Por su frágil naturaleza, desde sus inicios el ser humano se vio obligado a vivir en grupos, pues entendió que hacerlo era indispensable para garantizar su supervivencia. Primero entre los miembros de su propia familia, buscando protegerse de los depredadores, del clima y de otras familias, luego, en grupos más amplios de varias familias que compartían territorio, parentesco o algún enemigo común, lo que derivó en las llamadas “tribus”. Y de la natural constitución de estas tribus surgió la necesidad de elegir a los líderes que organizaran a ese cada vez mayor grupo de personas. Normalmente siempre se erguían, sin necesidad de solicitud o consenso, los más fuertes, los más osados, pero también los “sabios”, aquellos mayores que habían logrado sobrevivir más que el resto y que eran, por su experiencia, los encargados de transmitir su conocimiento a los demás. Rápidamente, estas voluntades comenzaron a dirigir al resto de la manada con el único fin de protegerse entre ellos.
De las organizaciones básicas entre tribus y familias comenzaron a surgir los conflictos y las guerras, pues cuando una tribu grande quería algo que una pequeña tenía, (como una mejor ubicación geográfica, estar cerca de un río, tener animales, pieles, etc.), se aprovechaba de su número y organización para apoderarse de todo, ya fuera aniquilando o incorporando a su grupo a los vencidos, a quienes desde luego dejaban sin sus guerreros o líderes. Esta dinámica obligó a las tribus débiles a unirse a otras igualmente indefensas para crear un ente social menos susceptible de ser despojado y dominado por uno fuerte. Así surgieron las sociedades entre los hombres, y con el tiempo se extendió provocando que grandes grupos de personas se unieran con otros para proteger sus cada vez más amplios territorios y evitar que otras organizaciones de individuos, de regiones lejanas y con diferente cultura o intereses, se los quitaran. Al final, los Estados o naciones se crearon del apuro por delimitar esos territorios y defenderse de las malas intenciones de quienes pretendieran hacerse de sus riquezas naturales o someter a su pueblo.
«…el poder es la autoridad para hacer, ordenar o ejecutar acciones que afectan a toda una población,«
En todo este proceso, la política y los políticos nacieron por la necesidad de organizar esos grupos sociales, tomar decisiones en su beneficio, representar las necesidades de unos frente a otros, regular sus actividades y dirigir los esfuerzos de todo el conjunto a fin de hacerlos fuertes y menos vulnerables al saqueo o aniquilación por parte de forasteros. A esto se le denomina gobernar y es considerado un arte debido a la complejidad, alcances y consecuencias que emanan del ejercicio del poder. Y es que gobernar es tener poder, y el poder es la autoridad para hacer, ordenar o ejecutar acciones que afectan a toda una población, normalmente encausadas a proteger o mejorar las condiciones de la mayoría de sus integrantes. En esencia, esa es la única razón para tener gobernantes.
En sus inicios, los gobiernos se formaron naturalmente y eran compartidos por varios miembros de un grupo grande y diverso, como uno de cada familia, por ejemplo, pero ante la complejidad de equilibrar intereses y voluntades para ponerse todos de acuerdo, se decidió elegir (o como ya se ha dicho, se imponía), al más fuerte, al más sabio o al más vivo, el que mediante el ejercicio de “la política” o la fuerza podía ser factor de unión y controlar o tener influencia sobre una mayoría de la población. Luego, si esta persona podía mantener por mucho tiempo esa autoridad, podía darse el lujo de señalar un heredero que continuara su labor, creando así las “dinastías” que posteriormente se formalizaron en reinados o monarquías, donde el autoproclamado Rey, se erigía como el mandatario único por sobre un enorme número de personas y territorios. Sin embargo, regir sobre amplios territorios y poblaciones no es tarea fácil, ni barato, por lo que se tuvo que crear y regular la “cooperación” que siempre existió entre los miembros de una tribu, donde todos debían aportar algo o ser útiles a la sociedad a la que pertenecían y que les daba cobijo y protección, es decir: “el tributo”. Nacieron así los impuestos, y también los colectivos de trabajadores (obreros y campesinos) y por supuesto, los ejércitos.
Paralelo a esto, en algunos lugares, como Grecia, de mucho pensarle se ideó una forma de gobernar que no dependiera de esas monarquías autoproclamadas e inventaron la democracia, misma que consistía en elegir a un grupo de personas dentro de la comunidad para que ejerciera las funciones de dirección de los demás ciudadanos. La idea era buena, pero notaron que la democracia solo funciona cuando dicha sociedad es más o menos homogénea, es decir, que no hay demasiada diferencia entre sus miembros, pues las desigualdades crean división y conflictos que desencadenan malestar, encono y hasta en desatan actos bélicos. En ese sentido, la democracia puede derivar en dictaduras o tiranías, elevando nuevamente a un líder a rango de Rey que domina al pueblo por su irrefutable autoridad y somete a sus súbditos a su voluntad, ejerciendo contra ellos violencia o imponiendo su ideología o visión como una verdad absoluta bajo el pretexto de protegerlos de una desigualdad que proviene de la “ambición de acumular riquezas”, mismas que solo le corresponden a él y, por lo tanto, solo él puede repartir.
Paradójicamente, de los gobiernos autoritarios, brotan siempre los “privilegiados”, usualmente gentes cercanas al líder, familiares o parte de su grupo interno de gobierno, militares, clero etc. En las monarquías a éstos se les denomina: “la nobleza”, y en otros sistemas de gobierno son: “la burguesía”. Curiosamente estos grupos beneficiados por su cercanía al poder, cuando no son parte de ese círculo interno que toma las decisiones, a pesar de ser ciertamente privilegiados, buscarán, por su propia ambición, tener un papel más predominante en la dirección del gobierno, oponiéndose así al mandato único de un rey. En ese sentido, la política vuelve a presentarse como una forma de control y manipulación con el fin de obtener autoridad para imponer una idea, una forma de actuar o de proceder.
En tiempos de guerra, la ideología y dirección política son necesarias para motivar y defender a su población, en tiempos de paz deben concentrarse en dar seguridad y ampliar el bienestar de sus gobernados. Lamentablemente, la historia nos ha enseñado que de vez en cuando, algunos políticos pierden el camino y el sentido de su deber al actuar de forma egoísta, cegados por la ambición de poder y riqueza. Cuando esto ocurre, olvidan que su lealtad es con pueblo y para el pueblo, incurren en los denominados actos de corrupción, saqueo y autoritarismo que los alejan del aprecio de los ciudadanos, y al hacerlo, ocasionan el desprestigio de su actividad y fortalecen en el inconsciente colectivo la idea de que los políticos y la política es algo ruin, tramposo y deleznable, de gente mala, abusiva y mentirosa que solo busca su beneficio personal.
Al final, debemos entender que los políticos surgen del conflicto, pero no nos engañemos, en esencia son individuos valiosos y necesarios que emergen de entre la población a la que pertenecen para hacerse cargo de dar solución a los muchos problemas que implica administrar una sociedad, prácticamente de la misma manera en que se necesita que un técnico identifique el desperfecto de un motor para arreglarlo y que éste pueda funcionar y andar. De hecho, todas las naciones se han construido sobre la base de sociedades lideradas por políticos que, con su habilidad de motivar y cohesionar los esfuerzos de su pueblo, han dirigido a sus ciudadanos para entregar sus vidas (según los tiempos y contexto) tanto en guerras como en su trabajo diario, con el objeto de defender su soberanía, mejorar su calidad de vida y protegerla a toda costa.
En conclusión, en el ideal de en un país educado, moderno y civilizado, los políticos surgen de la necesidad natural del ser humano de organizarse en grupos, y se proponen o escogen aquellos que representan lo mejor de cada sociedad, pues la estabilidad y el progreso solo se puede alcanzar de la mano de individuos honestos y altamente capacitados que, con sus conocimientos, experiencia y liderazgo, forman parte del servicio público con la única misión de coadyuvar al fortalecimiento, desarrollo y bienestar de sus connacionales. A eso se le denomina patriotismo, cuya lealtad a todo un pueblo, y no a un individuo, debe ser siempre el propósito de todo político que se respete.
O. Castro