2.

Aquello no era lo que quería. Él había tenido la idea de que un partido se manejaba de forma más ordenada y honesta, donde un trabajo debía ser controlado por gente capaz, que dictaba órdenes en base a planteamientos políticos concretos, y con fines igualmente concretos y legítimos. Un lugar donde los colaboradores firmarían tarjeta de entrada y de salida y tendrían labores complejas y de mucho criterio para ser discutidos entre los demás miembros del partido para posteriormente presentarlos ante la cámara… Pero la realidad le pegó de frente y nunca más volvió a regresar al PIN. Su amigo Rodolfo lo llamó burgués y pendejo por desaprovechar una oportunidad así. <<¿Sabes cuánto me costó conseguirte esa chamba?>> le dijo por teléfono antes de colgarle entre mentadas.  Era el camino a las ligas mayores, le había asegurado… Todos comienzan igual, desde abajo, haciendo trabajitos, pero ya viste que con el tiempo se les dan mejores chambas hasta alcanzar un buen hueso que los coloca en las altas esferas del poder. Sin embargo, toda aquella palabrería le parecía de lo más soez, pues se alejaba de los muchos verdaderos ideales que tenía y que ahora se le presentaban completamente lejanos al comprender que la auto nombrada “izquierda mexicana” era realmente un nido de gente sin escrúpulos manejados efectivamente por personajes muy educadas que, lejos de pretender un cambio de fondo a favor de las mayorías necesitadas, se entretenían obstaculizando y criticando cualquier acción del gobierno sin importar si era realmente buena o mala para el pueblo. Y para hacerlo se rodeaban del más resentido, vulnerable y, por ende, también el más manipulable sector de la población: los pobres e ignorantes. El colmo de los colmos era usar a la clase menos remunerada como pretexto para enriquecerse al ganar cada vez más y mejores puestos de gobierno desde los que de cualquier forma no hacían nada por ayudar los que los habían encumbrado. De hecho, comprendió que les convenía, y mucho, seguir manteniendo un gran sector de la población en esa condición de marginación, ya que la lucha que aparentemente emprendían por ellos, justificaba su existencia. Todo eso lo enfermaba. La relación con su amigo Rodolfo se perdió en un par de semanas al igual que sus sueños de entrar de lleno a la política. Repentinamente se sintió solo y confundido.

 Sin un trabajo y una rutina de escuela que le diera significado a su vida, era simplemente un sujeto normal viviendo con sus padres y destinado a sufrir por la falta de trabajo honesto y bien remunerado, lo cual lo llevaría seguramente a terminar siendo mesero, maestro, profesor o chofer de algún taxi. Sus padres, al enterarse de que había renunciado a su trabajo, casi lo echan de la casa pensando que su hijo había nuevamente vuelto a las andadas, lo que sería la única razón para dejar escapar una oportunidad tan grande de comenzar a ser productivo y poder aportar para los gastos de la casa. Él, indignado, les aseguró que prefería morirse de hambre antes de traicionar sus ideales… y que en aquél lugar, seguramente terminaría vomitando de asco. Su papá, molesto por su actitud beligerante de siempre, le condicionó a encontrar trabajo cuanto antes para que dejara de ser un parásito de la sociedad. Aquella amenaza ocasionó que Enrique saliera furioso de la casa dando un fuerte portazo.

Caminó por horas entre los edificios de la unidad habitacional tratando de serenarse. Luego, cuando al fin sintió que las cosas no estaban tan mal, se decidió a regresar a casa. Pero antes de entrar, una nueva dudad lo asaltó. Encontrar trabajo no era cosa fácil y mucho menos de lo que él había estudiado en un país donde ser político era sinónimo de corrupción. Así que se sentó en uno de los escalones de la entrada de su edificio y  se puso a pensar. Trabajar de cualquier cosa lo deprimía, pero trabajar de político lo deprimía aún más. Si tan sólo las cosas no fueran tan sucias como se presentaban… Si tan sólo existiera un partido o un gurpo de personas que verdaderamente se preocuparan por su país y no por lo que a éste pudieran sangrarle… Observó el cielo en las alturas y suspiró. El sonido lejano de una especie de trompeta proveniente de un claxon de microbús le hizo recordar un fragmento de aquél sueño extraño y repetitivo… y nuevamente, justo cuando su cerebro iba a hilar las piezas que le darían un nuevo significado a sus recuerdos… alguien lo distrajo.

– ¿Qué ónda?…, ¿Cómo estás?

– ¿Eh? Ah, bien Pancho, aquí ya sabes cavilando…

– Ah, órale

Francisco González Cermeño era un antiguo vecino de toda la vida, pero la comunicación entre ellos fue limitándose con el tiempo por órdenes de los padres de éste, quienes consideraban a Enrique un rojillo y agitador, el tipo de muchacho que era una mala influencia para su pequeño tesoro.  El vecino era casi cuatro años más chico que él, pero habían terminado la escuela en ése mismo año. Titulado en derecho, francisco había encontrado trabajo muy rápido en el mismo lugar donde había realizado su servicio social. Llevaba en él a penas un par de semanas, pero se notaba que el muchacho ya había cambiado de actitud, mostrándose más serio, más maduro. Era claro que estaba ganando bien, pues su vestimenta no lucía de baratillo de mercado. Se sentó a su lado y le ofreció un cigarrillo, pero Enrique lo rechazó.

– Ya no fumo guey.

– Ah.

– Y tú qué o qué…

– Nada, regresando de la chamba…

– Orale, chido…

– ¿Y tú?… ¿qué onda?, ¿qué haces aquí?, ¿por qué tienes esa cara?

– Nada más…, estoy pensando, ya te dije…

– ¿En…?

– La inmortalidad del cangrejo…

– Y qué… ¿a poco si neta no se muere?

Luis Enrique y Francisco intercambiaron miradas y luego se echaron a reír.

A Luis siempre le había caído bien el tal Pancho, pero se le figuraba un “nerd”… demasiado buen chico para su gusto, demasiado delgado, demasiado amable. Siempre siguiendo las reglas y haciendo lo correcto. Y su cara de niño bien amado y facciones finas no le ayudaba en nada. Aquella tarde, su compañía lo reconfortó, relajó, y sin pretenderlo, marcó para siempre el destino de su vida y la de su vecino.

– Y qué… ¿entrarás siempre a la política?

– No guey, eso creo que ya valió madres…

–¿Y luego? Por qué estudiaste eso entonces…

– Por pendejo… bueno, por idealista, ya sabes… Ahora me doy cuenta de que todo es una pinche farsa por todos lados…

– No mames…

– Si cabrón, todos lo pinches partidos están en el super hoyo, lo cual explica por que el gobierno es tan pendejamente ineficaz… La política es un complejo animal que vive de la mierda y la basura que él mismo caga sobre el suelo que lo sostiene… pura mierda, en serio…

– Uta… no pues que mal guey… ¿Y no hay otro lugar donde puedas ejercer?

– Pues no guey, es o en el gobierno o en los partidos, que es lo mismo, y te digo que están para llorar… en fin… – Luis sonrió amargamente-, lo bueno es que siempre queda  la opción de dar clases ¿no guey?…

– Ah, pues si…, oye – Pancho hizo una larga pausa como si meditara la conveniencia de decir lo que estaba pensando-. Y por qué no mejor creas tú tu propio partido… He oído que les dan una lana para hacerlo ¿no?

– Si guey, pero no mames… como si fuera tan fácil, se necesita reunir a un chingo de gente para lograrlo.

– ¿Si? ¿Cuantos?

– Como doscientos cincuenta mil pendejos… o más.

– Ah, no son tantos, en este país, lo que sobran son pendejos – le animó burlón mientras le guiñaba el ojo.

– Eso si…

– Guey neta, donde trabajo yo por lo menos hay como veinte mil cabrones, y cada guey tiene a su familia ¿no? Ahí ya tienes como ochenta mil pendejos, si contamos cuatro de parentela promedio… Ah, y ¿sabes? Mi vieja trabaja en el pinche Wall-mart guey, ahí trabajan un chorro más…

– Si guey, pero no manches… una cosa es que haya mucho pendejo suelto, y otra que puedas reunirlos a todos y convencerlos de que se inscriban a un partido que aún no existe…

– Pues si, pero si no costara trabajo, ¿te imaginas cuantos partidos habría? Pero si, tienes razón, ni modo, entonces, habrá que aguantarse con lo que hay… ¿No?

– Pues sí, que otra…

Desilusionado por no poder ayudar a su vecino, Francisco se palmó los muslos y se levantó:

– Bueno señor, pues cuídese, voy a pasar a ver que me dejaron de comer…

– Vale, adiós…

Cuando se quedó solo nuevamente, Luis pensó en lo infantil de los comentarios de su vecino. Crear un partido… que idiotez… Luego recordó que durante su servicio, que hizo dentro de la misma universidad, tuvo acceso a una base de datos de más de doscientos mil estudiantes de diferentes carreras… Se rió de su propio pensamiento, y dando fin a sus tontas elucubraciones, se puso en pie y subió para disculparse con sus padres.

Mientras subía, las palabras de Francisco resonaron en su mente con el tono estridente de una realidad desagradable… “habrá que aguantarse con lo que hay”.

continúa en Capitulo 1.3