivación cualquiera, lo que fuera que pudiera justificar sus vidas y la de los demás. En dicho proceso, solo la antigua y marcada inhibición de los actos de los más obstinados líderes —apoyada por los “Camaleones” (miembros infiltrados de la JCI)—, permitía mantener a raya sus ímpetus, pudiendo entonces orientarlos hacia donde resultaran de utilidad a los diversos intereses del grupo. Sin embargo, cada vez era más difícil, y aunque era imposible que supieran que las cabezas de la JCI habían caído, los jóvenes intuían que algo había cambiado…

La aplastante fuerza de la autoridad había decrecido, lo notaban al cometer una infracción, al propiciar algún conflicto, y posteriormente, al tratar de hacerse escuchar y reunirse en mítines para desquiciar las calles con sus protestas contra TODO…

Y aunque la población en general ignoraba la existencia de la JCI como fuente de control de sus voluntades, algunos, los más audaces, llegaron a imaginarlo, y esa idea sin comprobación sobre “complots internacionales”, fue suficiente como para motivarlos a formar sociedades secretas de resistencia desde las que discretamente trataban de idear la manera de exponerlos, aunque sin mucho éxito, y frecuentemente con trágicos resultados. Los hackers hacían caer todos los sistemas y servidores de redes informáticas del mundo causando caos en las computadoras y dispositivos como jamás se había imaginado o calculado. Las escuelas se acostumbraron a cerrar sus puertas estallando en huelgas obligadas por un puñado de muchachos revoltosos, los robos a tiendas departamentales se incrementaron exponencialmente. Y así, en cuestión de meses pudieron ser conscientes de la súbita fuerza que habían alcanzado, una incluso superior a la de la policía, quienes, igualmente desconcertados por la falta de liderazgo, no alcanzaban a comprender el por qué de pronto la mayoría de los jóvenes se habían alzado en eufórica y franca revuelta contra las instituciones establecidas, ni mucho menos el por qué, esta vez, les resultaba imposible controlarlos a todos ellos.

El fenómeno era global. En todas las ciudades del mundo unido de gobiernos autónomos, (antes nombradas por la JCI «zonas de control»), se repetían casos de levantamiento civil encabezados por jóvenes enjundiosos y enloquecidos al verse de pronto libres de hacer y deshacer todo lo que pudieran ser capaces de idear sus intranquilos cerebros. Las fuerzas del orden se veían constantemente sobrepasadas en número, pero sobre todo, en decisión. Ellos defendían a los funcionarios y a los edificios públicos de las instituciones, tratando de mantener un statu quo de las cosas —establecido por alguien de los de «arriba»—, y aunque cada vez les parecía más absurdo hacerlo y menos descabellado lo que argumentaban los jóvenes revoltosos, lo hacían por esa inercia de vida que es la costumbre surgida de la necesidad de obtener satisfactores suficientes para su comodidad y, desde luego, para su supervivencia y la de los suyos.

Aquella necesidad les obligaba a levantarse cada madrugada a trabajar para gente de la que desconocían todo, motivos, ambiciones, deseos, etc., con el único fin de recibir quincenalmente un pago que les permitiera tener la posibilidad de obtener todo lo necesario para que sus hijos tuvieran la “fortuna” de poder repetir el mismo proceso agotador en el que la mayor parte de la población estaba sumida desde hacía ya varios siglos. Ahora, de pronto, se daban cuenta. Algunos de estos nuevos conscientes iniciaron procesos de pensamiento igualmente novedosos; ideas que, por lo lógicas, se les figuraba imposible no haberlas podido generar con anterioridad. De ellos, los que ocupaban posiciones de privilegio y responsabilidad en las empresas grandes trasnacionales o en los gobiernos autónomos, decidieron probar sus nuevas elucubraciones realizando cambios drásticos en las estructuras de sus empresas, en las actividades y en los quehaceres gubernamentales y en el actuar de sus colaboradores. Y cuando los mencionados colaboradores, contagiados del espíritu innovador de sus líderes, decidían apoyarlos en sus nuevas cruzadas a costa de todo, creaban bloques de poder que de inmediato chocaban contra los de otra fracción muy similar, surgida también desde el corazón mismo de sus áreas de trabajo.

La ambición crecía exponencialmente a medida que las luchas gremiales y entre sindicatos creaban huecos donde los más vivos y audaces podían colarse para implantar sus nuevas teorías y objetivos de trabajo. Quien poseía la mejor posición estratégica y el mayor número de colaboradores o empleados leales a su cargo, lograba aplastar a los otros competidores consiguiendo un mejor puesto y responsabilidad. Al poco tiempo, las luchas dejaron de ser agotadoras discusiones verbales en el interior de las oficinas o tribunales, entre coordinadoras, cooperativas, representantes, empresas, etc., para tornarse en violentas manifestaciones en las calles de las cada vez más caóticas ciudades. Asesinatos descarados que trataban inútilmente de ser maquillados bajo el pretexto de accidentes infortunados, y situaciones por el estilo, se pusieron de moda. Surgieron mafias de la mano de hombres sin escrúpulos que a base de mañas y ningún mérito lograban ascender a puestos de poder suficientemente altos para ser tomados en cuenta por quienes podían sacar mutua ventaja de ellos. La corrupción se expandió como un virus a todos los puntos cardinales de la civilización iniciando una merma descarada de la estructura social, económica, política y cultural, llegando en algunos casos a desatar la intervención militar en contraofensiva a las manifestaciones que otros hacían para poder llegar a ocupar los puestos de quienes los reprimían y para lo que utilizaban la fuerza física como única arma conocida para hacerse oír y sentir; y a pesar de ser siempre repelidos con policía montada, tanques antimotines, gases lacrimógenos y todo tipo de armas químicas y biológicas, esto, paradójicamente, ocasionaba aún mayores levantamientos con sus consecuentes y muy trágicos enfrentamientos entre civiles y fuerzas armadas. Algunas ciudades se declararon en estado de sitio y otras introdujeron toques de queda para jóvenes, disposiciones que desde luego no se respetaron ocasionando que se dispararan el número de muertos y desaparecidos diariamente. En presencia de este nuevo contexto, las tiendas cerraron, los fabricantes y proveedores movían constantemente sus capitales y remesas de todo tipo de productos de zonas en levantamiento hacia otras sin conflicto, las que cada vez eran menos. Entonces se iniciaron las huelgas generales en todo el mundo y algunas empresas se vieron súbitamente en quiebra sin haber tenido tiempo de comprender cómo algo así de inimaginable pudo haber sucedido. La moneda digital global mejor conocida como «crédito», aceptada hasta en el último rincón del mundo, dejó paulatinamente de tener valor a los ojos perspicaces de quienes percibían una flaqueza en las instituciones tal, que preferían poseer algo más palpable que una simple transacción abstracta de valores que tal vez nunca verían transformados en nuevos productos.

Los bancos cerraron ante la desconfianza. Las Bolsas del mundo colapsaron de forma dramática e incomprensible. La bancarrota se generalizó y el desempleo mundial creció a un ritmo espeluznante. La criminalidad se salió de control, la policía y demás fuerzas del orden habían claudicado, la guardia civil se había disuelto y vuelto contra las instituciones, solo quedaba el ejército…

Continúa en Capítulo 1.2